Un Falla
idealizado toma las riendas de la narración y, suplantando al autor del libro,
emprende un largo paseo por el que podríamos denominar Cádiz eterno, si
existiese la eternidad; pero, no siendo así, la historia ocupa el sitio de tan
grave concepto y el ayer, con el hoy y el mañana más inmediato irrumpen en el
discurso con un resultado evidente: mostrar a los lectores una visión de la
ciudad, desde dentro, y reivindicar el gaditanismo de este músico genial, a
quienes muchos, a causa de su amistad con García Lorca, con quien compartió la
pasión por el cante flamenco, y sus largos años de residencia en la ciudad de
la Alhambra, tienen por granadino. Luego vino la guerra, el compromiso o no y
el exilio, el oscuro retorno a la España negra… la historia, en cualquier caso,
contada en el lenguaje de la vida.
Esto fue lo que
se propuso Antonio Flor Borrego al escribir Ruta
de Falla, un doble itinerario, que siempre conduce a la misma meta: la
devoción al arte. Sin él no se explica la obra del maestro ni aquella desusada
meticulosidad con que fue componiendo su Atlántida.
Josela Maturana,
autora del prólogo fue la encargada de efectuar la presentación en Jerez y lo
hizo con la misma pasión y complacencia estética con que escribe un poema, dejando constancia de su maestría.
Luego, el autor del libro fue glosando, una a una, las rutas que le dan título,
evitando cualquier incursión en lo convencional y académico, para mostrarnos un
Falla entrañable, trasunto suyo acaso, y una ciudad pletórica de luz, historia
y belleza.
El acto
concluiría con un breve –al menos, supo a poco a los numerosos asistentes-
recital de canciones a cargo del propio Antonio Flor, que hubo de repetir y
sumar y, en fin, firmar ejemplares.
Redacción.-