Conforta comprobar que, diariamente, a pesar de esa nube llena de incertidumbre y malos presagios, a cuyo solo nombre parece derribarse los fundamentos de nuestra civilización, la poesía, la frágil, leve, inútil e incluso denostada poesía, va ganando terreno y ocupa en muchos casos feudos tan alejados y ajenos como el fútbol y la política.
De ésta, mejor no hablar, que ya bastante daño nos causa cada día; y en cuanto al arte de la coz gamada, alegra que, a la hora de sus oficios dominicales, ya en vivo, ya a través de la caja tonta, llene el público un local donde, sencillamente, un grupo de poetas lanzaba sus versos al aire.
Sucede en todas partes: Madrid, Jerez, El Escorial, Granada… y ayer, sin ir más lejos, en el Salón de Té Douchka, en Sevilla. Allí asistimos a la lectura protagonizada por Lola Crespo -alma mater de la velada-, Dolores Almeyda, el joven Lorenzo Ortega, David Postigo –al verso y al piano- y Dolors Alberola, como autora invitada.
Un acto inolvidable y una estrella indiscutible: la palabra, esa palabra fundadora y limpia, que puso en los oídos y el corazón de los asistentes la certeza de que la vida, el mundo, la historia, casi siempre tan ásperos, poseen no obstante otra dimensión en el espejo de la poesía, donde el hombre se encuentra frente a frente con lo más noble y puro, lo mejor de sí mismo y una enorme reserva de esperanza, personificada en los autores jóvenes que, en turno libre, se dieron a conocer.
Lola, Dolores, Lorenzo, David y Dolors llenaron de belleza la tarde sevillana, en la que no faltaron performances ingeniosas y la buena poesía fue un gozoso derroche.
Redacción.-