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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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12 de mayo de 2006

La picota


En los siglos llamados de Oro, que fueron, paradójicamente, los más depauperados de la historia de España, había en las ciudades y villorrios un lugar destinado al escarmiento de cuanto perdulario y descarriada –pues en materia de marginación eran escasos los miramientos- tenían la desgracia de caer presos y servir de cabezas de turco. La picota, situada en lugar concurrido, ya a extramuros, junto a una puerta, ya en pleno centro urbano, solía consistir en un poste de piedra o madera, guarnecido por cepos o anillas donde amarrar a los desventurados.
Quienes allí paraban eran por lo común gente de poca monta: rateros, prostitutas, alcahuetas, truhanes y demás morralla, a los cuales se castigaba en su dignidad, exponiéndolos a vergüenza pública, de modo que quedaban deshonrados para siempre jamás. Atados al pilote, recogían la reprobación de los ciudadanos de pro, que no dudaban en insultarlos, escupirles, arrojarles boñigas, vejarlos de mil formas e incluso golpearlos, con esa saña y fuerza que confiere de suyo la virtud. Todo vale, pudiera ser el lema, con tal de corregir a los que yerran y prevenir futuros errores. Se trataba, por tanto, de una forma primitiva de linchamiento, sin más limitación que la caridad.
El tiempo, sin embargo, no ha arrumbado esas prácticas, ni el progreso ha podido sino sofisticarlas, sustituyendo el mástil del suplicio por la fría y aséptica virtualidad de Internet.
Entrar en cualquier foro –sobre todo, cuando se hace a pecho descubierto- es un acto de inmolación. Basta una frase culta, un concepto por encima de la media aritmética o el inocente aviso de un éxito personal para que una jauría de energúmenos se avalance sobre el ingenuo y lo haga blanco de su estupidez, cargando de razón a Luis Cernuda: “Triste sino nacer/ con algún don ilustre/ aquí, donde los hombres/ en su miseria sólo saben/ el insulto, la mofa, el recelo profundo/ ante aquel que ilumina las palabras opacas...” Y es que la red, por donde se circula con medroso antifaz, se ha ganado la misma consideración que la pistola: “arma ruin y cobarde con la que cualquier villano puede dar muerte al mejor de los caballeros”, dijo al respecto alguien, ante aquellos primeros prototipos, que hoy adornan panoplias y anticuarios.
Injuria, difamación, atropello en definitiva. He aquí la munición de los émulos electrónicos de Billy el Niño, que, escondidos en sus nicks, atacan una vez, cambian de identidad y vuelven a la carga, crecen, se multiplican, disparan sin cesar e izan, victoriosos, la bandera de los mediocres, convirtiendo en basura cuanto tocan.
Alarmados por esta plaga, muchos sitios estudian la manera de terminar con el anonimato. La libertad de expresión consiste justamente en la posibilidad de decir lo que se desea, sin necesidad de esconderse. Ocultarse, por tanto, vulnera la libertad. Sobre todo, la ajena. Hay que decir las cosas cara a cara, con nombre y apellidos, con razones y datos. La verdad, simplemente. O callar.


© Domingo F. Faílde
© Europa Sur, 08.05.06.-