Bares, librerías y hasta la propia calle se han convertido, de un tiempo acá, en escenario de elección para muchos poetas y artistas que, hartos de la tutela elitista y sectaria de los salones institucionales y los espacios mediáticos, cada vez más casposos, próximos al poder, optan por una especie de acción directa que, en cierto modo, reivindica el espíritu de la vieja juglaría medieval y, superando la ruptura tradicional entre el autor de hecho y sus lectores potenciales, entre la poesía denominada culta y la presuntamente popular, a despecho de quienes –políticos, gestores culturales, editores y algunos escritores adictos al sistema- se han venido beneficiando de esta situación y, en suma, del concepto castrante de la cultura como industria y comercio, al servicio de los mercados.
El caso es que, en ciudades como Madrid y provincias como Cádiz –y conste no es la única ni mejor, por supuesto, que las demás- se está produciendo el fenómeno y los actos de comunicación literaria –disímiles, no obstante, en calidad- se están multiplicando. La poesía se pone nuevamente de moda.
Con el mecenazgo de Jaime García, propietario de la librería Libros de la Frontera, en Jerez, tuvo lugar anoche una lectura poética, a cargo de Dolors Alberola, Chencho Ríos y Domingo F. Faílde, que, durante una hora, llenaron con sus voces el establecimiento, bastante concurrido para la ocasión.
La poeta Maribel Tejero, investida maestra de ceremonias, tuvo a su cargo la presentación de los participantes y cumplió con rigor, no exento de ternura emocionada, su cometido, pasando revista a tres trayectorias, tres poéticas, tres autores distintos, que se fueron turnando en la lectura, creando de este modo una hermosa polifonía, bajo la batuta –invisible, aunque perceptible- de la amistad, el amor a la palabra y la pasión creadora.
Dolors Alberola cautivó a los oyentes con esos grandes poemas alberolianos –así los llamó Faílde en su introducción a De piedra y sombra- que, como dijo Josela Maturana, no defraudan jamás, y estaba en lo cierto, pues la autora ha logrado derramar en sus versos una bien embridada emoción, compatible con una arquitectura formal primorosa y bruñida, a bordo de la cual navegan sus obsesiones metafísicas y esos temas eternos que ella sabe vestir de actualidad.
Chencho Ríos, por su parte, puso de manifiesto su talante transgresor, demostrando que el mismo, más allá de actitudes juveniles o poses vanguardistas, es proa de un proyecto depurado con seriedad, que devuelve el protagonismo a la palabra poética, en tanto que creadora y fundadora. En sus textos se rompen, en efecto, los ancestrales géneros literarios y el lenguaje, en libertad, unifica poesía, ensayo, teatro, cómic y ciencia, en la ficción de un cosmos que rebasa su propia realidad.
Domingo F. Faílde centró su intervención en los textos de su última etapa, esa poesía en fase terminal, como él prefiere denominarla, en la que desengaño, descreimiento e ironía van tejiendo el sudario de un mundo –aquel que la generación del mayo francés trató de cambiar- que se acaba también. Su visión, pesimista por norma y, a veces, apocalíptica, persigue en el poema la lucidez, que el poeta tamiza con humor, no exento de ternura.
Una grata velada, compartida con el público, entre el cual se encontraban algunos poetas, que habría de prolongarse hasta altas horas, con vino de la tierra y muchos alicientes.
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Redacción.-