La feria del
libro, que en las últimas décadas ha sido con frecuencia un evento polémico, es
ahora sin duda más necesaria que nunca. Se ve, se nota, se siente e incluso se
presiente. Tanto si el público afluye y confluye, como si, en el caso
contrario, reserva su alegría su alegría lectora para tiempos mejores, ya que
éstos, más que malos, son perros de solemnidad.
La de Jerez pasó
con más pena que gloria y cabía esperarlo de una ciudad que roza, si no excede,
el cuarenta y cinco por ciento de desempleo. En semejante situación, justo es
reconocer que el horno no está para bollos.
En Sevilla, tal
vez suceda algo parecido, pero no se notó, al menos el pasado fin de semana,
con un lleno discreto en los expositores, con espléndidas propuestas de
lectura, y hasta la bandera en la carpa donde, entre presentaciones,
espectáculos y recitales, tuvo lugar el sábado, ya frisando la hora de cierre, el
que, bajo la denominación genérica de
Las esquinas de los días, reunió a poetas de varias generaciones, cuyos versos
saltaron al espacio de Plaza Nueva y tomaron la noche incipiente con sus
jinetes casi apocalípticos: innovación, intensidad, belleza y emoción, con contrapunto
de excelente música, a cargo de David Postigo, y danza, que aportó Elisa Dpdm.
De los versos
leídos, queden entre las piedras los ecos y la voz de sus autores: Lola Crespo,
Aure Gallego, Mª. Dolores Almeyda, Enrique García, Sonia Garrido, Irene M. Gil,
Anabel Caride, Lorenzo Ortega, Ana Isabel Alvea, Domingo F. Faílde y Dolors
Alberola…
Et dictum verbum irrevocabile volat. Eso
dijo Virgilio desde su portentosa inmortalidad.
Redacción.-