Anoche tuvo lugar la presentación del libro Acuario Blue, del poeta Mariano
Rivera Cross. El acto tuvo lugar en el patio del Café-Bar Damajuana ante un público
numeroso y fue presentado por Domingo F. Faílde, según el cual la obra poética de Rivera acoge nuevos mitos, se
impregna de una nueva sonoridad y, en vez de esclerotizarse con el paso del
tiempo, se abre a las nuevas tecnologías, ensaya nuevas formas de expresión y tiende
puentes a las filosofías que anticipan el porvenir. Así lo acreditan sus libros
Dioses y héroes en retirada, El cielo que nunca habló, Entre sombras y,
sobre todo, El software de la
inmortalidad. A todos ellos se suma Acuario
Blue.
Partiendo de las citas
iniciales, de Leonard Cohen, Bob Dylan y John Lennon, advirtiéndonos que la
vida es un juego con las cartas marcadas, que el camino a la utopía es largo y
proceloso y que el cielo y el infierno están aquí y ahora, en nuestras manos, el
libro se concibe como un blues, que es canto melancólico y, en este caso, una
bella metáfora al servicio de una idea: el diálogo entre las dos orillas del
Atlántico, que dan título y estructura al conjunto: Átlántico Este y Atlántico
Oeste, conversan entre sí y cuestionan la triste realidad del mundo en el
preciso instante en que, según algunas concepciones esotéricas, da comienzo la
Era de Acuario o, desde otro punto de vista, finaliza la nuestra. El nacimiento
y la muerte, el principio y el fin, los ciclos implacables de la vida y, en
suma, su dialéctica inexorable, componen un pequeño retablo con
fondo musical que expone y analiza nuestro momento histórico.
Una amplia batería de temas cardinales gravita en los poemas de este
libro. Los eternos, los clásicos, van quedando en la retaguardia y en la
vanguardia afloran reciclados por la visión del hombre contemporáneo, que,
enfrentado a los mitos de otras eras, se atreve a levantar el torreón proscrito
de la felicidad e incluso poner en su punto de mira la conquista de la
inmortalidad.
Actitud de esta índole implica un llamamiento a la rebeldía, más que a
la rebelión. El poeta, que arremete contra el discurso de los políticos o
deplora la muerte de la democracia, llama de nuevo a los jóvenes de París, en
un gesto de añoranza desesperada, que incluso le conduce a evocar el muro de
Berlín, para oponerlo acaso a la guerra, al hambre, el fanatismo, la violencia
de género y otros males que zarandean nuestra sociedad. Desengañado de la
política, sabe que se ocluyeron sus caminos y es preciso, por tanto, explorar
otras vías. Del poema social de nuevo cuño pasamos al espacio existencial, al
territorio íntimo del ser, donde también la vida enseña sus colmillos: el amor
no es acaso esa tabla de salvación que el epigonismo romántico nos mostraba y
ahora, roto el velo de la vieja retórica petrarquista, nos conduce a la
realidad del olvido, de la traición, de la fragilidad, y ni siquiera el sexo,
hasta ayer concebido como liberación, nos brinda un asidero consistente.
Decepción e injusticia contemplan este marco desolado, en el que, sin embargo,
consigue la poesía fructificar y crecer.
Como es lugar común en la obra de Mariano Rivera, estamos ante un
libro complejo, no porque su discurso sea hermético o laberíntico y su lenguaje
rebuscado e hiperculto, sino por su riqueza connotativa; un libro necesario, entre otras
razones porque, si como afirma Leopoldo Mª. Panero en el prólogo, el hombre es una pasión vil del que [sic]
no habla la filosofía, el poeta, al
convertirlo en sujeto del conocimiento, lo libera de la vileza de aquella
pasión, incorporándolo, libre y hermoso al gran concierto cósmico.
Redacción.-