A las palabras de bienvenida y presentación, que corrieron a cargo de Álvaro Quintero, seguirían las del resto de los poetas que, como tales y amigos, acompañaron a Domingo F. Faílde en esta ceremonia, difícil aunque entrañable, de desflorar un libro. Y, si Álvaro Quintero expuso al auditorio las líneas maestras de la poética de Carnalia, con las palabras justas y una emoción bellamente templada, el discurso de Manuel Saborido incidió en los resortes que, depurando imaginación y realidad, desembocan en el poema. Por su parte, Mariano Rivera se detuvo en las aportaciones del autor a la poesía erótica, ubicándolo en una tradición jalonada de nombres tan señeros como Anaïs Nin o Henri Miller, rubricando lo expuesto con un poema. Isabel de Rueda, siempre en clave de cabal armonía, que tal es su sello distintivo, sumó al libro poesía, glosando con palabras hermosas y encendidas sus aspectos más relevantes. Finalmente, Dolors Alberola conectó los poemas de Carnalia con algo tan imprescindible como la vida, trazando a grandes aunque certeros rasgos la etopeya del autor y explicando poéticamente los nexos existentes entre las obsesiones de Faílde y el libro.
Fueron cinco discursos enjundiosos, en los que la amistad y el amor brillaron con luz propia, sin apagar con ella el rigor del análisis ni la exigencia estética que todos y cada uno se impusieron, en una noche mágica consagrada a la carne y a la poesía.
No tuvo otro remedio Domingo F. Faílde que dar comienzo a su intervención con un pormenorizado índice de agradecimientos, que partió de sus compañeros, pasó por el público y concluyó en los hermanos Romero Caballero, patrocinadores del acto.
La verdad de una obra poética reside en los poemas. Nada, fuera del texto, suma o resta elocuencia, calidad, al discurso, y así debió entenderlo el propio poeta que, con firmeza y serenidad, ofreció una lectura selecta, luego de haber enumerado los puntos cardinales de su propuesta estética, encaminada, en el caso de un libro erótico, a escandalizar, pues la literatura y más concretamente la poesía no deben ni pueden dejar a nadie en la indiferencia. Será tal vez por ello que los poemas de Carnalia, con el sagaz contrapunto de unas imágenes llenas de intencionalidad, regocijaron al público, que no sólo apreció las cualidades del libro: también se divirtió con la fina ironía desplegada por el autor y el talante festivo de todas las palabras pronunciadas.
La consabida firma de ejemplares dio paso al ágape acostumbrado, propiciando una grata tertulia.
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Redacción.-