Hay en el consistorio sevillano una pequeña sala que, emplazada a pie
de calle, llaman El Apeadero. Al parecer, esta pequeña joya, que mezcla en
asombroso maridaje el gótico tardío y el plateresco, debe su nombre nada
literario a la función que desempeñara en siglos pasados, cuando los próceres
entraban con sus monturas, se apeaban allí mismo y accedían directamente a las
dependencias municipales. Un lujo aristocrático.
Y un lujo
aristocrático fue la presentación –en ese mismo espacio, gozosamente convertido
en salón de actos- del libro titulado Árboles huérfanos, cuya autoría comparten
el acuarelista Aure Gallego y la poeta Lola Crespo, con prólogo de Dolors
Alberola.
Se trata de una
hermosa colección de diecinueve acuarelas, más la de la portada, perfectamente
reproducidas, que tienen como común denominador el árbol, su soledad en la
naturaleza y su individuación estética,
que es quizás el espacio donde mejor se mueve la creatividad del artista, capaz
de extraer al tema los más sorprendentes matices, usando los colores o la
ausencia de éstos como herramienta mágica para hacer aflorar a sus criaturas. Y
éstas, como si aprovecharan el soplo vital de su autor, adquieren vida propia,
separándose del paisaje –y, desde luego, del paisajismo- para desplegar ante el
espectador todas las posibilidades pictóricas que el talento de Aure Gallego
concentra en su propia técnica y expresa en un lenguaje cuajado de poesía.
La de Lola
Crespo, a lo largo de sus poemas, estructurados en tres partes que, en realidad,
los convierte en estrofas de otros tantos cánticos, desentraña el enigma que su
compañero de libro dejara planteado en la muda elocuencia de sus árboles
plásticos. Ella penetra en su interior, los acaricia y mima, entablando con
todos y cada uno la silente conversación que todo buen poeta identifica como el
idioma de la revelación. Como cabía esperar, ésta le lleva a territorios
totalizadores que, poco a poco, van despejando incógnitas para presentar al
lector una ecuación de vida, con todos sus matices también, sus dudas, su
belleza, sus anhelos de inmortalidad: El
hombre sin contexto/ se hizo árbol/ y decidió dejar sus hojas/ en la orilla del
mundo.
Nos hallamos,
como escribe Dolors Alberola al inicio del prólogo, ante un puñado de
bellísimas páginas que palpitan como
pulsos ardiendo, colores, más colores. Pero no son de aquí, el color cuando
crece adentro de los ojos no es un color humano, es un dios que se quiso
palabra. Dicho queda.
El volumen,
presentado en el marco de la feria del libro de Sevilla, ha sido primorosamente
publicado por la editorial cordobesa Depapel.
Léase.
Redacción.-