La ciencia, la
técnica, fueron siempre vanguardia y consecuencia de los sueños del hombre, así
como la causa de su grandeza y de sus miserias, de sus desdichas y su
bienestar. El sueño es la expresión de lo inmaterial y la técnica de lo material,
en lo que al fin y al cabo todo el ser converge. Somos, pues, mecanismos,
abocados a crear mecanismos, sin que ni siquiera la propia poesía escape a esta
condición, pues no en vano, dice Dolors Alberola, todo lo inmaterial converge en la materia.
Y no es que la
poeta intente una metáfora del estado actual de una civilización tan mostrenca como
la nuestra, lo cual sería aceptable, en cualquier caso, sino una dolorosa
profundización en la propia naturaleza del hombre, el homo faber, el fabricante de cosas, el creador de artilugios, que,
pretendiendo dominar el mundo, ha quedado atrapado en la tela de araña de su
propio dispositivo, con un resultado feroz: mientras las máquinas más se asemejan
al hombre e incluso llegan a suplantarlo, el ser humano, víctima de las
alienaciones que él mismo ha generado, se va deshumanizando y, en consecuencia,
semejándose a sus aparatos.
Éstos van
ocupando los poemas del libro, desde la palanca al motor, adueñándose del
discurso hasta convertirse en la Razón
inanimada del mismo, que es el título de la segunda parte. Serenamente, sin
incursiones en el patetismo, con sutil ironía y siempre bordeando el territorio
de la belleza, las metáforas de la autora nos conducen a la visión de un mundo
mecanizado, robotizado, del que, no obstante, se puede salir y, en este
sentido, la palabra poética adquiere dimensión de exorcismo para expulsar de
nuestro porvenir los fantasmas oscuros, los mecanismos siniestros, que amenazan
con aniquilarnos. Es preciso que el hombre abjure del materialismo que lo
esclaviza y recupere así su independencia respecto a los objetos, es decir, el
espacio de su libertad. Manual de
construcción, tal vez sugiere el proceso de recuperación, que implica,
desde luego, un retorno a la contemplación y, por tanto, a la reflexión, una
vuelta a la estética, pero también a la metafísica, aun cuando la presencia de
la muerte y las incógnitas que conlleva tiñan de pesimismo el camino iniciado.
Pero la vida es así, un perfecto maridaje de luces y sombras y no es posible ni
acaso legítimo que el ser humano aborrezca su condición.
Máquina es, en la aparente fluidez de su
espléndida arquitectura, un libro complejo, rico en matices y virtuoso en la
utilización de los recursos técnicos, que irrumpen en él con la misma fuerza
con que, llegado el caso, desaparecen, para ceder su plaza a una más libre
expresión y un surrealismo que alcanza brillantes cotas.
El libro -ganador del premio César Simón- fue
presentado anoche en Jerez de la Frontera, en una de las veladas literarias más
intensas y hermosas de los últimos meses. El acto, celebrado en la Fundación
Caballero Bonald, reunió en torno a Alberola tres voces de excepción: la poeta Josefa
Parra, que presentó el evento, la directora del Aula de Poesía de la
Universidad de Valencia y poeta también Begonya Pozo, que habló de la
trayectoria de la autora y contextualizó su obra, y otra poeta, Josela
Maturana, cuya exposición, tal nos tiene acostumbrados, fue sencillamente
magistral: sabia y brillante, con verbo fácil y hermosamente bruñido, con cuya
herramienta se zambulló en las honduras de Máquina,
siempre acertada y lúcida. En suma, una noche de voces femeninas y palabras
mayores.
Por su parte,
Dolors Alberola estuvo todo el tiempo en estado de gracia. Leyó con aplomo y
comentó con ingenio, ofreciendo una amplísima selección de poemas. Para que
nada faltase, el coloquio le deparó un enigma de esfinge, que ella resolvió con
inteligencia y profundidad. Eh, que yo no
quiero ser presidente, dijo al público que la ovacionó.
Redacción.-