Parece mentira que después de 72 años, la muerte más simbólica de la Guerra Civil española, cuando comenzaba aquel horror fratricida y golpista contra el Gobierno legítimamente elegido por el pueblo español de la Segunda República, que supuso el brutal asesinato del poeta y dramaturgo Federico García Lorca, uno de los grandes genios de nuestras letras y de la Literatura Universal, siga suscitando polémica que, en algunos casos, se parece demasiado a la mala conciencia de ciertos sectores reaccionarios de este país. Aún más chocante es que sea su propia familia, encarnada en la voz y el rostro de su sobrina Laura García Lorca, el principal obstáculo de la restitución histórica de la dignidad de sus restos mortales.
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