Se dice y es verdad que toda gran poesía apunta a
lo esencial, a esos temas –eternos, según algunos- que el hombre se plantea y a
los que trata de responder desde las coordenadas de su historicidad. Al leer
los poemas de este libro, recuperamos buena parte de nuestra memoria común: el
humanismo, sin ir más lejos, en todo lo que tiene de indagación, y así, sin
silogismos ni teoremas, con sólo la experiencia como vehículo, el autor nos
acerca a la interioridad de cada uno, descubriendo los móviles ocultos que dan
materia y forma a nuestro paso por el universo.
Sabe Carlos Guerrero que si el hombre es medida de
todas las cosas, su relación con ellas en esas coordenadas a las que antes nos
referimos no es sino la existencia, es decir, el acto de ser en un aquí y en un
ahora. Esto es lo que compartimos en tanto que seres vivos; ocurre sin embargo
que esa existencia no es un conjunto vacío y que, por el contrario, cada
individuo la llena de contenido : o sea, de amor, dolor, temor, valores, aventura…;
de vida, en definitiva: Vivir sin más
motivo es la crónica apasionada y apasionante de una obviedad. Se vive sin
motivo o, para ser exactos, sin más motivo que vivir. La vida es el motivo y el
poema un ardid para atraparla, como se atrapa a un pájaro.
El empeño no es fácil, desde luego, porque la vida
no es un departamento estanco, una idea cerrada y amurallada, esto es, un
espacio sincrónico, sino la suma de todos ellos más un puente que se nos tiende
a lo desconocido –pese a lo previsible del desenlace-, y entre unos y otros
-¡cómo no!- la memoria, que es el módulo o cápsula donde viaja nuestra
conciencia, desafiando esa especie de fuerza de gravedad del espacio y el
tiempo, buscando la precisa dimensión que nos hace personas.
Estamos ante un canto de exaltación a la vida en
todos sus matices, una especie de oda a lo Whitman, salpicada de claroscuros.
Alguna cita de Juan Ramón Jiménez, Rafael Soler o Mario Benedetti nos acercan
al sur, a ese duelo barroco y conceptista entre la luz y la sombra, el amor y
la soledad, la vida y la muerte, que humaniza la reflexión del autor con una
brizna apenas de agonía.
El poeta, sin duda, ha sabido captar y reflejar esa
dimensión épica de la vida, sin la cual, carente de un motor que la impulse,
sería del todo inmóvil o, dicho de otro modo, no sería nada.
La vida, en
consecuencia, es una historia. La vida, cada
vida, lo que, en términos de lenguaje, nos da un pequeño número de páginas,
que van a parar no al mar de Jorge Manrique, que es el morir, sino a la única forma posible de inmortalidad
conocida hasta hoy, la de seguir viviendo en la memoria de la posteridad.
Tras las palabras
introductorias de Domingo F. Faílde, la voz de Carlos Guerrero hizo sonar los
versos de su libro, que ayer, por la noche, presentara en Jerez. Leyó una
generosa selección de poemas, firmó ejemplares y fue protagonista de otra
hermosa velada poética.
Redacción.-