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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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26 de junio de 2006

HAIKUS EN MONTENMEDIO



El haiku, que carece de título y de plural, aunque al aclimatarse al castellano haya adquirido lo uno y lo otro, es una forma de expresión poética muy apreciada por un buen número de lectores, amantes de lo breve, y de autores no demasiado inclinados a los textos de envergadura, dicho sea sin menoscabo de la elegancia formal del poema estrófico japonés, bastante parecido a nuestras seguidillas, aunque también menos hondo. El minimalismo, en boga hace unos años, lanzó a la pasarela literaria estos breves destellos que, en otro orden de cosas, aparecen en poetas como Manuel Machado o Mario Benedetti –por no alargar la nómina- y tienen ciertas concomitancias con los “suspirillos germánicos” de Gustavo Adolfo Bécquer. De ahí que sea la escuela sevillana -por llamarla de alguna manera- la que más ha apostado por la concreción de los haiku, palabra nipona que viene a significar “lo que sucede aquí ahora mismo”. Se trata, pues, de congelar un momento y extraerle su sustancia poética.
Pero, naturalmente, no tratamos aquí de enjuiciar una estrofa que, en la mañana del domingo, 25 de junio, logró un prodigio poco común, a saber: que, por unos momentos, la poesía impusiera su presencia y aliento sobre las individualidades congregadas en Montenmedio.
Denominar incomparable a un sitio incurre en un tópico detestable que bien me gustara evitar. Pero aplicárselo a Montenmedio resulta, a todas luces, inevitable, pues se trata, sin duda, de una sala de arte al aire libre, donde la vegetación de la dehesa vejeriega convive en armonía con esculturas de vanguardia o envuelve, como es el caso, una hermosa lectura de haikus, en la voz de sus creadores o de quienes optaron por prestar la suya a otros poetas.
En el hamman, bellísimo, que ocupa un par de ‘rooms’ de aquel vasto complejo, resonaron los versos de Dolors Alberola, Raquel Zarazaga, Julio Rivera, Álvaro Quintero, Ignacia Rodríguez, Isabel de Rueda, Mauricio Gil Cano y, cómo no, Luís Salvador Carulla, impulsor del evento, arropados por la sensibilidad de muchas personas que, con Francisco Carrasco a la cabeza, no quisieron perderse un rato de emoción.
Patrocinaron el acto la Fundación NMAC (Montenmedio Arte Contemporáneo), que sirvió el escenario, y la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez de la Frontera, que hizo lo propio con el ágape de clausura, muy animado.
Insisto en este punto porque, trivial para muchos, me parece importante. Y es que, cuando el rodillo globalizador se empecina en aniquilar la cultura del vino, con su carga de generoso y fraternal hedonismo, su filosofía vitalista y su cálido sentido del diálogo creador y la amistad, aferrarse a nuestras raíces y apostar por las tradiciones de nuestro espacio cultural, mediterráneo y atlántico, se me antoja por fuerza transgresor y plausible. Los responsables de la Escuela se suman de este modo al sano movimiento de resistencia frente al desarraigo, aportando lo más popular del spanish way of life: nuestros hábitos tabernarios y la más deliciosa cocina.

DFF, junio, 2006.-

23 de junio de 2006

HOJAS DE BOHEMIA: presentación en Sevilla

El solsticio de verano llevó a Sevilla esa gran fiesta de la palabra que vienen siendo las presentaciones de los libros EH. Así, la colección “Hojas de bohemia”, que dirige Mauricio Gil Cano, puso en escena la de “Gilgamesh”, “Declaración de un vencido”, “Arte de perros” y “Habitación en la tierra”, a cargo de sus autores, los poetas Miguel Florián, el propio Mauricio Gil Cano, Dolors Alberola y Julio Rivera, cuyos versos elevaron muchísimos grados la ya tórrida temperatura que se dejaba sentir en la capital andaluza. Actuaron como maestros de ceremonias, glosando las obras presentadas, Domingo F. Faílde y Mauricio Gil Cano.
El acto, una vez más multitudinario, había comenzado con la intervención de Francisco Romero, director de la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez, que expuso su proyecto editorial, y del presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía.
Al final, siguiendo una gozosa costumbre, iniciada por los responsables de EH, corrieron entre el público los mejores vinos jerezanos y una suculenta gastronomía, mientras autores, críticos y lectores departían amablemente sobre lo sucedido y, durante la larga velada, la poesía se adueñó del hermoso recinto que fue, por unas horas, su templo: la sede central de la Caja de Ahorros de San Fernando, un bellísimo palacete neoclásico, reformado y adaptado tras el incendio sufrido en la segunda década del siglo XX, que guarda en sus estancias algunas entrañables reliquias, caso de los dos cañones dieciochescos, centinelas mudos de la placa que, el 1812, dio a la de San Francisco el nombre de Plaza de la Constitución.
Lo dicho, una fiesta, y no había para menos: llegaban a Sevilla los mejores libros de poesía publicados en Andalucía desde hace muchos años. Quien lo dude, vaya y los lea.

DFF

20 de junio de 2006

EL MUNDO DE FRAM RAMÍREZ



O uno vive a la sombra de todo lo que ocurre, o sucede, sin más, que andamos embutidos en nuestras propias cosas, si ver que, a nuestro lado, hay vida inteligente, por supuesto, y mucho más talento del que cualquiera sea capaz de imaginar.
Empiezo de este modo porque me veo asaltado por la sorpresa y acaso me reprocho no caminar despierto por la vida, atento a los prodigios que, agazapados en el yo más íntimo de los otros o apartados de nuestra personal trayectoria, se manifiestan ahí mismo, delante de nosotros, con esa misteriosa sencillez que acompaña a lo portentoso.
Más allá de preámbulos y consideraciones, conocí a Fram Ramírez hace sólo unos meses. Hablo de conocerlo en presencia y figura, que dijese San Juan de la Cruz, relacionando ambas con un nombre que escuchara en alguna ocasión.
Alto, delgado, pálido, con el toque hierático y fascinante de algunas figuras egipcias, cubría su cabeza, protegiéndose del frío y la humedad, con un gorro de lana, caminando a zancadas bien medidas y armónicas, con la rara elegancia de quien tiene por hábito la belleza, no importa dónde se halle ni de qué modo se manifiesta.
Y, por fin, penetré en el secreto a voces de su arte, que me brindó un pretexto para, tras muchos años, seguir descubriendo esta tierra, con sus raros caminos y vericuetos, que conducen a extraños lugares y monumentos que nadie ve.
Procedente del ámbito del cómic –él mismo lo confiesa-, trasladó a la informática su pasión por la imagen e indagó en este medio los cauces expresivos necesarios para contar historias, significar ideas y sentimientos, y, en suma, comunicar a sus semejantes una visión del mundo, la historia, el paisaje, en un idioma nuevo y diferente, que consiga captar nuestra atención e interés, trabajándonos algo tan complejo como la sensibilidad.
Hay que herirla. Quien no sienta en sus carnes el restallar del látigo, no podrá sumergirse en el abismo de sensaciones que ésa u otra experiencia llevan en el magín. No es de extrañar por ello que los seres que pueblan sus montajes exhiban ciertas ínfulas sadomasoquistas, metáfora sin duda de la relación del hombre con un sistema político y económico que, paradójicamente, nos quita la vida a cambio de bienestar.
Partiendo de esta base, las ruinas romanas de Carteia y las industrias que las rodean configuran un territorio mítico, donde la arquitectura de las fábricas, con sus hierros torcidos y humeantes, flanqueadas por un bosque de chimeneas, se muestran como enormes catedrales, levantadas a dioses sombríos.
Recorrer sus alrededores supone desplazarse al imperio de la imaginación. La enorme maquinaria de esos templos metálicos parece respirar y se oye, en efecto, su herrumbroso ronquido, mientras lenguas de fuego ondean como grímpolas. La escena está servida y Fram la llenará de personajes, seres elementales, casi estatuas de carne, cuyos cuerpos desnudos muestran una apariencia genesíaca que nos transporta a un mundo en constante renovación.
Un mundo que proclama su belleza, allí donde la vista sólo percibe desolación. A veces, los artistas nos hacen descubrir estos encantamientos.
© Domingo F. Faílde
© Diario Europa Sur. Algeciras, 05-06.06.-

18 de junio de 2006

Dolors Alberola presenta EL LIBRO NEGRO en la Fundación Rafael Alberti


El día 16, en el salón de actos de la Fundación Rafael Alberti, de El Puerto de Santa María, tuvo lugar la presentación de “El libro negro”, editado por Huerga & Fierro, que valiera a Dolors Alberola el XI Premio de Poesía para Poetas Andaluces “Ciudad de San Fernando”.
Las palabras de introducción estuvieron a cargo de Domingo F. Faílde y la lectura de poemas por su autora fueron acompañados por las imágenes de Fram Ramírez, cuyo audiovisual “X-Love” también se proyectó en esta ciudad.

DFF

Acerca de EL LIBRO NEGRO



Después de muchos años consagrados –inmolados, incluso- a la literatura, una veintena de libros en los anaqueles y una copiosa nómina de premios, quien se acerque a la obra de Dolors Alberola, rica en registros, variada por su culto a la amenidad –aquel delectandum docere, que dijo Cicerón- y, por su demostrado dominio del lenguaje, versátil, llegará fácilmente a la conclusión de que, en medio de tanta abundancia y diversidad, sobresalen –es de rigor- las obsesiones fundamentales de la autora: el tiempo, el dolor y la muerte. Y, como todo engendre su contrario, situaremos en el otro platillo de la balanza el contrapeso hermoso del amor, el culto a la palabra y al poema y esa santa locura, casi mística, que la conduce al número pitagórico, a la armonía del cosmos y a la intuición de la divinidad. Sobre estos elementos ha construido un universo propio que, por medio del lenguaje de la poesía, abre todas sus puertas y ventanas, se hace comunicable, se propone a la participación.
Pero, volviendo a las obsesiones que acabamos de enumerar, supongamos que las primeras conforman un espacio negativo o, al menos, oscuro, en tanto sus contrarias –o supuestas contrarias- iluminan un ámbito positivo. Si se juntan aquellas, si se abre en el verso la caja de Pandora y, en fin, se les permite, campar por sus respetos en el verbo, el resultado será un libro negro, como éste que presentamos.
Así es. El libro negro, publicado por Huerga & Fierro, tras haber obtenido el XI Premio para Poetas Andaluces “Ciudad de San Fernando”, es la culminación de una trilogía que actualiza, condensa y conduce a la perfección el sentido más hondo de toda la obra de Dolors Alberola, compuesta por éste, por Acaso más allá, premio José Luís Núñez, y El don del unicornio, premio Ernestina de Champourcin. Si el último se centra en el dolor, representado por catástrofes conocidas, la ignominia del holocausto perpetrado por el nazismo y el horror de las guerras, el anterior traspasa el umbral de la muerte para indagar la luz que alumbre este otro lado o, si así se prefiere, para robar nuevamente a los dioses el fuego de Prometeo y acercarlo a los hombres en las tribulaciones más grandes de su historia, cuando todo se desmorona y no hay respuesta alguna a no ser esa especie de huida hacia delante que, en vez de a la ruina o el desfalco, nos aboca a la única esperanza. Por fin, El libro negro, podría presentarse como la síntesis dialéctica de los dos mencionados, pues en él, en efecto, encontramos dolor y nos damos de bruces con la muerte y nos vemos, tal somos, zambullidos en la piscina del tiempo, arañando las sombras, la negrura del ser y nuestro mundo, buscando sin embargo una tabla de salvación.
Mas vayamos por partes y con tiento, pues los conceptos y explicaciones convencionales resultan peligrosos si se aplican a una escritura poco o nada convencional, que reniega del tópico y explora soluciones mucho más imaginativas, con la audacia de quien, en vez de formular teorías científicas, propone una aventura, un viaje al abismo, aun cuando sabe bien puede no haber regreso y quedar, como Laika, la perra cosmonauta –que aparece, por cierto, en otro libro reciente, Arte de perros- satelizada en la inmensidad: éste es, quizás, el destino del hombre, si la cifra que lo designa no retorna a los brazos simbólicos del Uno (De lo intangible, pág. 30).
Sería atroz, desde luego, no menos que la angustia desprendida por esta interrogante, tenida desde siempre como clave de todos los misterios. La existencia, como el hombre que pasa cada tarde por delante de la ventana del estudio de la poeta, canta siempre la misma estrofa (pág. 13). El monótono tarareo del hombrecillo nos remite a una rueca que gira sin descanso, entonando aquella salmodia que pone voz a la soledad. El personaje de nuestra parábola es un instante apenas en el tiempo, esto es: existe, a no ser que vivamos –como el Augusto Pérez unamuniano- a bordo del sueño de alguien y todo, en consecuencia, se reduzca al Espejismo que titula el poema de la página 16.
Pero ni esto siquiera sabemos y, mientras la evidencia apunte hacia lo oscuro, nos vemos obligados a cargar con el peso de tanta desolación. El mundo, desde luego, no es el país de Alicia, que describen las páginas 25 y 26 en clave muy distinta al de las maravillas, imaginado por Lewis Carroll, pues somos muerte y engendramos muerte. E incluso al acercarnos a aquel tópico clásico del carpe diem (pág. 35), la autora va más lejos que Ausonio y Garcilaso, y si estos veían la vejez como salida de la juventud, ella ve sólo muerte: Morir como una recta o un declive,/ o un sol, cuando la tarde derrota sus caudales./ Morir, tal vez no haber sido ya nunca/ -quizás, o convertirse en silencio profundo, afirma en el poema titulado Instantánea (pág. 36). Muertos entre los muertos, la historia es un catálogo de catástrofes, ante el que sólo cabe hacer preguntas y esperar la respuesta acaso en vano, temiendo que, si sueño es nuestra vida, el despertar sea un sueño más negro aún.
Esta inquietante tesis, implícita en la obra de Dolors Alberola, conduce a una intuición visionaria que le ha proporcionado momentos muy brillantes y una gran originalidad: la idea de que el tiempo, como ya advirtió Kant, es sólo un referente o marco donde el hombre sitúa su experiencia deja paso a la sugestión de su inmovilidad. El tiempo, inaprehensible en su fugacidad o potencia tan sólo en continuo proceso de transcurrir se emplaza en un presente que todo lo contiene, de modo que el ayer, hoy y mañana coexisten, simplemente, acaso porque son meras secuencias de otro ser que nos piensa o, como ya se ha dicho, nos sueña. De ahí la inclinación de la poeta a anular en el texto tanto el tiempo como el espacio, lo cual constituye una de las características más notables y personales de su poética. Así, en El monte trémulo (2004), el autobús que tiene su parada junto al Parque de Bomberos, se mezcla con María Magdalena o los trenes del 11-M , en Esa mujer de Lot (2005), con muchachos americanos en cuya camiseta se publicita la imagen de Bush, los habitantes de Sodoma o las mujeres afganas, sin que nunca se incurra en anacronismos ni el recurso se quede en un mero alarde. De la misma manera, la autora de El libro negro recorre en este libro paisajes diferentes y diferentes épocas. La vemos en su casa jerezana, paseando por el Sena o a la orilla del mar, en China con las niñas repudiadas, en la antigua Roma o comprando en un supermercado cualquiera, cruzándose con Lesbia, con la memoria de Alfonsina Storni y, cómo no, con sus propias ensoñaciones, que lo son en idéntica medida de un mundo concebido desde el deseo, pero instalado –cernudianamente- en la realidad. Todo se mezcla, en fin, componiendo un mosaico abigarrado que, al suprimir la historia, se resuelve en una especie de pambiologismo –vamos a designarlo con este vocablo de mi invención- donde se dan la mano vivos y muertos, nacidos y por nacer, en espacios que exceden todo límite. En el poema Encrucijada (pág. 33), leemos lo siguiente: Convivimos sin tiempo y todo tiempo/ se une en derredor.
Objetará el lector, no sin motivo, que tras esta visión del espacio y el tiempo ha de alentar, por fuerza, una esperanza de eternidad y, por tanto, la superación de la muerte. Y es cierto. El temor de la autora, su obsesión lancinante, su más atroz pesadilla descansa justamente en el temor de que, al despertar, se frustre esa esperanza y triunfe esa muerte en la que no puede ni quiere creer, contra toda razón y evidencia. El poema Ladrón de sueños (pág. 43) termina con estos versos certeros: Le estoy robando a Dios su arquitectura/ por si acaso no hay nada tras la muerte.
Desde luego, no estamos ante un libro apocalíptico, heraldo de catástrofes, ni tampoco se trata de un alarde de fe. La religiosidad de El libro negro, si es que hay alguna, habría que buscarla en su incursión continua en el misterio, tributaria de la pasión vital de la autora. Ella, que ama a la vida, pero que, sin embargo, se sabe abocada a la muerte, se empeña en construir esa esperanza utópica o ensoñación de inmortalidad a través de lo que, al principio, situamos –recuérdenlo- en el otro platillo de la balanza; es decir: el contrapeso hermoso del amor, el culto a la palabra y al poema y esa santa locura, casi mística, que la conduce al número pitagórico, a la armonía del cosmos y a la intuición de la divinidad.
Pasamos, pues, del lado que llamamos oscuro –lo cual no deja de parecernos convencional- al otro, luminoso, que transforma lo negro en blanco o, mejor todavía, que, a modo de damero, realiza la unidad de los contrarios, tal como ocurre en la realidad.
Si la primera parte, titulada Prefacio, nos pone en situación, y Canon, la segunda, seguida de Testamento y memoria, nos desarrollan todo lo enunciado, la última, haciendo honor al título, constituye un auténtico Puente al alba, por cuanto el resplandor que de la oscuridad se desprende se abre aquí, silencioso, dejando en su interlínea el legado poético de la autora: su amor a la vida, su amor a los seres que la transitan y, por supuesto, esas herramientas de salvación que, desde los comienzos, habían comparecido ante los lectores: los sentimientos (el amor, en particular), la poesía, nos salvan de la muerte, nos aferran al tren de la eternidad.
Porque, a pesar de todo, el mundo es bello, aunque aparezcan, de vez en cuando, esos lentos aviones del poema Mirando las alturas (pág. 14), rompiendo la armonía. El poeta, mediante la palabra, está llamado a reconstruirla, investido de su propia, creadora potestad: Ayer yo tuve fe,/ supe la eternidad y sus arcanos, compartí todo pan y fui tu sangre./ Hoy comulgo la vida, recordando/ que el universo entero es sólo piel, guijarros de la piel contra un camino,/ sequedad de la piel, pompa de angustia.// Pero ayer yo fui dios, y recreé mi sombra (pág. 15).
La sombra. O sea, la imagen, proyectada sobre la pared de Platón. Tienen gran importancia las imágenes en la obra poética de Dolors Alberola, y no me estoy refiriendo –al menos, en lo que respecta a este libro- a las metáforas habituales, sinécdoques y demás, de las que se reputa maestra consumada, sino de aquella otra, la imagen visionaria –así la denominaba Carlos Bousoño-, que, con pocas palabras, describe universos. Los poemas de El libro negro se construyen sobre este tipo de imágenes, aunque no todas, naturalmente, sean cósmicas: Le estoy robando al tiempo cada imagen (pág. 43), nos dice, y las suyas, sin duda, están dotadas de una gran eficacia significativa y la habilidad de crear espacios simbólicos en los cuales la anécdota, la experiencia o el pretexto son trascendidos para remitirnos a un significado de perfecto diseño, donde suelen residir las líneas maestras del libro en su conjunto y los distintos textos. En efecto, los poemas de Dolors Alberola son perfectas arquitecturas, aderezadas al fin comunicativo que los origina, en cuyo logro suele desplegarse toda una batería de recursos que, utilizados con destreza suma, no gravan –al menos, en exceso- la expresión, pero sí delimitan la idea y enriquecen su contexto significativo.
La influencia del surrealismo discurre solapada en estos versos, infundiéndoles ese tono –insisto- visionario o ensoñador –mágico, en definitiva: La magia verbal es, sin lugar a dudas, uno de los rasgos definitorios de su quehacer poético - que nos asalta por todas partes. Ello, sin que pierda el discurso esa pátina amable del lenguaje sencillo y hasta confidencial, que se asienta en la palabra, fundamental casi siempre, bruñida muchas veces, estableciendo un sabio y equilibrio entre la herencia clásica, necesaria, y la innovación vanguardista, imprescindible. El poema es un salto hacia adelante y posee en el lenguaje esa pértiga propulsora, capaz de catapultarlo.
Por lo demás –lo he dicho muchas veces y este libro lo corrobora-, lirismo y pensamiento son las fuerzas fundamentales que se aúnan en la poesía de Dolors Alberola. El primero se nutre de la interiorización de lo externo, en tanto que el segundo exterioriza lo interno. De aquí que en el poema convivan sin fisuras, en total armonía, para expresar lo utópico, es decir, una cosmovisión trenzada en las verdades ontológicas que, sólo más allá de la mera razón, la mirada poética logra desentrañar.

© Domingo F. Faílde, 2006

Dolors Alberola presenta "Arte de perros" en Jerez


El pasado 15 de junio, se celebró en el salón de actos de la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez de la Frontera la presentación del libro “Arte de perros”, de Dolors Alberola.
La prensa, que ya se había hecho eco del evento en los días precedentes, destacó con posterioridad el éxito alcanzado por la autora y la brillantez de un acto que contó con el apoyo de las imágenes servidas por Fram Ramírez, cuyo montaje audiovisual X-Love fue muy aplaudido y comentado.
En el acto, introducido por Francisco Carrasco, intervino en primer lugar el poeta Mauricio Gil Cano, director de la colección, quien destacó las líneas maestras de la poesía de Dolors Alberola y analizó detalladamente la estructura interna del libro.
Tras la proyección del ya mencionado audiovisual, Alberola leyó una cuidada selección de poemas del libro, que convenció a los numerosos asistentes.
Finalizado el acto, la fiesta poética continuó con el catering servido por la Escuela, que se ha revelado ante la opinión pública como una perfecta anfitriona de este tipo de acontecimientos.

DFF

13 de junio de 2006

"DECLARACIÓN DE UN VENCIDO". Mauricio Gil Cano presentó su libro


Cuando da la impresión de que la poesía –falta a veces de ingenio, ayuna en ocasiones de interés para un público totalmente alienado- carece de lugar y, como dijo Bécquer, falta de asuntos, está a punto de enmudecer, sorprende que en Jerez de la Frontera quinientas, cien, ochenta personas, pues la cifra varía según la ocasión, se reúnan en torno a un poeta, un libro, un puñado de ensueños, y sigan la lectura del autor en un silencio casi religioso, que sólo se interrumpe para abrir la compuerta del aplauso y dar rienda suelta a la general emoción.
Esto no constituye novedad, desde luego, pues hubo, hay y habrá en aquella urbe poetas emblemáticos, de esos que estremecen al mundo con su palabra, poetas de verdad, de los buenos –para aclararnos y aclarar las ideas a muchos estreñidos- , que han movido montañas, multitudes, pasiones, y que, como pregona el refrán, “quien tuvo, retuvo”, gracias a ese milagro de la poesía, capaz de sacar agua de las piedras y hacer amigos hasta en el infierno.
Uno de esos poetas, y en un lugar señero, es Mauricio Gil Cano, que ha sabido granjearse el interés de la gente y abrir nuevos espacios, formas y usos para saborear la poesía. Así que hemos seguido de cerca su andadura y saludado con merecido alborozo –patente en esta página- su “Declaración de un vencido”.
El pasado día 8, a las 20, 30 de la tarde, en el salón de actos de la Escuela Profesional de Hostelería, lleno hasta rebosar, ofreció una lectura de este libro, que convenció y emocionó. Así de sencillo. Así de claro.
El acto comenzó con las palabras de Francisco Carrasco, responsable de las actividades culturales de EH, que dio paso al conocido presentador de TV Juan Diego Fernández, amigo personal del poeta, que, con amor y humor fraternales, expuso a los presentes los rasgos más notables de la personalidad de Gil Cano y sus impresiones sobre el libro.
Llegó, por fin, el turno del autor, y fueron desgranándose los versos, los poemas, los comentarios, breves e inteligentes, a todo lo cual el violín de Sophía Cuarenghi sirvió adecuado fondo musical.
Lo dijimos en su momento: poemas excelentes, algunos de los cuales son dignos del antólogo más exigente y están llamados a perdurar, testigos de cuanto, noble y perfecto, ha de alzarse por encima de la mediocridad de estas últimas décadas, para dar fe de vida de la palabra escrita.
Cuando todo acabó, cesando la voz del poeta, corrió el vino a raudales y la velada concluyó en fiesta.


© Domingo F. Faílde
Jerez Fra., 12.06.06.-

Presentación de "LA MÚSICA DE LA LIBERTAD", de Maribel Tejero


Primero tomaremos Manhattan, después tomaremos Berlín”: una lluvia de octavillas con la célebre frase de Leonard Cohen fue la apoteosis final del acto literario celebrado ayer, lunes, en la sala Compañía, de Jerez de la Frontera.
Maribel Tejero (Madrid, 1946) emocionó con sus poemas al numeroso público que acudió a la presentación de su libro, “La música de la libertad”. Tras las palabras preliminares de Dolors Alberola, que glosó los valores de esta ópera prima, la autora puso en escena los textos más significativos, que hizo acompañar con la música de dos jóvenes instrumentistas, muy celebrados por los asistentes.
La de Maribel Tejero es, sin lugar a dudas, una poesía comprometida –en lo político, por supuesto, como en lo humano-, tributaria del realismo dialéctico, que tuvo su culminación a finales de la década de los 60. Y a ella, desde luego, nos transportó la autora, que deshoja en sus versos memorias, experiencias y nostalgias de su generación, en un emotivo ‘revival’, conducido hábilmente a través de un lenguaje sencillo y directo, casi confidencial, con gran economía de recursos.
Amor, desamor, desencanto, esperanza, discurren de la mano, consiguiendo momentos de gran intensidad al evocar situaciones y personajes: la figura del llorado Javier Verdejo, por citar un ejemplo significativo.
Finalizado el acto, se sirvió una copa de vino de Jerez.

DFF, Jerez 12.06.06.-

Maribel Tejero: el libro y su autora


Maribel Tejero es libre, como la música. Una luchadora en un ring cualquiera, ya sea el del amor o el de la guerra, pues un tiempo ha de haber para cada cosa. Qué libertad tiene el hombre sino la de ese arma cargada de futuro, que es la poesía; y qué es la poesía sino esa palabra hecha de libertad y en libertad, emancipada para atrapar a todas libremente. Así, la música que, fuera de la mano, se hace enorme, como enorme es el todo emergiendo de sí entre el silencio. La música de la libertad, un poemario en el que todo nos grita, nos empuja desde todas sus partes, continentes, de ese soñar humano que es como una pértiga levantando la vida sin achaques, sin perversiones, pura, con una pureza totalmente del hombre, no del ángel ni del pensamiento esclavo, sino del hombre; una pureza –como dice Blas de Otero- de ángel fieramente humano, de ser que, habitante de esta historia, quiere romper murallas y paredes y reinstalar la paz, la igualdad entre varón y hembra, la fraternidad de todos, cuyas manos, argollas, se vuelquen nuevamente hacia una canción, La estaca, y derriben con fuerza todo lo que, terriblemente, nos oprima.
Desde su juventud, ya canta, ya dice Maribel Tejero, en la canción de un tiempo y un país, ese tiempo que era, según Raimon, un poco nuestro, y ese país que íbamos haciendo, en efecto, machadianamente, es decir, golpe a golpe, verso a verso, enarbolando el don de la palabra, que es la casa común de esas verdades elementales e imprescindibles; sí, verdades impregnadas de poesía, la poesía necesaria como el pan de cada día –como leímos a Gabriel Celaya-, como el aire que respiramos; palabras tan sencillas como pan, como trabajo, como libertad, que equivale a clamar por la justicia, la igualdad, la fraternidad entre todos los hombres. Una poesía desnuda, pero desnuda de verdad, en cueros, enseñando a través de la piel el color de la sangre del compromiso: al lado de los débiles, los marginados, los oprimidos: con razón, sin razón, siempre a su lado, como dijo también Celso Emilio Ferreiro.
Y es que los versos de Maribel Tejero no sólo se alimentan del pan de la palabra, sino que ahondan en la sustancia misma del hombre: el amor, el dolor, la lucha sin cuartel por sacudirse el yugo. Puedo, tal vez, soñarla, tendiéndole la mano al niño yuntero de Miguel Hernández, a los niños mineros de Perú, a los niños esclavos de la India, a los miles de niños aherrojados por la ignorancia, el hambre o un futuro tan negro y tenebroso, que el sol de los poemas se nos rompe en las manos y se nos hiela el aire de la respiración. Y ella, Maribel, paloma, al fin y al cabo, de vuelo popular, como cantara Alberti, como cantara el negro de Sóngoro cosongo, el cubano Nicolás Guillén, se nos sube a las ramas de los versos y allí, desde la copa del poema, mira el mundo y en él se reconoce, como si se mirara en un espejo, el espejo de un mundo que se rompe en pedazos, y así, en cada trocito, en cada hombre que llega cansado del trabajo, en cada mujer reventada por la desigualdad, en cada criatura desolada por el desamor, ella se ve, desnuda, carne de la carne de sus hermanos, sangre de la sangre de los suyos, porque sabe que el poeta, y eso lo dijo Neruda, no es un hombre, sino todos los hombres.
Es preciso entender estas cosas para llegar al fondo de su poesía. Los nutrientes poéticos de Maribel Tejero crecen como cardenchas en los campos que, por arte de magia, se convirtieran en pan. Su poesía se nutre del metal de las minas, los materiales de las factorías, el latido colosal de la calle. Pues la calle, y eso nos lo enseñó Vicente Aleixandre, es un enorme corazón que late, y con él alza el vuelo la voz del poeta para cantar la historia de la vida, la historia del corazón, la historia de los seres que no tienen historia, que no tendrían historia si no alzara la voz el poeta para cantarla.
Y también, cómo no, de lo íntimo, pues, por plural o por social que sea, no existe la poesía sin singularidad. El yo de Maribel es más que ese yo-lírico que habita los poemas y que, a modo de títere manejado por el autor, lo suplanta ante los lectores. El yo de Maribel no es un doble ni, muchísimo menos, un alter ego convencional con quien cubrirse para evitar los riesgos. Su yo es un yo de veras: ella misma, sin maquillajes, sin vestiduras, sin piel incluso; y su poesía, poesía en carne viva, donde adquiere sentido la experiencia y atiza la memoria todas las brasas del ser.
Y es que en los versos de Maribel Tejero, el binomio dialéctico vida-literatura se resuelve a favor de la primera, quedando la segunda como el cauce de un río, como el sendero que conduce a un pueblo, como el camino de la mirada que busca en cada cosa un más allá. Lo encuentra en las palabras más hermosas, en la ternura de sus sentimientos, en la emoción que embarga sus recuerdos, en la música que se enrosca, como una serpiente, en el árbol de sus poemas, invitándonos a morderlos.
Yo les invito a hacerlo. Les incito a caer en la tentación y comer de esa fruta, quizá la más prohibida, quizá la más bendita, la poesía, a través de los versos que, por su prisma mágico, nos muestran la vida, el mundo, cantados y contados con la palabra de una mujer.
Me refiero, naturalmente, a La música de la libertad. No he dejado de hacerlo ni un momento. Se suele comparar el primer libro con la tarjeta de presentación de su autor. En el caso de Maribel Tejero debiera compararse con un currículum vitae, escrito, por supuesto, en clave lírica y destinado a hacernos una revelación. En sus páginas, una mujer; como decir el mundo, como decir la vida, como decir la historia.
Aquí están los anhelos compartidos, el coraje de un pueblo que lucha por ser él mismo, la esperanza frustrada e incluso traicionada, y el recuerdo de cuantos, abrazados a la utopía, perecieron en el camino: este es el caso de Javier Verdejo, a quien la autora evoca en uno de los poemas más intensos y conmovedores del libro.
Aquí el amor, naciente, pujante o declinante, echando al desamor un pulso inevitable, sabiendo que, después de la derrota, se encenderá la llama nuevamente, condenados como estamos a arder siempre en su fuego.
Y aquí está la mujer: no me canso de repetir la palabra, pues si es grande ser hombre, como especie, ser mujer es, sin duda, la mayor aventura, la más dura y apasionante aventura de la existencia humana.
Aquí, en suma, la libertad, que es el norte en la brújula de Maribel Tejero. Por ella, como Hernández, lucha, sangra, pervive y se convierte en música para acunar poemas.
Ya es hora de escucharlos y dejarse llevar por su cadencia hermosa. Cuando habla el poeta, todo enmudece a su alrededor.
Muchas gracias.
He dicho.


© Dolors Alberola
Jerez de la Frontera, 12 de junio de 2006