El haiku, que carece de título y de plural, aunque al aclimatarse al castellano haya adquirido lo uno y lo otro, es una forma de expresión poética muy apreciada por un buen número de lectores, amantes de lo breve, y de autores no demasiado inclinados a los textos de envergadura, dicho sea sin menoscabo de la elegancia formal del poema estrófico japonés, bastante parecido a nuestras seguidillas, aunque también menos hondo. El minimalismo, en boga hace unos años, lanzó a la pasarela literaria estos breves destellos que, en otro orden de cosas, aparecen en poetas como Manuel Machado o Mario Benedetti –por no alargar la nómina- y tienen ciertas concomitancias con los “suspirillos germánicos” de Gustavo Adolfo Bécquer. De ahí que sea la escuela sevillana -por llamarla de alguna manera- la que más ha apostado por la concreción de los haiku, palabra nipona que viene a significar “lo que sucede aquí ahora mismo”. Se trata, pues, de congelar un momento y extraerle su sustancia poética.
Pero, naturalmente, no tratamos aquí de enjuiciar una estrofa que, en la mañana del domingo, 25 de junio, logró un prodigio poco común, a saber: que, por unos momentos, la poesía impusiera su presencia y aliento sobre las individualidades congregadas en Montenmedio.
Denominar incomparable a un sitio incurre en un tópico detestable que bien me gustara evitar. Pero aplicárselo a Montenmedio resulta, a todas luces, inevitable, pues se trata, sin duda, de una sala de arte al aire libre, donde la vegetación de la dehesa vejeriega convive en armonía con esculturas de vanguardia o envuelve, como es el caso, una hermosa lectura de haikus, en la voz de sus creadores o de quienes optaron por prestar la suya a otros poetas.
En el hamman, bellísimo, que ocupa un par de ‘rooms’ de aquel vasto complejo, resonaron los versos de Dolors Alberola, Raquel Zarazaga, Julio Rivera, Álvaro Quintero, Ignacia Rodríguez, Isabel de Rueda, Mauricio Gil Cano y, cómo no, Luís Salvador Carulla, impulsor del evento, arropados por la sensibilidad de muchas personas que, con Francisco Carrasco a la cabeza, no quisieron perderse un rato de emoción.
Patrocinaron el acto la Fundación NMAC (Montenmedio Arte Contemporáneo), que sirvió el escenario, y la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez de la Frontera, que hizo lo propio con el ágape de clausura, muy animado.
Insisto en este punto porque, trivial para muchos, me parece importante. Y es que, cuando el rodillo globalizador se empecina en aniquilar la cultura del vino, con su carga de generoso y fraternal hedonismo, su filosofía vitalista y su cálido sentido del diálogo creador y la amistad, aferrarse a nuestras raíces y apostar por las tradiciones de nuestro espacio cultural, mediterráneo y atlántico, se me antoja por fuerza transgresor y plausible. Los responsables de la Escuela se suman de este modo al sano movimiento de resistencia frente al desarraigo, aportando lo más popular del spanish way of life: nuestros hábitos tabernarios y la más deliciosa cocina.
DFF, junio, 2006.-
Pero, naturalmente, no tratamos aquí de enjuiciar una estrofa que, en la mañana del domingo, 25 de junio, logró un prodigio poco común, a saber: que, por unos momentos, la poesía impusiera su presencia y aliento sobre las individualidades congregadas en Montenmedio.
Denominar incomparable a un sitio incurre en un tópico detestable que bien me gustara evitar. Pero aplicárselo a Montenmedio resulta, a todas luces, inevitable, pues se trata, sin duda, de una sala de arte al aire libre, donde la vegetación de la dehesa vejeriega convive en armonía con esculturas de vanguardia o envuelve, como es el caso, una hermosa lectura de haikus, en la voz de sus creadores o de quienes optaron por prestar la suya a otros poetas.
En el hamman, bellísimo, que ocupa un par de ‘rooms’ de aquel vasto complejo, resonaron los versos de Dolors Alberola, Raquel Zarazaga, Julio Rivera, Álvaro Quintero, Ignacia Rodríguez, Isabel de Rueda, Mauricio Gil Cano y, cómo no, Luís Salvador Carulla, impulsor del evento, arropados por la sensibilidad de muchas personas que, con Francisco Carrasco a la cabeza, no quisieron perderse un rato de emoción.
Patrocinaron el acto la Fundación NMAC (Montenmedio Arte Contemporáneo), que sirvió el escenario, y la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez de la Frontera, que hizo lo propio con el ágape de clausura, muy animado.
Insisto en este punto porque, trivial para muchos, me parece importante. Y es que, cuando el rodillo globalizador se empecina en aniquilar la cultura del vino, con su carga de generoso y fraternal hedonismo, su filosofía vitalista y su cálido sentido del diálogo creador y la amistad, aferrarse a nuestras raíces y apostar por las tradiciones de nuestro espacio cultural, mediterráneo y atlántico, se me antoja por fuerza transgresor y plausible. Los responsables de la Escuela se suman de este modo al sano movimiento de resistencia frente al desarraigo, aportando lo más popular del spanish way of life: nuestros hábitos tabernarios y la más deliciosa cocina.
DFF, junio, 2006.-