En un artículo, publicado en la revista asturiana Ágora, a principios de 2005, Domingo F. Faílde, tras negar que existiera límite alguno entre erotismo o pornografía, salvo los de naturaleza meramente ideológica, afirma lo siguiente: no entraremos en el debate casi medieval en torno a qué llamamos erotismo y a qué pornografía: nos tiene sin cuidado, siempre y cuando la obra literaria merezca este apellido y ostente, en consecuencia, la gracia, la elegancia, la calidad, en definitiva, que ha de exigirse a un texto literario, ya nos hable de cuerpos, ya de almas, ya nos cuente una historia de crápulas o la guerra de Troya. La moral no es asunto que incumba al poeta: quede ésta relegada a los gobernantes, los clérigos, los maestros, las cariátides de un orden establecido que, en Madrid como en Roma, en el Vaticano como en Islamabad, en Nueva York como Pekín, se complace en las castas imágenes de unos cuerpos descuartizados en asesinas guerras mientras condena la obscenidad de un beso o la fusión de dos enamorados. Contra el vicio de la hipocresía, debe reivindicar la literatura la virtud de la transgresión.
La lectura de este fragmento anticipó a los asistentes el tono, la atmósfera y el talante de los, poemas que, a lo largo de la velada de ayer, nos leyó el autor, que se jacta de soslayar prejuicios y poner en su sitio algunas cosas, eso sí, con su nombre de pila, tal como salen de labios de los amantes, ya que estamos hablando de poesía erótica, y tal como aparecen publicados en dos de sus libros, Decomo, escrito en colaboración con Dolors Alberola, y Carnalia, que fue finalista del premio andaluz de la crítica.
Ironía, sarcasmo en ocasiones y un punto de cinismo, se mezclan en los versos eróticos de Faílde con una visión negativa de la existencia humana, de la que, sin embargo, es posible salvarse a bordo del amor.
Los poemas eróticos de Mariano Rivera se hallan diseminados a lo largo y lo ancho de toda su obra, tanto la publicada como la inédita. No responden, por regla general, a postulados propios de ese género –si es que existen-, sino que forman parte de ese discurso totalizador que unifica todos sus libros: el eros forma parte también de su concepto de obra total.
En su producción erótica (La batalla de los sexos, Bulevares de cereza y, sobre todo, Acuario blues, que presumiblemente será publicado en breve) –dijo Dolors Alberola al presentarlo- podríamos distinguir dos momentos: una etapa inicial o juvenil y otra de madurez o plenitud. La primera se caracteriza por la utilización de un lenguaje directo, que incluso tiende a escandalizar al lector. La segunda, por el contrario, nos muestra un erotismo que es vía hacia otros temas de mucho mayor calado. Si en la edad juvenil el eros aparece como un fin en sí mismo, en la etapa de madurez, sin despojarse de sus aspectos lúdicos y gozosos, se convierte en vehículo.
La lectura fue larga y, como cabe esperar de esta clase de textos, divertida. El frío, que hizo acto de presencia, pasó totalmente desapercibido.
Redacción.-