Una leve mirada a nuestra
historia es suficiente para darnos cuenta de que el hombre y la máquina son
prácticamente consustanciales, si es que, en el fondo, no son la misma cosa.
Allí adonde el hombre no alcanza, inventará una máquina, una especie de prótesis,
que va desde el hacha de sílex hasta la última generación de robots, pasando
por la palanca, el martillo o la locomotora. La máquina es, sin lugar a dudas,
el complemento directo de la humanidad.
Las vanguardias, como el
futurismo –que ya es pasado-, descubrieron esta realidad y la convirtieron en
protagonista del arte. Fue un acto de justicia.
Habría que preguntarse, sin embargo, si el hombre no
es también una máquina; un robot más o menos perfecto, que algo o alguien
moviese a su antojo, tal vez la misma vida, sin que sepamos nunca con qué fin,
aunque sí conozcamos el nuestro, incapaces no obstante de leer ese código de
barras, que algunos intuyeron como pecado original, otros como ADN y otros…
pero eso es lo de menos. Importa, en cualquier caso, que, a lo largo de la
historia, nuestras máquinas se han ido humanizando y nosotros, por el
contrario, nos hemos deshumanizado, de manera que, a veces, casi llegamos a
confundirnos, si no quedamos en franca desventaja.
Máquina, el libro que Dolors Alberola presentó en Valencia el pasado jueves, tras
haber obtenido el IX Premio de Poesía César Simón, quiere ser una especie de
visión cósmica de este suceso, desde una perspectiva que anula tiempo y espacio
para apuntar al corazón del ser.
Tiene la antigua Universidad de Valencia una bien
pertrechada capilla que llaman de la Sapiencia, a causa de los latines que
reproducen en el dintel una frase del Eclesiástico: Omnis sapientia a Domino
Deo est, toda la sabiduría viene de Dios, no vayan a creer los
estudiantillos que es lícito pensar sin la bula y venia de la Santa Madre
Iglesia, por mucho que la estatua de Luis Vives presida el precioso patio
central. Hoy, tan docto conjunto está consagrado al comercio y hasta algún bar de
copas alberga en su interior, o tempora,
o mores.
En esta capilla, secularizada en la actualidad, se
celebraron los fastos del premio; un recinto sin duda muy hermoso, decorado con
cerámica de Manises y numerosos retablos barrocos, que dan cobijo a pinturas de
estilo flamenco e italianizante de preciosa factura renacentista. Allí, en el presbiterio, a modo de altar mayor, instalaron la mesa
donde tomaron asiento Dolors Alberola, Vicent Berenguer, responsable de la editorial, y Begonya Pozo, directora del Aula de Poesía de la Universidad,
que presidió el acto y efectuó una breve glosa del libro, luego atinadamente
ampliada por la autora, quien a su exposición añadió la lectura de cinco
poemas. Luego, durante media hora interminable, estuvo firmando ejemplares del
libro, excelentemente editado por Denes. El acto fue ágil y brillante.
Redacción.-