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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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13 de junio de 2006

Maribel Tejero: el libro y su autora


Maribel Tejero es libre, como la música. Una luchadora en un ring cualquiera, ya sea el del amor o el de la guerra, pues un tiempo ha de haber para cada cosa. Qué libertad tiene el hombre sino la de ese arma cargada de futuro, que es la poesía; y qué es la poesía sino esa palabra hecha de libertad y en libertad, emancipada para atrapar a todas libremente. Así, la música que, fuera de la mano, se hace enorme, como enorme es el todo emergiendo de sí entre el silencio. La música de la libertad, un poemario en el que todo nos grita, nos empuja desde todas sus partes, continentes, de ese soñar humano que es como una pértiga levantando la vida sin achaques, sin perversiones, pura, con una pureza totalmente del hombre, no del ángel ni del pensamiento esclavo, sino del hombre; una pureza –como dice Blas de Otero- de ángel fieramente humano, de ser que, habitante de esta historia, quiere romper murallas y paredes y reinstalar la paz, la igualdad entre varón y hembra, la fraternidad de todos, cuyas manos, argollas, se vuelquen nuevamente hacia una canción, La estaca, y derriben con fuerza todo lo que, terriblemente, nos oprima.
Desde su juventud, ya canta, ya dice Maribel Tejero, en la canción de un tiempo y un país, ese tiempo que era, según Raimon, un poco nuestro, y ese país que íbamos haciendo, en efecto, machadianamente, es decir, golpe a golpe, verso a verso, enarbolando el don de la palabra, que es la casa común de esas verdades elementales e imprescindibles; sí, verdades impregnadas de poesía, la poesía necesaria como el pan de cada día –como leímos a Gabriel Celaya-, como el aire que respiramos; palabras tan sencillas como pan, como trabajo, como libertad, que equivale a clamar por la justicia, la igualdad, la fraternidad entre todos los hombres. Una poesía desnuda, pero desnuda de verdad, en cueros, enseñando a través de la piel el color de la sangre del compromiso: al lado de los débiles, los marginados, los oprimidos: con razón, sin razón, siempre a su lado, como dijo también Celso Emilio Ferreiro.
Y es que los versos de Maribel Tejero no sólo se alimentan del pan de la palabra, sino que ahondan en la sustancia misma del hombre: el amor, el dolor, la lucha sin cuartel por sacudirse el yugo. Puedo, tal vez, soñarla, tendiéndole la mano al niño yuntero de Miguel Hernández, a los niños mineros de Perú, a los niños esclavos de la India, a los miles de niños aherrojados por la ignorancia, el hambre o un futuro tan negro y tenebroso, que el sol de los poemas se nos rompe en las manos y se nos hiela el aire de la respiración. Y ella, Maribel, paloma, al fin y al cabo, de vuelo popular, como cantara Alberti, como cantara el negro de Sóngoro cosongo, el cubano Nicolás Guillén, se nos sube a las ramas de los versos y allí, desde la copa del poema, mira el mundo y en él se reconoce, como si se mirara en un espejo, el espejo de un mundo que se rompe en pedazos, y así, en cada trocito, en cada hombre que llega cansado del trabajo, en cada mujer reventada por la desigualdad, en cada criatura desolada por el desamor, ella se ve, desnuda, carne de la carne de sus hermanos, sangre de la sangre de los suyos, porque sabe que el poeta, y eso lo dijo Neruda, no es un hombre, sino todos los hombres.
Es preciso entender estas cosas para llegar al fondo de su poesía. Los nutrientes poéticos de Maribel Tejero crecen como cardenchas en los campos que, por arte de magia, se convirtieran en pan. Su poesía se nutre del metal de las minas, los materiales de las factorías, el latido colosal de la calle. Pues la calle, y eso nos lo enseñó Vicente Aleixandre, es un enorme corazón que late, y con él alza el vuelo la voz del poeta para cantar la historia de la vida, la historia del corazón, la historia de los seres que no tienen historia, que no tendrían historia si no alzara la voz el poeta para cantarla.
Y también, cómo no, de lo íntimo, pues, por plural o por social que sea, no existe la poesía sin singularidad. El yo de Maribel es más que ese yo-lírico que habita los poemas y que, a modo de títere manejado por el autor, lo suplanta ante los lectores. El yo de Maribel no es un doble ni, muchísimo menos, un alter ego convencional con quien cubrirse para evitar los riesgos. Su yo es un yo de veras: ella misma, sin maquillajes, sin vestiduras, sin piel incluso; y su poesía, poesía en carne viva, donde adquiere sentido la experiencia y atiza la memoria todas las brasas del ser.
Y es que en los versos de Maribel Tejero, el binomio dialéctico vida-literatura se resuelve a favor de la primera, quedando la segunda como el cauce de un río, como el sendero que conduce a un pueblo, como el camino de la mirada que busca en cada cosa un más allá. Lo encuentra en las palabras más hermosas, en la ternura de sus sentimientos, en la emoción que embarga sus recuerdos, en la música que se enrosca, como una serpiente, en el árbol de sus poemas, invitándonos a morderlos.
Yo les invito a hacerlo. Les incito a caer en la tentación y comer de esa fruta, quizá la más prohibida, quizá la más bendita, la poesía, a través de los versos que, por su prisma mágico, nos muestran la vida, el mundo, cantados y contados con la palabra de una mujer.
Me refiero, naturalmente, a La música de la libertad. No he dejado de hacerlo ni un momento. Se suele comparar el primer libro con la tarjeta de presentación de su autor. En el caso de Maribel Tejero debiera compararse con un currículum vitae, escrito, por supuesto, en clave lírica y destinado a hacernos una revelación. En sus páginas, una mujer; como decir el mundo, como decir la vida, como decir la historia.
Aquí están los anhelos compartidos, el coraje de un pueblo que lucha por ser él mismo, la esperanza frustrada e incluso traicionada, y el recuerdo de cuantos, abrazados a la utopía, perecieron en el camino: este es el caso de Javier Verdejo, a quien la autora evoca en uno de los poemas más intensos y conmovedores del libro.
Aquí el amor, naciente, pujante o declinante, echando al desamor un pulso inevitable, sabiendo que, después de la derrota, se encenderá la llama nuevamente, condenados como estamos a arder siempre en su fuego.
Y aquí está la mujer: no me canso de repetir la palabra, pues si es grande ser hombre, como especie, ser mujer es, sin duda, la mayor aventura, la más dura y apasionante aventura de la existencia humana.
Aquí, en suma, la libertad, que es el norte en la brújula de Maribel Tejero. Por ella, como Hernández, lucha, sangra, pervive y se convierte en música para acunar poemas.
Ya es hora de escucharlos y dejarse llevar por su cadencia hermosa. Cuando habla el poeta, todo enmudece a su alrededor.
Muchas gracias.
He dicho.


© Dolors Alberola
Jerez de la Frontera, 12 de junio de 2006