Anoche, en el Damajuana, tuvimos la suerte de disfrutar la palabra y la magia. Ya de por sí el verbo es mágico, pero si a la magnificencia de la voz de Pedro Sánchez, Amaya Blanco y Lola Crespo, se le une el líquido e ígneo malabarismo de la tercera, el ambiente arde en hermosura, en música, en total redondez. Tres autores –diría Dolors Alberola en los preliminres del acto- en los que se aúna el buen hacer con el perfecto estar. Tres amigos magníficos, tres personas para conservar perpetuamente en la alforja más interior de nuestro delirio, tres soñadores contra los que no podrá jamás el minotauro. Por cada uno de los tres pongo la letra al fuego, por cada uno de los tres guardo silencio y dejo que sus propios currículos y sus personales poéticas hablen de ellos.
Concluidas las presentaciones, Pedro Sánchez comenzó la lectura de sus poemas en una primera ronda. Cabe resaltar la sobriedad perfecta de este autor que debido a su discreción, que no a su trayectoria, ya bastante galardonada, constituyó una enorme sorpresa. Continuó Amaya Blanco con un delicado hacer que atravesaba las pieles con punzante ternura, una especie de estilete casi imperceptible que iba dañando los adentros y levantando en cada uno de nosotros la arboleda de la más exquisita sensibilidad. Como fin de esta primera parte, que luego se amplió con otra segunda un poco más breve por cada uno de los autores, tomó la voz y el mando la maga de la palabra Lola Crespo, a la que, no bastando con atravesarnos totalmente con su canto, se le ocurrió, como suele ocurrir, hacernos partícipes de una químico-lumínica performance, tras la cual quedamos todos casi en estado de levitación. Así, mágicamente y tras el anuncio de los próximos eventos literarios, finalizó una espléndida velada, a la cual asistió numeroso y variado público.
Redacción.-