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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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19 de diciembre de 2010

Carlos Guerrero presentó en Madrid "Las horas descontadas". El acto tuvo lugar el día 16


En Madrid, capital de la poesía, según reza un reciente reclamo, tuvo lugar la presentación del libro Las horas descontadas, de Carlos Guerrero. El acto, en el que intervinieron el poeta y editor Pablo Méndez (Ed. Vitruvio), la escritora Sonsoles Sáez, el poeta Domingo F. Faílde y el propio autor, se celebró el pasado jueves, día 16 de diciembre, en la Fundación El Tomillo.    
Carlos Guerrero -dijo Domingo F. Faílde en sus palabras de presentación- nació en Zamora, vivió, creció y trabajó muchos años en Ceuta, cursó estudios medios y superiores en Madrid y, por distintas razones, ha residido en diversos lugares de España, hasta recalar en el retiro dorado de Sabinillas, un oasis junto al Mediterráneo, a caballo entre Málaga y Cádiz. En razón de su edad, debemos ubicarlo cronológicamente en la generación del 70, con todas sus consecuencias, al menos en lo que concierne a su educación sentimental; como castellano-leonés, hay que buscar en su genoma lírico secuencias de ADN que lo acercan a voces tan señeras como León Felipe, el gran olvidado de Tábara, Claudio Rodríguez y, desde luego, Jesús Hilario Tundidor. Y si el influjo andaluz lo acerca a Bécquer y Cernuda, debe a Madrid su aliento cosmopolita y al ambiente coetáneo una forma de ser y estar en el mundo, de verlo y entenderlo, de integrarse en el tren de la historia.  
Sin embargo, la deuda de Guerrero con Cernuda vendría a ser la misma que éste contrajo con Bécquer, igualmente acreedor de Machado y, en definitiva, de todos aquellos poetas que, entre la brillantez retórica y el desnudo esplendor de la claridad, optan por esta última y, sin precipitarse en el prosaísmo, gustan de pasear por el filo de la navaja, que ellos incluso afilan más todavía con su dicción audaz e indudables hallazgos expresivos, ocultando bajo la sencillez de un disfraz el a veces complejo entramado de su propia experiencia.     
Así, Con las horas contadas, el dramático libro de Luis Cernuda, constituye un ajuste cuentas con la vida, y el autor, consciente de la inminencia del fin, se arroja a las llamas del deseo, buscando en ellas la imposible salvación. Las horas descontadas plantean la cuestión de otra manera. Que la vida es fugaz lo saben desde siempre los poetas, que han llenado millares de páginas con este lugar común. Guerrero, sin embargo, consciente de esta trágica realidad, urde una maniobra dilatoria y, al igual que Darío, rey de los persas, manda llamar a sus hijos y los hace venir de regiones remotas, el poeta detiene el reloj y la partida de ajedrez que le juega a la vida queda, por tanto, en suspenso: nada va a suceder –son las reglas del juego- hasta que su rival mueva ficha. Mientras esto sucede, rebobina, desanda la existencia y, uno a uno, van poniéndose en marcha los recuerdos, emprendiendo su anábasis peculiar.    
Esta especie de retirada, este repliegue aplazador de la muerte, comporta un viaje al que alguien denominó paraíso de la infancia. O de la adolescencia. O de la juventud. Pero, como se sabe, es la conciencia de pérdida lo que convierte a un lugar o una época en el espacio/ tiempo mitológicos que, siguiendo a Manrique, es, por pasado, mejor. Éste es el ámbito de Las horas descontadas, que, más allá de la anécdota y la utopía, que destacan iconos generacionales, se agazapa el retrato moral de un país, de unos años y la generación que le tocó habitarlos, componiendo un discurso polivalente: los juegos infantiles, las meriendas con pan y chocolate, el descubrimiento de la sexualidad, etc., etc., nos levantan los naipes de la educación sentimental del yo-lírico y crean una atmósfera a cuyo abrigo muestran sus estambres los temas obligados de toda gran poesía. El incierto sentido de la vida, el inexorable y veloz transcurso del tiempo, el binomio amor/desamor, la memoria y la muerte, comparecen en el discurso y lo hacen sin estridencias, asomando por la ventana que el autor les franquea, sujetos a su anhelo de equilibrio.   
Este afán se refleja en la propia estructura del libro. Partiendo de un poema que, a modo de prolepsis, despeja la atmósfera del conjunto, el autor, en una especie de traveling cinematográfico, se acerca a la voz lírica. Está mirando el mar, a la luz de la luna, y enciende un cigarrillo. A partir de ese instante, un flash-back nos acerca y aleja de un pasado, que irá tomando forma y cobrando vida, a lo largo de los 50 poemas, repartidos en cuatro partes, que componen la entrega, dividiendo la andadura del poeta en cuatro momentos de luz: amanecer, mediodía, ocaso y noche cerrada, con un simbolismo evidente. De forma simultánea, de la gozosa celebración inicial iremos, poco a poco, trasladándonos al registro elegíaco del último capítulo, donde el presentimiento de la consumación adquiere dimensiones bellamente desoladoras: nada, pues, hay detrás de la puesta del sol, sino la persistencia del frío.
El acto transcurrió con gran brillantez y, como suele ser costumbre en este tipo de eventos, se prolongó hasta altas horas de la madrugada en un céntrico restaurante de la capital del Estado.

Redacción.-

10 de diciembre de 2010

Libros de la Frontera: lectura poética de Dolors Alberola, Chencho Ríos y Domingo F. Faílde


Bares, librerías y hasta la propia calle se han convertido, de un tiempo acá, en escenario de elección para muchos poetas y artistas que, hartos de la tutela elitista y sectaria de los salones institucionales y los espacios mediáticos, cada vez más casposos, próximos al poder, optan por una especie de acción directa que, en cierto modo, reivindica el espíritu de la vieja juglaría medieval y, superando la ruptura tradicional entre el autor de hecho y sus lectores potenciales, entre la poesía denominada culta y la presuntamente popular, a despecho de quienes –políticos, gestores culturales, editores y algunos escritores adictos al sistema- se han venido beneficiando de esta situación y, en suma, del concepto castrante de la cultura como industria y comercio, al servicio de los mercados.  
El caso es que, en ciudades como Madrid y provincias como Cádiz –y conste no es la única ni mejor, por supuesto, que las demás- se está produciendo el fenómeno y los actos de comunicación literaria –disímiles, no obstante, en calidad- se están multiplicando. La poesía se pone nuevamente de moda.   
Con el mecenazgo de Jaime García, propietario de la librería Libros de la Frontera, en Jerez, tuvo lugar anoche una lectura poética, a cargo de Dolors Alberola, Chencho Ríos y Domingo F. Faílde, que, durante una hora, llenaron con sus voces el establecimiento, bastante concurrido para la ocasión.     
La poeta Maribel Tejero, investida maestra de ceremonias, tuvo a su cargo la presentación de los participantes y cumplió con rigor, no exento de ternura emocionada, su cometido, pasando revista a tres trayectorias, tres poéticas, tres autores distintos, que se fueron turnando en la lectura, creando de este modo una hermosa polifonía, bajo la batuta –invisible, aunque perceptible- de la amistad, el amor a la palabra y la pasión creadora.      
Dolors Alberola cautivó a los oyentes con esos grandes poemas alberolianos –así los llamó Faílde en su introducción a De piedra y sombra- que, como dijo Josela Maturana, no defraudan jamás, y estaba en lo cierto, pues la autora ha logrado derramar en sus versos una bien embridada emoción, compatible con una arquitectura formal primorosa y bruñida, a bordo de la cual navegan sus obsesiones metafísicas y esos temas eternos que ella sabe vestir de actualidad.      
Chencho Ríos, por su parte, puso de manifiesto su talante transgresor, demostrando que el mismo, más allá de actitudes juveniles o poses vanguardistas, es proa de un proyecto depurado con seriedad, que devuelve el protagonismo a la palabra poética, en tanto que creadora y fundadora. En sus textos se rompen, en efecto, los ancestrales géneros literarios y el lenguaje, en libertad, unifica poesía, ensayo, teatro, cómic y ciencia, en la ficción de un cosmos que rebasa su propia realidad.      
Domingo F. Faílde centró su intervención en los textos de su última etapa, esa poesía en fase terminal, como él prefiere denominarla, en la que desengaño, descreimiento e ironía van tejiendo el sudario de un mundo –aquel que la generación del mayo francés trató de cambiar- que se acaba también. Su visión, pesimista por norma y, a veces, apocalíptica, persigue en el poema la lucidez, que el poeta tamiza con humor, no exento de ternura.       
Una grata velada, compartida con el público, entre el cual se encontraban algunos poetas, que habría de prolongarse hasta altas horas, con vino de la tierra y muchos alicientes.    
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Redacción.-

4 de diciembre de 2010

Museo al aire libre. Un mercado de arte en el centro de la ciudad


El sol de la mañana –esta tibia mañana de no sé qué estación- se vio pronto turbado por el viento y las nubes, de su mano, enturbiaron la placidez del día. Y no es que hiciera frío, sino que el aire golpeaba con fuerza los tenderetes y la humedad se clavaba como un cuchillo en mirones y paseantes, imponiendo en la calle la ley del invierno.     
Incómodo, el paseo, pero hermoso. Las ciudades son bellas cuanto más se parecen a París, aquel París bohemio de Pigalle y Montmartre, del Moulin Rouge y los artistas noctámbulos, cuando aún no existía esa horrible noción de los políticamente correcto y ser impresentable y un algo transgresor era tenido como título de nobleza, en un país que había puesto a los nobles donde debían estar.   
Estimulante, pues, pasar a horas tempranas por la coqueta plaza de Plateros y, desde ésta, callejeando, ir a parar a Lancería y sus aledaños, hoy convertidos en mercado de arte o, al menos, una muestra al sereno del quehacer de numerosos artistas, que allí desafiaban a la inclemencia climatológica y a una crisis dañina como pocas. Las ventas, sin embargo, rara vez significan calidad, pues como dijo Machado sólo el necio/ confunde valor y precio. El valor y la calidad acaso merecieran unas líneas, que exceden el objeto de las mismas.      
Vimos muchos estilos y tendencias compitiendo por los favores de un público que, por regla general, apresuraba el paso de camino a sus menesteres, mientras la minoría, siempre la minoría juanramoniana, miraba, preguntaba y, en algún caso, adquiría la obra de su predilección. Había ismos de todos los colores, desde el hiperrealismo hasta la abstracción, pasando por el expresionismo y los cuadros de género (rincones de Jerez, costumbres y tradiciones, paisajes diversos), que suelen gustar –estos últimos, claro- a los más autocomplacientes.     
Alguien hará balance y, tal vez otro año, se evite mezclar churras con merinas, pintores con mendigos profesionales y artesanos con top-mantas: no es de recibo, sobre todo cuando los españoles resultan casi siempre discriminados. Vale sacar el arte de sus templos, pero no de cualquier manera.     
Sea como sea, engalanar la calle con cientos de cuadros es un lujo que, a más de uno, nos gustaría disfrutar a diario.   
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Redacción.-

El sábado pasado, en Algeciras. Homenaje al poeta Manuel Fernández Mota


El sábado pasado, la Fundación Municipal de Cultura que, en Algeciras, lleva el nombre del poeta José Luis Cano, tributó un homenaje al también poeta Manuel Fernández Mota, cuya fecunda trayectoria le convierte, a sus 85 años de edad, en una figura patriarcal y señera dentro del panorama literario del Campo de Gibraltar, donde ha creado toda su obra.   
Su labor, desde luego, no fue fácil, pues hubo de sortear los rigores de la falta de libertad de expresión durante la dictadura y no pocas incomprensiones y silencios interesados después, todo lo cual, sin embargo, no le impidió sacar a flote la revista Bahía, de la que fuera fundador, el premio del mismo nombre y otros proyectos de memorable calado, empezando por su propia obra, jalonada de hermosos libros: Destellos del barro (1964), Diálogo astral (1971), Las horas maduras (1975), La voz estremecida (1975), Los muñecos de Prometeo (1977), La noche de los profetas (1980), Poemas de la Bahía (1985), Lunas de Guadalmesí (1990), Pétalos pluviales (1997), Poemas de la Isla Verde (1998), La antorcha en vuelo (1999) e Himnos de Leo (2003). Una importante selección de su obra ha sido reunida en Cármenes, de reciente publicación. Por su contribución a la cultura, que ya le ha valido numerosos premios y distinciones, será impuesto su nombre a la sala de lectura que, próximamente, se inaugurará en la Fundación algecireña.    
En el acto literario intervinieron los poetas Juan José Téllez, Juan Gómez Macías, que definió a Fernández Mota como mantenedor de la voz poética del Campo de Gibraltar, y Juan Emilio Ríos Vera. Otros poetas, residentes en distintos puntos de nuestra geografía, se adhirieron al homenaje y remitieron al veterano autor palabras de cariño y reconocimiento.
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Redacción.-

3 de diciembre de 2010

Anoche, en Jerez. Josela Maturana presentó "Para entrar en la nieve"


Corredores de fondo y veloces ciclistas/ ascienden al domingo perpetuo de las rocas./ Hay un niño en la escarcha/ y un violín de cerveza raya la lejanía./ El paisaje describe la razón de estar vivos…    
Anoche, en el salón de actos de la Fundación Caballero Bonald y ante un público numeroso e interesado, disfrutamos de la palabra de Nieves Vázquez Recio, catedrática de la Universidad de Cádiz y escritora, que hizo la glosa de Para entrar en la nieve, de Josela Maturana.    
Del discurso de la presentadora, elegante, inteligente y sobrio, cabe destacar la valiente aseveración de que, hoy en día, y ante las elementales cosas que se presentan como poemas, era digna de destacar, más que nunca, la voz, totalmente madura y eficiente, de la autora del libro.    
Ésta, a su vez, haciendo crítica de los distintos escritores que casi leen en su totalidad las obras presentadas, estuvo comedida en la lectura, dejándonos con apetencia de más versos, más delicadas y novedosas metáforas, que van entretejiendo su sólido y sobrio quehacer, más filosofía y más luz, como la que vertió sobre el auditorio, dejándonos una leve y airosa memoria de los que podrían ser padres de su escritura, Gamoneda y Valente.   
Un tiempo, el de afuera, donde el frío parecía querer unificarse con el tema tratado y donde, simultáneamente, adentro se cuajaba de sol esperanzado entre los cristalinos verbos que iban arañando nuestra piel y arrastrando las almas y el oído hasta un jardín sinfónico, que solamente Maturana se atrevía a sembrar en el recién nacido diciembre de este año.    
Confieso que temblamos, más de uno, ante estos versos: Contra lo ardido y lo talado,/ la niñez va sembrando su flauta por los bosques…     
Bella velada, pues, la ofrecida por Josela Maturana, que, desde 1997, con La vida inédita, ha ido consolidándose como una poeta de profundo calado y exquisita dicción, a través de los títulos que, sucesivamente, han venido enriqueciendo su nómina bibliográfica: Oficio del regreso (1999), La soledad y el mundo (2000), No podrá suceder (2005), Principio de la desolación (2007), Lugares de orfandad (2008), Mar de cloro (2008) y este recién nacido Para entrar en la nieve
         
Redacción.-