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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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20 de abril de 2006

Presentación de libros


EH EDITORES
PRESENTA SU COLECCIÓN
DE LIBROS DE POESÍA

Entrevista con Mauricio Gil Cano, director literario de Hojas de bohemia
El próximo 28 de abril, a las 20,30, en el denominado Misterio de Jerez, tendrá lugar la presentación de EH Editores, que irrumpe en el mercado literario con un proyecto arriesgado y apasionante. La colección de libros de poesía Hojas de bohemia es, con todo merecimiento, el buque insignia de la nueva editorial, que sacará a la luz importantes iniciativas, un ambicioso catálogo y los cuatro primeros títulos: Gilgamesh, de Miguel Florián; Declaración de un vencido, de Mauricio Gil Cano; Arte de perros, de Dolors Alberola; y Habitación en la tierra, de Julio Rivera. Ana Sofía Pérez-Bustamante, profesora de Literatura Española de la Universidad de Cádiz, reseñará los libros publicados.
Al frente de la colección, un hombre de capacidad y experiencia acreditadas, no menos que su entusiasmo: Mauricio Gil Cano, escritor y poeta.

- ¿Podría describir de la forma más clara y concisa el proyecto de EH Editores?

- EH Editores es una editorial creada por la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez, que se implica de este modo aún más en el desarrollo cultural y en el mundo del libro, en particular. En principio, nos planteamos dos líneas esenciales: una gastronómica o de hostelería y otra poética. La primera reunirá recetarios, manuales, ensayos, libros técnicos, pero también literarios en torno a la buena mesa. La línea poética comienza con esta colección, Hojas de Bohemia, pero estamos estudiando completar la oferta con otras series que incluyan, por ejemplo, grabaciones de las voces de los autores.

- ¿Por qué Hojas de bohemia, cuyas resonancias valleinclanianas nos remiten a un modo de ser poeta y a una forma de estar en la literatura?

- Porque entendemos que la poesía es un territorio irreductible de libertad interior y en ese sentido vindicamos la bohemia, como un valor literario de los hombres libres. Esto no quiere decir que los autores de nuestro catálogo sean necesariamente bohemios, sino más bien que la poesía es la bohemia de la literatura. Las resonancias valleinclanianas siempre son deseables.

- En ese pandemonium que es, en la actualidad, la oferta de libros de poesía en nuestro país, ¿qué aportará la nueva colección?

- Aportará una serie de títulos de calidad, un espacio para los poetas de hoy. Queremos acercar a los lectores las voces poéticas actuales, sin sectarismos, tanto de autores con una trayectoria consolidada como de jóvenes que despuntan en el panorama literario. Vamos a tener presencia en todo el territorio nacional. Hemos querido también que cada libro vaya precedido de un prólogo. Cada volumen lleva una ilustración en cuatricomía de nuestra directora de Arte, Pilar González García-Mier.

- Durante muchas décadas, cuando se hablaba de una colección de libros, se aludía tácitamente a una línea determinada, fuera la que fuese, ¿cuál es la línea de Hojas de bohemia?
- Nuestra línea se fundamenta en criterios de calidad y pluralidad. Pretendemos ofrecer obras de autores que resulten representativas de las tendencias actuales, donde tenga cabida, sin reticencias, la heterodoxia, pues al cabo todo poeta es un disidente.
- La elección de los autores que romperán el fuego ¿obedece a algún criterio determinado?
- Comenzamos con Gilgamesh, de Miguel Florián. No hay mejor arranque que esta referencia a la más antigua epopeya de la humanidad. Florián es uno de los poetas españoles más solventes, respetado por tirios y troyanos, de una sensualidad exquisita y una profundidad impresionante. En conjunto, creo que los cuatro primeros libros no van a pasar desapercibidos. Hemos comenzado con éstos por la originalidad de sus planteamientos y la madurez en la ejecución de los mismos.
- ¿Cómo cree que la crítica acogerá a estos libros y a la propia colección que usted dirige?
- Espero que la acogida esté a la altura de los textos que vamos a publicar y que los críticos no escatimen su entusiasmo. Presiento que nuestro esfuerzo va a ser reconocido.

- Si algo caracteriza a la poesía que hoy se escribe y publica en España es la mediocridad y el aburrimiento, ¿está convencido de que los libros de su colección conseguirán romper esta tónica y ganarse un espacio entre los lectores?

- Es cierto que no es oro todo lo que reluce y que hay autores que deben más al márketing que a sus méritos literarios, pero eso no quiere decir que en España no existan poetas de una calidad extraordinaria. Por supuesto, la mediocridad y el aburrimiento no tienen cabida en Hojas de Bohemia.

- La oferta de EH Editores supone, en cierto modo, un maridaje entre lo literario y la gastronomía. ¿Qué tienen en común un poema y una buena comida?

- Deben propiciar una buena digestión.

- Usted sabe, sin duda, que proyectos como el suyo no suelen disfrutar de una opinión unánime, ¿a qué teme más, a la crítica o a la envidia?

- Ni a una ni a otra. Si temiera a la crítica no me embarcaría en proyectos de edición. En cuanto a la envidia, es un pecado nacional al que hay que estar acostumbrado.

- ¿Hay vida más allá del 28 de abril?

- Ese mismo día vamos presentar un catálogo con nueve títulos de la colección Hojas de Bohemia. Además de los cuatro primeros, otros cinco irán apareciendo durante el año en curso. Esbozaremos nuestra línea gastronómica, que ya tiene libros a punto de salir y que ocupará un lugar fundamental en nuestra andadura. El día 28 presentamos al público un proyecto editorial avalado y promovido por una empresa modelo y de referencia, como es la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez.
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A través de esta página, invitamos a todos los interesados al acto de presentación del proyecto editorial de EH Editores y a la presentación de los cuatro primeros libros de la colección de poesía Hojas de bohemia: Gilgamesh, de Miguel Florián; Declaración de un vencido, de Mauricio Gil Cano; Arte de perros, de Dolors Alberola; y Habitación en la tierra, de Julio Rivera. Además de los autores, intervendrá Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier, profesora de Literatura Española de la Universidad de Cádiz.
Al finalizar, se servirá un jerez de honor y un aperitivo, por gentileza de la firma González Byass y de la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez.
El acto tendrá lugar el viernes 28 de abril, a las ocho y media de la tarde, en El Misterio de Jerez (Museos de la Atalaya), sito en calle Cervantes, número 3, de Jerez de la Frontera.

8 de abril de 2006

El vals de las olas



Las cosas que nos hieren, las que nos hacen daño o las que, simplemente, nos infunden temor, suelen venir en olas: la ola de frío, la ola de calor; la ola de erotismo que nos invade, la ola de puritanismo made in USA, la ola de crímenes, la ola de robos, la ola de atentados. Y es que, a veces, el río de la vida se pone cuesta arriba y, por la propia ley de la gravedad, sucede lo que todo el mundo sabe, que a quien escupe al cielo le cae encima su audacia, la corriente se empoza, crece el nivel de agua y el pequeño torrente se nos convierte en mar, el mar de Jorge Manrique, suma y resta de todos los ríos, suma y resta de todas las vidas; el mar, que es el morir.
Nadie debe alarmarse, más allá de alarma necesaria de sabernos inmersos en un imprevisible artefacto que, fruto él mismo de una explosión, acabará explotando con nosotros dentro. Es el riesgo de la existencia, asumida como aventura cósmica. La propia eternidad se adivina inestable, pues la quietud implica perfección y lo perfecto, acabado o definitivo otra cosa no puede generar sino un éxtasis infinito del que nadie pudiera ser consciente.
O dicho de otro modo: desde que el mundo es mundo, todas las cosas cambian y allí donde, en el tiempo que corresponda, escribo el verbo cambiar, se podría escribir cataclismo. Eso es: el mundo se ha formado a fuerza de cataclismos, y a fuerza de otros tantos, más los que han de venir sin duda alguna, continuará formándose. Y así sucesivamente, aunque el hombre no exista para verlo.
Ocurre, sin embargo, que, habituados a mirarnos el ombligo, tanto como individuos que como especie, concebimos el tiempo y el espacio a medida de nuestra pobre experiencia, de manera que, cuando vemos con telescopio la muerte de una galaxia, el nacimiento de una estrella o la voracidad de un agujero negro, pensamos que estos hechos ni nos atañen ni nos afectan, creyéndonos a salvo en el jardín del edén.
Craso error. La distancia astronómica, medida en años-luz, puede ser impensable para el hombre, pero menos para la humanidad y nada, prácticamente, para un Universo que nos excede y en el que cada pieza, incluso aquellas que nos parecen desacopladas, encajan en el todo, arrastrándose unas a otras en ese gran marasmo del Ser. Lo que hoy se nos muestra como espectáculo y genera magníficos fotogramas en los documentales de la televisión, pueden ser un mal día esa ola de frío o de calor, esa ola de terremotos, esa ola gigante que le lama las tripas a un planeta en el que el hombre actúa.
Porque, no nos llamemos a engaño, el hombre no es un mero espectador, por más que a este papel nos vayan reduciendo los poderes terrestres. Acaso nos creemos que, en el concierto cósmico, nos tocó la función de mirar. Y es mentira. Relegados a un mísero suburbio, en el extrarradio de una triste y pequeña galaxia, tenemos voz y voto o, al menos, arte y parte en todo lo que ocurra por esos mundos.
De momento, nuestra historia –minúscula- narra la lucha de una criatura hermosa contra una naturaleza siempre hostil. A veces, gana el hombre la partida. Pero el hombre es también naturaleza. Y ésta, bien lo hemos visto y sufrido, suele incluir el IVA en su factura. Como los bancos, dicho sea de paso. Como una ola.
La literatura de nuestros días suele volver la espalda a estos sucesos. Ha alcanzado tal grado de onanismo que ni siquiera se mira el ombligo, limitándose a empollar el huevo podrido de su vanidosa insignificancia. Es lo normal en tiempos de decadencia. En estos, sin embargo, el culto a la belleza de otras épocas ha sido reemplazado por un atroz feísmo que nos impulsa a la ordinariez, en nombre de una falsa, imposible igualdad, que siempre chocará con la ferocidad del mercado y el cinismo de sus patrones. Ésa es otra ola. Pero, al lado del Tsunami devastador, queda apenas en vaso de agua, que arrojara de grado a la cara de algunos.


© Domingo F. Faílde
La Cueva del Lobo, 2005

2 de abril de 2006

Miedo a opinar


En España, la libertad de expresión va camino de convertirse en pura virtualidad. Con el agravante, eso sí, de que ni tan siquiera en los vastos dominios de Internet se inviste su ejercicio de cuantos requisitos y cualidades le confieren tal nombre, a imagen y semejanza de una idea platónica, demasiado platónica para ser real.
En los años difíciles, era precisamente esto: palabra subrepticia, clandestina; un grito que brotaba del silencio, de las negras entrañas del espanto, de la entretela de la negación. Alguien clamaba “¡Libertad!”, esa palabra impura –que así la adjetivaba el poeta fascista José María Pemán en el impresentable “Poema de la bestia y el ángel”- y salía corriendo calle arriba, llevándose el semblante de la voz, la progenie de aquel clamor secreto que se resuelve en queja. “¡Libertad!”, dice otro. Y otro, en un rincón, temblándole el aliento, repite “¡Libertad!”, mientras una maraña de uniformes asfixiaba con su ceniza el eco reprimido de la imposible consigna: Libertad, libertad; una sábana blanca con el vocablo en rojo, sangrando bajo los cascos de los caballos.
No podía nombrarse. Ninguna boca la invocaba acaso y circulaba muda por las callejas del extrarradio, temerosa de ser descubierta, detenida, procesada, bajo cargo de subversión. Por su causa, afrontaba la gente persecuciones, cárcel, la muerte misma, que no es muy diferente a una vida penada, irrespirable.
Entonces, la censura tenía rostro. Era un hombre enfundado en su guerrera, un funcionario oscuro con mirada de cuervo, un alcázar marmóreo, una selva de bayonetas, un nublado que escupe pavor. Ahora no. Los censores son un virus que infunde recelo: ¿qué pensarán de mí si digo esto?, ¿qué consecuencias pueden traerme mis palabras?, ¿qué será de mi empleo si afirmo lo contrario?, ¿qué ocurrirá si éste o aquel se entera? Y uno empieza a borrar los vocablos malditos, suaviza la expresión por no ofender a nadie y termina omitiendo, callando, sepultando en silencio la ignominia, no sea que le nieguen el saludo, lo despidan de su trabajo, le den la espalda en club, yo qué sé, miedo al miedo, temor a que las cámaras te delaten, a que un troyano te despatarre el ordenador y un vampiro succione tu intimidad, diseccione tus pensamientos y te encierre con nombres y apellidos en alguna lista siniestra, carne de seguimiento, materia de sospecha, ciudadano indeseable.
Por eso nadie opina en foros ni mentideros. Ni siquiera cubriéndose el pelaje con el antifaz de un seudónimo. “Silencio, a callar he dicho”, como Bernarda Alba. Aquí nadie replica. Uno deja el mensaje en la pantalla, y al cabo de los meses sigue allí, solitario, oculto por una maraña de moscas que defecaron alrededor sus sandeces en triste idioma. Nadie dice ni mu, no vaya el replicado a ser un mandamás. “Silencio, a callar he dicho”. Veinte años, poniéndole punto a la i, tocándole las narices a tantísimo reaccionario, y nada. Silencio. Nadie se atreve a rebatir, refutar, impugnar, desmentir, oponerse.
Sueño con que, algún día, al abrir algún web u ojear un periódico, alguien me haga encontrar la horma de mi zapato y me vista de limpio con razones contrarias. Si ocurriese el portento, buscaría al firmante por todo el planeta y, en lugar de batirme con él a bastonazos, le invitaría a unas copas de Ribera del Duero, celebrando, como el protagonista de “Casablanca”, el principio de una gran amistad.
Vivimos en la sociedad del “buen rollo”, pero no es verdad. El respeto no implica, necesariamente, temor. Tampoco enemistad la discrepancia. Ni hay por qué resignarse cuando se empeñan en endosarnos gato por liebre. El servilismo y la democracia son antagónicos. También la dignidad, por descontado. Y el origen de sus raíces: pese a quien pese, la libertad.
© Domingo F. Faílde
La Cueva del Lobo, 2005