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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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31 de mayo de 2006

Sobre "Arte de perros", de Dolors Alberola


El perro como pretexto

 
No es la primera vez que un animal se asoma a la poesía de Dolors Alberola. Quien conozca su largo itinerario, sabrá sin duda alguna de su fascinación por perros y gatos. Como aquella genial escritora que fue María Zambrano, llegó a albergar en su domicilio cincuenta gatos persas y cuatro canes de distintas razas: “mi pueblo”, dice hoy con nostalgia, recordando la vieja república de la que fue soberana, mejor que presidenta. Un viejo semental y una joven felina son, junto a un sabueso tierno y amanerado, los restos de su imperio. En el fondo, está convencida de que los animales albergan sentimientos más nobles que los humanos: ningún perro, ni siquiera el rotwailer más fiero, hubiese sido Hitler.
Y, sin embargo, se los vitupera, usando el de su especie como nombre de infamia o para designar cuanto malo y desagradable acontece en la vida. Si en el lenguaje coloquial el perro se utiliza como metáfora, el lenguaje poético de Dolors Alberola lo incluye como símbolo y aun como alegoría, ya sea devorando los pecados de Jezabel o sufriendo en sus propias carnes las lacras dolorosas de una civilización que, al apartarse de la naturaleza, tuerce el destino de tantos seres.
También el de la propia poesía, mostrada en este libro, ya desde el título, como “Arte de perros”, asumiendo de entrada la noción negativa que dicho complemento aporta al sustantivo. Al bajar, como Dante, a los infiernos, afronta, cara a cara, al Cancerbero y conversa con él sobre la sordidez de su reino para, al fin, espetarle la terrible pregunta: “¿vive ahí,/ irremediablemente muerta, la poesía?”
Tras esta interrogante, la condición canina esconde una respuesta positiva. El perro es el poema y éste como aquel “nuestro mejor amigo”, según puede leerse en la inteligente “Poética” de la página 48. Más adelante (pág. 51), advirtiendo al lector de los riesgos del can peligroso, le descubre los múltiples peligros de la poesía, para concluir: “Cuidado,/ ¿no leéis el letrero que grita CAVE CANEM/ al entrar en la casa de la Literatura?”
Por este mecanismo, revestida la autora con piel de can, se aproxima a la realidad desde ese rol simbólico y, como afirma Luisa Futoransky en su breve cuanto acertado prólogo, deja que el animal, trasunto de lo humano, prospere “en una urdimbre cómplice que sobre todo no desnaturaliza la esencia ni del hombre ni del animal”. Efectivamente, en la alegoría de Dolors Alberola, ni el perro deja de ser perro ni el hombre de ser tal, y sus mundos, no obstante, se cruzan en el único mundo posible, en la realidad ontológica que el poema pretende explorar.
En la primera parte, “Perra vida” –lejana y acerada reminiscencia de aquella vieja película que vimos en España como “Este perro mundo”, a principios de los setenta-, el animal, abandonado a su suerte en la gran ciudad, nos acerca el desvalimiento de la palabra poética, tan frágil e impotente ante el dolor, la ignorancia y la muerte, pero a su vez cargada de consuelo y luz, lo que la torna poderosa, fuerte e indispensable, hasta el punto, ya lo hemos dicho, de enfrentarse con Cancerbero, intentando atisbar en las tinieblas una escotilla para la esperanza: “Nosotros, los más fieros, la especie más soberbia,/ los hijos de la fe, tenemos miedo/ y llegamos a ti precipitados,/ temblando entre ese frío o la inconsciencia,/ deshecha nuestra carne, roto el gesto,/ buscando, por doquier, tener un amo/ y que nos palpe y diga que entremos en la casa/ donde tú guardas dócil la puerta invertebrada” (págs. 36 y 37).
Otras veces, el perro personifica –digo bien- el colmillo de la catástrofe y lo hallamos, enloquecido y desencadenado, mordiendo a los viajeros de esos trenes que el odio redujera a chatarra “frente al Pozo del Tío Raimundo” (pág. 28) y matando también a otros canes incluso en los mil cataclismos que acontecen, día tras día: el “dolor/ hermanando los seres a pedazos/ la terca anulación de su espacio y el tiempo” (vs. “Crónica”, págs. 49 y 50).
Comparece de nuevo esa kantiana obsesión de la autora que la induce a anular en su obra el espacio y el tiempo, convencida de que todo es presente y aquí. Por eso, como en todos sus libros, se mezclan personajes anacrónicos que habitan, sin embargo, la misma realidad y conviven bajo la eternidad del poema: Homero, Kavafis, Szimborska, Cernuda, Safo, Virgilio, Edith Piaf, Goya, Bernini, Platón, Plotino, Bolívar, Picasso, la inevitable Jezabel, Van-der-Weiden, etc., pasean por lugares tan diversos como Manhattan, Madrid, Roma, Mileto, Bosnia, la Galia, Austwich, Dachau, California o, más modestamente, los juzgados donde dirime sus litigios el desamor, para al cabo acabar en el infierno mítico, donde la vida sigue de otro modo.
Dieciséis poemas en prosa componen “Caninas”, la segunda parte del libro. La poeta, como ya precoconizara Machado, decide liberarse del verso para ilustrar su expresión con historias, reflexiones o referencias cultas, que robustecen el edificio de su experiencia, en un tramo brillante del discurso, lleno de guiños cómplices al lector avisado, en donde la ironía es el rasgo sobresaliente: “Salí a por café, volveré en la otra vida, si es que existo” (pág. 66).
En una y otra parte, la sorpresa. Aquí están, desde luego, los temas que preocupan a Dolors Alberola y han inquietado siempre a la humanidad, vistos desde una óptica distinta, susceptible de nuevos encuadres que determinan una mirada nueva, tributaria de la época que nos toca vivir; así, por ejemplo, el influjo de las nuevas tecnologías origina la imagen de un perro virtual que, al igual que el poema, “existe y no existe”, para llegar, entre profunda y lúdica, a esta conclusión: “La realidad es hueca y no existe, como tampoco el perro tiene piel, ni sabe a dónde mira. Yo tampoco comprendo qué compongo, qué extraña lasitud me convierte en poema” (pág. 76). En el sustrato del texto, Quevedo, Calderón, los clásicos en suma; en la zona emergente, una muy avanzada metapoesía se abre a la informática y anticipa caminos a la expresión poética.
Con estos y otros mimbres, “Arte de perros” –tercera entrega de la recién inaugurada colección “Hojas de bohemia”- es un libro de aliento poderoso, en el que la emoción y el pensamiento se ciñen a la imaginación de ese pambiologismo característico de Alberola, para quien la naturaleza es un todo homogéneo que la historia ha diversificado, en trance permanente de tornar al origen, y el hombre la conciencia, el testigo de un cosmos que guarda la memoria de su génesis.
Una vez más, la autora ha roto la barrera de lo fácil, buscando el más allá de las palabras, con la suya, directa en ocasiones, pero mágica y sugerente en todas. Ello le ha valido el aval de muchísimos premios, el reconocimiento de la crítica y un lugar importante en la poesía actual.


© Domingo F. Faílde
31.05.06.-

30 de mayo de 2006

Recordando a Fernando Quiñones



A Fernando Quiñones, lo conocí hace años. Fue en Córdoba, recuerdo, en el transcurso de uno de aquellos saraos que, con más ruido que nueces, una mano de nieve becqueriana organizaba de vez en cuando, y allí estábamos todos los que éramos, aunque muchos, bastantes de los que eran, se quedaban en casa, ninguneados, haciéndose bruces y preguntándose, no ayunos de razón, por qué el dinero público se invertía en eventos discriminatorios.
Por supuesto, a Fernando nadie lo discutía. Poetas y escritores andaluces los ha habido y habrá, pero Quiñones, ese Fernando Quiñones, que era el habla de Cádiz, revestida con el pontifical de la mejor sintaxis de nuestro idioma, tenía bien sudada la camiseta y, lo llamaran donde lo llamaran, ahí se encontraba él, con todo el desparpajo que confiere la dignidad y ese gracejo suyo que era guinda en la tarta de la razón.
Sí, hace años. Unos veinte o así, aunque el dato no importa. Antes, naturalmente, nos habíamos cruzado algunas cartas, y yo, joven aún, que equivale a decir entusiasta, sincero o, emulando a Rubén, “sentimental, sensible y sensitivo”, le hablaba de Legionaria, que era un pozo sin fondo de saber, y del “Muro de las hetairas”, compartiendo su confesada afición a las cosas excelsas de la vida; si hace falta nombrarlas, el vino, las mujeres y los versos bien hechos.
Hace unos veinte años, y cómo pasa el tiempo, que parece ayer mismo, cuando por esas bromas que apareja el azar coincidimos en el retrete, afanados, cada cual a lo suyo como mandan los cánones, en aliviar la próstata, esa especie de postiguito de San Rafael, que al bueno de Fernando le largaba los primeros avisos y a mí me pasaba una especie de factura proforma, para que viera lo que me convenía. Y, sin mediar saludos ni preámbulos, “Niño –me dijo-, vaya sitio para conocernos, ¿no? A ver si hablamos luego, porque siempre nos vemos en lugares así”. Aquello, como escuchara al Bogart de Casablanca, fue el principio de una gran amistad, pues a Fernando Quiñones o se le quería a lo grande o, simplemente, no se le quería, y eso sí era difícil.
Después vino la negra. La enfermedad, más penosa si cabe que la muerte, a cuenta de la cual perdió el bigote, dejándonos la imagen, tierna por desvalida, de sus últimos días. Pero él no se arredraba y, para darse ánimos, relataba sus correrías, reputándose afortunado por haberlas vivido, con tan grande sentido del humor que uno se iba riendo, como si nada malo estuviera, ya, a punto de suceder.
Recuerdo estas anécdotas y otras muchas que se atropellan en mi memoria, cuando tengo noticia de una gozosa recuperación. El pasado miércoles, día 24 de mayo, se presentaron en la Biblioteca Municipal de Chiclana de la Frontera, su pueblo, dos novelas inéditas: “Los ojos del tiempo” y “Culpable o El ala de la Sombra”. La Fundación que lleva su nombre y que, con titánico esfuerzo, dirige su hijo Mauro, lucha continuamente por mantener con vida la voz del escritor. Los escritores de raza, y Fernando lo era, nunca mueren.
Como el ave fénix, elevándose sobre las envidias, tarascadas y demás aspavientos de la mediocridad, surgen continuamente la palabra y el genio para dar testimonio de la luz.

© Domingo F. Faílde
© Diario Europa Sur, 29.05.06

29 de mayo de 2006

Miguel Florián: "Gilgamesh"

Quienes se han acercado a la obra de Miguel Florián (Ocaña, Toledo, 1953) suelen coincidir en la identificación de los elementos que dan vigor, textura y sustancia a una poesía “que trasmina auténtico sabor, tacto, color, belleza”, en palabras de Julio Asencio, prologuista de “Gilgamesh”.
En nota introductoria, el propio autor advierte a los lectores que su “encuentro con la leyenda del héroe sumerio (...) se remonta a los años juveniles”, y es cierto. Algunos de estos textos fueron anticipados por el poeta en entregas ocasionales, a bordo de revistas o publicación similar. No importa. Sí, al contrario, el hecho de insistir sobre ellos, revisándolos en sucesivas lecturas hasta, al fin, alumbrarlos en este libro, cuyo título, escueto pero significativo, nos conduce al meollo de la cuestión.
¿Cuál es ésta?, se estarán preguntando. Pues muy sencillo y claro: Florián, profesor de Filosofía y estudioso de la materia, no suele dar rodeos a las cosas y va directo al grano de su esencia u origen. “El poema de Gilgamesh”, considerado, “la más arcaica epopeya de la humanidad de que tenemos noticia”, nos remite a la ensoñación de un espacio y un tiempo fundacionales: la palabra, en efecto, inicia su andadura para nombrar el mundo y expandirlo, pues en esto último consiste el lenguaje poético. Y si el ‘logos’ explica la realidad, el mito abre las puertas del misterio. A este milagro llamamos poesía.
Por tanto, si “El poema de Gilgamesh” inaugura el lenguaje creador, el “Gilgamesh” de Miguel Florián tiende un puente al origen y enlaza, justamente, con lo que la apopeya de la palabra tiene, ayer como hoy, de validez: su carácter inicial –ya se ha dicho- y, a la vez, iniciático, al expresar con hechos la continua aventura del ser humano en busca de la inmortalidad.
Los fragmentos del texto original (irrelevante, en este caso, el mayor o menor acierto del traductor, aunque hayamos de agradecer al poeta su esmerada elección al respecto) se convierten en ese primer verso que, tal suele decirse, siempre dictan los dioses al autor, aunque pueda el lector, por su parte, leerlos como citas. Sea como sea y a pesar de que, como es lógico, los poemas adquieren vida propia, la voz lírica encuentra en Gilgamesh una especie de guía o gurú que le invita a explorar las claves esenciales del texto primigenio.
El sexo, por ejemplo. La constante batalla entre el amor y la muerte. El regreso final a las fuentes de la existencia y, en palabras del prologuista, “a las raíces del conocimiento”.
Texto y pretexto configuran aquí un discurso homogéneo, que ensalza lo sencillo y natural, lo telúrico, en suma, en sintonía con los valores y aspiraciones del espíritu humano.
Todo ello, trasplantado al plano formal, obtiene un resultado matemático, en términos de claridad, expresado en poemas cuya característica más notable sea, sin lugar a dudas, el equilibrio: la música trascurre cadenciosa y serena como un blues, sin que nada perturbe la calma del discurso ni el gozo o el dolor se encaramen en sus contrarios, transmitiendo la sensación de que todas las cosas, a despecho de la dialéctica, lejos de contradecirse –ya lo escribió Machado-, se complementan.
De ahí que se destaque la armonía, enunciando, sin más, la cualidad del ser: la luz, el color, el olor, el tacto; todas las sensaciones que, procesadas por la experiencia, recomponen el mundo y dan paso al concepto. Florián, en este libro, diseña en cierto modo lo que ha sido, hasta ahora, su poética, anticipando o, por razones cronológicas, pasando oportuna revista a las claves de su escritura.
Cabe felicitarnos, en cualquier caso, por la publicación de un libro* rotundamente hermoso, que llena de sentido el gozo de leer.


* Miguel Florián: "Gilgamesh"
EH Editores, Jerez Fra., 2006
Colección "Hojas de bohemia", núm. 1
© Domingo F. Faílde
30.05.06.-

25 de mayo de 2006

"DECLARACIÓN DE UN VENCIDO", de Mauricio Gil Cano



Con el número 2, la colección de poesía “Hojas de bohemia”, que dirige Mauricio Gil Cano, acerca a los lectores un hermoso volumen de su autoría. Para los mal pensados, que no faltan, y conjurando el chistecillo fácil que relacione la publicación con los quehaceres editoriales del publicado, diré –y ésa es mi apuesta, por ser mi convicción- que estamos ante un libro necesario, y ello por dos razones. En primer lugar, por su calidad, un argumento definitivo, si no fuera porque el segundo también posee la enjundia suficiente para apoyar lo expuesto. Y es que Mauricio Gil Cano, cuya frescura juvenil se une a la experiencia de un poeta cuajado, cuenta tras sí con una larga trayectoria, de la que, sin embargo, sólo una breve muestra ha salido a la luz: sus “19 sonetos y un canto a Venecia”, incluidos en el cuaderno “Del soneto al cómic”, que compartió con Dolors Alberola, y “A dos poetas suicidas”. En su faceta de narrador, la Diputación gaditana recogió sus espléndidos “Cuentos con alcohol”. Por lo demás, el lector o estudioso interesado, hallará sus artículos de crítica en los suplementos especializados de la prensa diaria: “Azul”, sobre todo, uno de los puntales del que luego sería movimiento de la Diferencia, que él coordinó.
La decadencia, en sus vertientes histórica, cultural y estética, ha ejercido en el arte, y especialmente en la literatura, una enorme fascinación, pero es a finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando los modernistas la convierten en una especie de culto religioso, cuya máxima manifestación fuera esa vida bohemia que llenó tantas páginas, libros enteros, cuadros, fotografías, hasta algún vals de Strauss, y saltó a la pantalla del recién estrenado cinematógrafo, universalizando así el mito del artista botarate, vagabundo y borracho, aplastado por el pujante capitalismo que, consecuencia de la revolución industrial, desprecia la belleza o la ignora, sin más, atento únicamente al beneficio.
Este decadentismo, impostado por muchos poetas posteriores, ha encontrado en Mauricio Gil Cano un médium natural para expresarse, sin necesidad del recurso a la ensoñación de lugares más o menos exóticos o reinventar sucesos y personajes que, probablemente, no existieron jamás. Bizancio, Venecia, Estambul, etc., etc., decorados de cartón piedra en la obra de grandes autores, ceden su sitio a una ciudad del presente, en el supuesto, claro, de que Jerez lo sea. Y es que el Jerez de Mauricio Gil Cano se configura literariamente como una mezcla de ciudad moderna, memorias o añoranzas del pasado y aromas de leyenda; un cóctel excelente para servir el mito en cualquier copa, oxigenado, eso sí, por el ventalle de la actualidad, que maneja el poeta con la destreza de un venenciador.
Como Alejandro Sawa –referente obligado en la primera cita- o el Max Estrella de Valle-Inclán, el autor de “Declaración de un vencido” suscribe el testamento que es, en cierto modo, el poema, para dejar constancia de una derrota en la que, por paradójico que parezca, se asienta la victoria del hombre libre, ciudadano de un mundo del que, no obstante, es náufrago, a quien todo sobrara salvo la libertad, la belleza, el amor, la gloria de un poema y la excelsa locura del vino.
Dividido en cuatro partes, que más obedecen a motivos temáticos y cronológicos que a una mera exigencia del discurso, el libro se articula alrededor de aquellas ideas, abordadas con hondura y rigor estético en un tono de cruda sinceridad, que logra, en cualquier caso, atemperarse, produciendo un registro formal cuya dicción, poderosa siempre, se desliza fluida por el texto, consiguiendo momentos de enorme brillantez. Es el caso de “Los raros” , uno de esos poemas emblemáticos, que para sí, sanamente, envidiara cualquier poeta. O el titulado “Cuarenta años” y su continuación, “Divino tesoro”, en los que, como Midas, convierte en oro un tema recurrente de la denominada “poesía de la experiencia”, que vuela sobre el libro casi continuamente, sin llegar a posarse en el papel.
Nunca pierde Gil Cano su singularidad, que ha ido depurando y afianzando durante mucho tiempo, consiguiendo la voz personal que sabe, sin embargo, reconocer el humus donde crece. Hablo del Modernismo, faltara más, de la lectura atenta de los clásicos (los sonetos de la última parte son perfectas arquitecturas), de Cernuda, naturalmente –bien entendido y mejor todavía asimilado-, a los que añadiremos el trallazo emocional, no exento de riesgo- de los grandes nadaístas colombianos y del genial poeta que fue Raúl Gómez Jattin –cuya obra acercó a los lectores de España-, con todo el aporte de malditismo que, en oportuna dosis, contribuye a mantener la emoción; y, en fin, el leve toque de la mística, en su versión cristiana o sufí, cuya textura envuelve los poemas de amor, sobre todo el bellísimo “Canto a la noche”, que bien merecería un comentario aparte.
Por ello, “Declaración de un vencido” es un libro importante y hermosísimo, que compendia la trayectoria vital de un poeta y retrata, a su vez, un tiempo, el nuestro, iconoclasta, descreído y demoledor en su pragmatismo, en busca del misterio de la poesía. Un libro que, sin duda, no pasará desapercibido por la agria palestra literaria andaluza, levantando pasiones. Seguro que bien vale, como dijo Berceo, que sabía bastante de estas cosas, “un vaso de bon vino”. De Jerez y oloroso, por supuesto.
© Domingo F. Faílde
Algeciras, mayo, 2006

El retorno de Fernando Quiñones


Ayer, miércoles, 24 de mayo, se presentaron en la Biblioteca de Chiclana dos novelas inéditas del gran narrador Fernando Quiñones. Alianza Editorial, en un apetecible volumen, deja a nuestro alcance “Los ojos del tiempo” y “Culpable o El ala de la Sombra”. En la presentación, a la que acudió numeroso e interesado público, Mauro Quiñones se manifestó orgullosísimo de que estuviera ya en la calle este volumen y gratísimamente sorprendido al ver las preciosas reediciones de otras obras de su padre que lo acompañaban. La profesora y escritora Nieves Vázquez, fue la que, a petición de Mariela Quiñones, recorrió concienzudamente los laberínticos borradores de Fernando, devolviendo a nuestras manos un Quiñones plenamente vivo y regresado frente a su Caleta eterna. Mariela comentó que la magia había hecho posible este nuevo nacimiento, ya que, debajo del ficus gordo de la Alameda, no se sabe si como un acto totalmente libre o con la intervención de alguien más, solicitó a Nieves tan laborioso trabajo, empresa que la profesora asumió casi sin pensárselo. Más tarde, ella misma temblaría ante el final de una de las obras.
No quiero comentarles más. Un libro que no puede dejarse de leer. Tal vez, el mejor Quiñones que nos lanza este guiño. Una señal de que todo perdura y la palabra es el lugar de encuentro para todos los hombres que soñamos.
Dolors Alberola

21 de mayo de 2006

DOLORS ALBEROLA PRESENTA "EL LIBRO NEGRO" EN SAN ROQUE



El pasado jueves, día 18 de mayo, se celebró en el salón de actos de la Fundación Municipal de Cultura "José Ortega Brú" la presentación de "El libro negro". El acto se enmarca dentro de una serie de presentaciones que la autora tiene previsto efectuar en otras ciudades de la provincia, desde que el pasado 27 de febrero se efectuase la primera en San Fernando, con motivo de la entrega a Dolors Alberola del premio de poesía que lleva el nombre de aquella localidad, correspondiente a la convocatoria de 2005.
El acto, seguido con intensa emoción por parte del público, dio comienzo con las palabras de Juan Gómez Macías, pintor y poeta, director del Aula de Literatura "José Cadalso", que hizo un repaso de la trayectoria de la poeta, siguiéndole en el turno de palabra Domingo F. Faílde, que analizó las claves poéticas de este libro, relacionándolo con las que él considera preocupaciones fundamentales de la poeta: la muerte, el sentido de la vida, y el tiempo, que ella intenta anular en todas sus obras.
Dolors Alberola cerró el acto con la lectura de una selección de poemas, tras lo cual firmó ejemplares a sus lectores.

12 de mayo de 2006

Clausura del Taller de Poesía, en San Roque


Una conferencia sobre "Góngora y la Cábala", a cargo de Domingo F. Faílde, y una lectura de poemas de Juan Gómez Macías cerraron las sesiones del Taller de Poesía que, desde el pasado noviembre, impartió en la ciudad de San Roque la poeta Dolors Alberola, bajo los auspicios de la Fundación Municipal de Cultura "Luis Ortega Brú".
A lo largo de veinticuatro sesiones (el Taller estaba programado en doce, pero fue prolongado a petición de los aisstentes), Dolors Alberola pasó revista a las diversas técnicas y misterios de la escritura poética, comunicando su propia y dilatada experiencia como autora.
Una semana más tarde, ayer, jueves, día 11, el Taller se reunió en casa de la escritora Isabel Bermejo, para ofrecer a Dolors un entrañable y emotivo homenaje de despedida, entregándosele varios regalos, llenos de sentido y belleza: poemas, cuadros... y la amistad de un grupo literariamente maduro del que cabe esperar los más óptimos resultados.

"HOJAS DE BOHEMIA" EN LA FERIA DEL LIBRO DE CÁDIZ


El pasado domingo, día 7 de mayo, tuvo lugar en las instalaciones del Baluarte de la Candelaria, sede de la Feria del Libro gaditana, la presentación de "Hojas de Bohemia", que dio paso a la de los tres primeros títulos de dicha colección, a cargo de Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier y Mauricio Gil Cano, director de la misma y autor de "Declaración de un vencido". Intervinieron seguidamente los poetas Miguel Florián, que dio a conocer su libro "Gilgamesh", y Dolors Alberola, autora de "Arte de perros".
Finalizado el acto con la protocolaria firma de ejemplares, se sirvió a los asistentes una copa de vino.
Mauricio Gil Cano y Francisco Carrasco, responsable de actividades culturales de EH Editores, anunciaron su propósito de realizar una presentación semejante en Sevilla, antes de que finalice la primavera.

La picota


En los siglos llamados de Oro, que fueron, paradójicamente, los más depauperados de la historia de España, había en las ciudades y villorrios un lugar destinado al escarmiento de cuanto perdulario y descarriada –pues en materia de marginación eran escasos los miramientos- tenían la desgracia de caer presos y servir de cabezas de turco. La picota, situada en lugar concurrido, ya a extramuros, junto a una puerta, ya en pleno centro urbano, solía consistir en un poste de piedra o madera, guarnecido por cepos o anillas donde amarrar a los desventurados.
Quienes allí paraban eran por lo común gente de poca monta: rateros, prostitutas, alcahuetas, truhanes y demás morralla, a los cuales se castigaba en su dignidad, exponiéndolos a vergüenza pública, de modo que quedaban deshonrados para siempre jamás. Atados al pilote, recogían la reprobación de los ciudadanos de pro, que no dudaban en insultarlos, escupirles, arrojarles boñigas, vejarlos de mil formas e incluso golpearlos, con esa saña y fuerza que confiere de suyo la virtud. Todo vale, pudiera ser el lema, con tal de corregir a los que yerran y prevenir futuros errores. Se trataba, por tanto, de una forma primitiva de linchamiento, sin más limitación que la caridad.
El tiempo, sin embargo, no ha arrumbado esas prácticas, ni el progreso ha podido sino sofisticarlas, sustituyendo el mástil del suplicio por la fría y aséptica virtualidad de Internet.
Entrar en cualquier foro –sobre todo, cuando se hace a pecho descubierto- es un acto de inmolación. Basta una frase culta, un concepto por encima de la media aritmética o el inocente aviso de un éxito personal para que una jauría de energúmenos se avalance sobre el ingenuo y lo haga blanco de su estupidez, cargando de razón a Luis Cernuda: “Triste sino nacer/ con algún don ilustre/ aquí, donde los hombres/ en su miseria sólo saben/ el insulto, la mofa, el recelo profundo/ ante aquel que ilumina las palabras opacas...” Y es que la red, por donde se circula con medroso antifaz, se ha ganado la misma consideración que la pistola: “arma ruin y cobarde con la que cualquier villano puede dar muerte al mejor de los caballeros”, dijo al respecto alguien, ante aquellos primeros prototipos, que hoy adornan panoplias y anticuarios.
Injuria, difamación, atropello en definitiva. He aquí la munición de los émulos electrónicos de Billy el Niño, que, escondidos en sus nicks, atacan una vez, cambian de identidad y vuelven a la carga, crecen, se multiplican, disparan sin cesar e izan, victoriosos, la bandera de los mediocres, convirtiendo en basura cuanto tocan.
Alarmados por esta plaga, muchos sitios estudian la manera de terminar con el anonimato. La libertad de expresión consiste justamente en la posibilidad de decir lo que se desea, sin necesidad de esconderse. Ocultarse, por tanto, vulnera la libertad. Sobre todo, la ajena. Hay que decir las cosas cara a cara, con nombre y apellidos, con razones y datos. La verdad, simplemente. O callar.


© Domingo F. Faílde
© Europa Sur, 08.05.06.-

1 de mayo de 2006

Presentación de HOJAS DE BOHEMIA



















PRESENTADOS POR EH EDITORES LOS CUATRO PRIMEROS LIBROS DE LA COLECCIÓN DE POESÍA “HOJAS DE BOHEMIA”

El pasado 28 de abril tuvo lugar en el auditorio de El Misterio de Jerez la presentación del proyecto de publicaciones de EH Editores y de los cuatro primeros libros de su colección de poesía Hojas de Bohemia. Al acto asistieron más de quinientas personas, así como una numerosa representación del empresariado de la zona, autoridades y medios de comunicación.

El poeta Mauricio Gil Cano, director de la colección, defendió el título de la misma, arguyendo se trata de definir un espacio de libertad en un marco estético y, en definitiva, una forma de entender y vivir la literatura. Tras las palabras de Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier, profesora de literatura de la universidad gaditana, Mauricio Gil Cano leyó algunos poemas de su libro “Declaración de un vencido”.

Antes, sin embargo, Miguel Florián dio lectura a varios textos de “Gilgamesh”, libro con el que abría la colección.

Por su parte, Dolors Alberola, que también fue presentada por la profesora Pérez-Bustamante, leyó poemas de su libro “Arte de perros”

Finalmente, Julio Rivera presentó “Habitación en la tierra”, número cuatro de la colección, con lo cual el acto se dio por finalizado, pasando los autores y público asistente a tomar una copa de vino jerezano.