Los poemas escritos en Región de los hielos perpetuos están creados con una sensibilidad suma, sin límites, entendiendo por sensibilidad del poeta la pulcritud o afinamiento de su gusto por la belleza. Este perfeccionamiento siempre es cultivado por Faílde, pero resalta o sobresale aún más en su orbe interno, es decir, se hace más selectivo, cuando se dedica, desde sus convicciones y valores, sentimientos y vivencias…, a la creación de sus poemas. Este esmero extremado conlleva, al fundirse con la sencillez de su proceder creativo, el poder de atraer y sorprender y complacer la sensibilidad de sus lectores.
La sensibilidad del poeta, calificada de inteligente y recreadora, y frutecida gracias a la reflexión madura, es la que le hace sentir tan vivazmente las ideas y los pensamientos, los recuerdos y las imágenes… que revolotean por su mente hasta que escogen una palabra, una oración… y se posan. La sensibilidad, pues, humedece la semilla; elabora miel para el intelecto; busca señuelos en la palabra; atrapa ideas y sentimientos; aprende a nadar en lo profundo… Ella es la cultivadora y a la vez catadora del vino de la vida. La misma que no quiere ser ola y llegar a una orilla cualquiera donde la inspiración desaparece. En la Región de los hielos perpetuos, Faílde nos ofrece una poesía de gran sensibilidad, donde el contacto con la naturaleza y la soledad más humana del hombre son la materia prima de una poética madura y reflexiva.
Ciertamente es la expresión poética en sí quien define la carga poética, quien avala, como lo más puro en la poesía, la íntima musicalidad y la trascendencia expresiva del lexema más allá de su habitual sentido semántico. La poesía de Faílde es, pues, vehículo de un mundo interior. Por ello, como cada obra poética es fruto de una experiencia intuitiva personal no se puede heredar ni transmitir Ésta representa el pulso de la sensibilidad de una persona (el poeta) de una sociedad, y refleja en gran medida la pervivencia del espíritu de la raza humana.
Con este libro, editado por la prestigiosa y reconocida Ediciones Vitruvio en su colección Baños del Carmen, Domingo cosechó otro éxito literario al concedérsele el Premio Provincia de Guadalajara 2006. Región de los hielos perpetuos comienza con dos citas: Volvime entonces, y vi delante y a mis pies un lago, que por estar helado / tenía más apariencia de cristal que de agua. / (…) El llanto mismo el lloro no permite, / y la pena que encuentra el ojo lleno, / vuelve hacia atrás, la angustia acrecentando; / pues hacen muros las primeras lágrimas, / y así como vísceras cristalinas, / llenan bajo las cejas todo el vaso. // (Dante Alghieri, La divina comedia, Inf. XXXII y XXXIII). En la segunda leemos: Puedes ver en mi rostro la estación de las hojas amarillas, / escasas si es que quedan, / pendientes de las ramas temblonas que tiritan de frío…// (William Shakespeare). Si profundizamos en estas citas, presto averiguaremos lo que trata el poeta en el corpus libri de esta sublime obra poética. Ya el título nos pone al principio del camino que recorrió Faílde para crear este poemario sumamente purista.
Región de los hielos perpetuos se divide en dos partes El llanto acuchillado (15 poemas) y Círculo de frío (23 poemas), dos subtítulos que ya dicen y aclaran y confirman por sí mismos lo que quiso el poeta ofrecer al lector, desde la primera a la última página, cuando escribió estos poemas sublimes y mágicos y sorprendentes.
Evidentemente todo en esta vida pasa. El presente también pasará al recuerdo, a la nada. Todo se termina. Nada quedará. Sólo recuerdos. Sólo recuerdos y nada más. Recuerdos para que, lentamente, los engulla la nada. ¿A quién no le atormenta lo efímero de todo lo que hoy existe? Todo eso será mañana nada, incluso el tiempo que pasa y que pasó. ¿Qué nos queda del pasado? Nada, absolutamente nada. Todo se termina. Nada queda. Ni siquiera los recuerdos de cualquier vida Lo más baladí y lo más importante va al mismo lugar. Nada es diferente. Todo es igual. Y no importa cuánto te pueda importar. Un instante hermoso. Aquel momento perfecto que vivimos. ¿Y qué? Sólo va a estar un tiempo en la memoria, en el recuerdo. Después…, nada. Momentos gozosos o tristes que nunca jamás se van a repetir. Un buen día dejamos de ser jóvenes / y toda la galaxia pareció despoblarse.// (…) Íbamos estrenando los caminos de la noche infinita, irretornables, / observando la eterna deglución de los tiempos / y la breve efusión de las magnolias. // ¿Qué dejamos atrás?, nos preguntábamos. / Al volver la mirada, / el triste pelotón que nos siguiera / había sembrado el campo de estatuas de sal. // (Del poema En torno a la experiencia, p. 26). ¿A quién le importa lo que dure la vida? No la vida que tan rápido pasa para los mortales, sino esa otra en la que la nuestra está incrustada. Lo verdaderamente trascendente en la vida es lo que hacemos con ella. ¿Qué importa todo lo demás, si se nos escapa de la mente y de las manos? Todo se perdió, pues / Ahora vagamos / como oscuros fantasmas que hayan errado el rumbo. / El norte. / Esta mansión desierta / donde dormita el frío. // (Del poema Entrada al monte oscuro, p. 34).
Tras lo expuesto, manifiesto que en la vida de cualquier ser humano existen periodos de tiempo más o menos largos, en los que éste se encuentra solo o se siente solo. Es evidente que son dos maneras de interpretar la soledad. Estar solo es un hecho común para todos. No siempre estamos acompañados. Esta experiencia de soledad se puede disfrutar mucho y suele ser muy constructiva.
Sentirse solos es diferente, porque uno se puede sentir solo también en compañía. No es difícil llorar en soledad, expresa Dulce María Loynaz, pero es casi imposible reír solo. El sentimiento de soledad está relacionado con el aislamiento, la noción de no formar parte de algo, la idea de no estar incluido en ningún proyecto y entender que a nadie le importamos lo suficiente como para pertenecer a su mundo. Ese sentimiento de no pertenencia nos puede llevar a la depresión, cuando además nos sentimos culpables de nuestra propia soledad. Quien no sabe poblar su soledad, dice Charles Baudelaire, tampoco sabe estar solo entre una multitud atareada. La soledad / me ha visitado hoy. (…) Por no perder el tiempo ni acaso la costumbre, / le hice proposiciones deshonestas, / que te acuestes conmigo, que hagamos el amor, / para vencer el ocio y combatir el tedio. // Por el mismo motivo, esbozó una sonrisa, / cogió el bolso y los guantes, / dijo adiós y se fue calle arriba. / Me quedé como estaba, con mi silencio a solas, / recordando la letra de un bolero. A lo lejos, / siempre hay alguien que canta en estos casos.// (Del poema Idilio, p. 54). La valía de un hombre, refiere Friedrich Nietzsche, se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.
En los poemas que componen este extraordinario libro, predominan los versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos. 32 son poliestróficos y 6, monoestróficos. La mayoría de las estrofas son heterométricas. Fuimos así, sin más, / dejándonos de cosas, de lo hondo, / mientras se oía, adentro, el crepitar del alma. // (Del poema La tempestad, p. 22), con ausencia de rima. Es una constante en esta obra de Faílde la riqueza léxica, el ritmo y la musicalidad, la connotación de las palabras, la polisemia, el empleo de figuras literarias, la búsqueda de asombro o extrañeza…, todo lo cual enriquece a los poemas y, en definitiva, al lector.
Domingo F. Faílde nace en Jaén en 1948. Es licenciado en Filosofía y Letras y profesor de Literatura, así como autor de una extensa obra poética que ha obtenido una larga lista de premios de prestigio. Entre sus libros debo destacar: El resplandor sombrío, Amor de mis entrañas, Testamento de náufrago Antología (1979-2000), Decomo, en colaboración con Dolors Alberola, o La noche calcinada… Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés y alemán.
Es aconsejable la lectura de Región de los hielos perpetuos, ya que el lector, además de descubrir en este libro una poesía de una calidad sublime, sentirá, al leerlo, un deleite y una satisfacción y un encontrarse consigo mismo…, difícil de hallar en cualquier otra obra poética actual.
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© Carlos Benítez Villodres
....Málaga, 2008.-
La sensibilidad del poeta, calificada de inteligente y recreadora, y frutecida gracias a la reflexión madura, es la que le hace sentir tan vivazmente las ideas y los pensamientos, los recuerdos y las imágenes… que revolotean por su mente hasta que escogen una palabra, una oración… y se posan. La sensibilidad, pues, humedece la semilla; elabora miel para el intelecto; busca señuelos en la palabra; atrapa ideas y sentimientos; aprende a nadar en lo profundo… Ella es la cultivadora y a la vez catadora del vino de la vida. La misma que no quiere ser ola y llegar a una orilla cualquiera donde la inspiración desaparece. En la Región de los hielos perpetuos, Faílde nos ofrece una poesía de gran sensibilidad, donde el contacto con la naturaleza y la soledad más humana del hombre son la materia prima de una poética madura y reflexiva.
Ciertamente es la expresión poética en sí quien define la carga poética, quien avala, como lo más puro en la poesía, la íntima musicalidad y la trascendencia expresiva del lexema más allá de su habitual sentido semántico. La poesía de Faílde es, pues, vehículo de un mundo interior. Por ello, como cada obra poética es fruto de una experiencia intuitiva personal no se puede heredar ni transmitir Ésta representa el pulso de la sensibilidad de una persona (el poeta) de una sociedad, y refleja en gran medida la pervivencia del espíritu de la raza humana.
Con este libro, editado por la prestigiosa y reconocida Ediciones Vitruvio en su colección Baños del Carmen, Domingo cosechó otro éxito literario al concedérsele el Premio Provincia de Guadalajara 2006. Región de los hielos perpetuos comienza con dos citas: Volvime entonces, y vi delante y a mis pies un lago, que por estar helado / tenía más apariencia de cristal que de agua. / (…) El llanto mismo el lloro no permite, / y la pena que encuentra el ojo lleno, / vuelve hacia atrás, la angustia acrecentando; / pues hacen muros las primeras lágrimas, / y así como vísceras cristalinas, / llenan bajo las cejas todo el vaso. // (Dante Alghieri, La divina comedia, Inf. XXXII y XXXIII). En la segunda leemos: Puedes ver en mi rostro la estación de las hojas amarillas, / escasas si es que quedan, / pendientes de las ramas temblonas que tiritan de frío…// (William Shakespeare). Si profundizamos en estas citas, presto averiguaremos lo que trata el poeta en el corpus libri de esta sublime obra poética. Ya el título nos pone al principio del camino que recorrió Faílde para crear este poemario sumamente purista.
Región de los hielos perpetuos se divide en dos partes El llanto acuchillado (15 poemas) y Círculo de frío (23 poemas), dos subtítulos que ya dicen y aclaran y confirman por sí mismos lo que quiso el poeta ofrecer al lector, desde la primera a la última página, cuando escribió estos poemas sublimes y mágicos y sorprendentes.
Evidentemente todo en esta vida pasa. El presente también pasará al recuerdo, a la nada. Todo se termina. Nada quedará. Sólo recuerdos. Sólo recuerdos y nada más. Recuerdos para que, lentamente, los engulla la nada. ¿A quién no le atormenta lo efímero de todo lo que hoy existe? Todo eso será mañana nada, incluso el tiempo que pasa y que pasó. ¿Qué nos queda del pasado? Nada, absolutamente nada. Todo se termina. Nada queda. Ni siquiera los recuerdos de cualquier vida Lo más baladí y lo más importante va al mismo lugar. Nada es diferente. Todo es igual. Y no importa cuánto te pueda importar. Un instante hermoso. Aquel momento perfecto que vivimos. ¿Y qué? Sólo va a estar un tiempo en la memoria, en el recuerdo. Después…, nada. Momentos gozosos o tristes que nunca jamás se van a repetir. Un buen día dejamos de ser jóvenes / y toda la galaxia pareció despoblarse.// (…) Íbamos estrenando los caminos de la noche infinita, irretornables, / observando la eterna deglución de los tiempos / y la breve efusión de las magnolias. // ¿Qué dejamos atrás?, nos preguntábamos. / Al volver la mirada, / el triste pelotón que nos siguiera / había sembrado el campo de estatuas de sal. // (Del poema En torno a la experiencia, p. 26). ¿A quién le importa lo que dure la vida? No la vida que tan rápido pasa para los mortales, sino esa otra en la que la nuestra está incrustada. Lo verdaderamente trascendente en la vida es lo que hacemos con ella. ¿Qué importa todo lo demás, si se nos escapa de la mente y de las manos? Todo se perdió, pues / Ahora vagamos / como oscuros fantasmas que hayan errado el rumbo. / El norte. / Esta mansión desierta / donde dormita el frío. // (Del poema Entrada al monte oscuro, p. 34).
Tras lo expuesto, manifiesto que en la vida de cualquier ser humano existen periodos de tiempo más o menos largos, en los que éste se encuentra solo o se siente solo. Es evidente que son dos maneras de interpretar la soledad. Estar solo es un hecho común para todos. No siempre estamos acompañados. Esta experiencia de soledad se puede disfrutar mucho y suele ser muy constructiva.
Sentirse solos es diferente, porque uno se puede sentir solo también en compañía. No es difícil llorar en soledad, expresa Dulce María Loynaz, pero es casi imposible reír solo. El sentimiento de soledad está relacionado con el aislamiento, la noción de no formar parte de algo, la idea de no estar incluido en ningún proyecto y entender que a nadie le importamos lo suficiente como para pertenecer a su mundo. Ese sentimiento de no pertenencia nos puede llevar a la depresión, cuando además nos sentimos culpables de nuestra propia soledad. Quien no sabe poblar su soledad, dice Charles Baudelaire, tampoco sabe estar solo entre una multitud atareada. La soledad / me ha visitado hoy. (…) Por no perder el tiempo ni acaso la costumbre, / le hice proposiciones deshonestas, / que te acuestes conmigo, que hagamos el amor, / para vencer el ocio y combatir el tedio. // Por el mismo motivo, esbozó una sonrisa, / cogió el bolso y los guantes, / dijo adiós y se fue calle arriba. / Me quedé como estaba, con mi silencio a solas, / recordando la letra de un bolero. A lo lejos, / siempre hay alguien que canta en estos casos.// (Del poema Idilio, p. 54). La valía de un hombre, refiere Friedrich Nietzsche, se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.
En los poemas que componen este extraordinario libro, predominan los versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos. 32 son poliestróficos y 6, monoestróficos. La mayoría de las estrofas son heterométricas. Fuimos así, sin más, / dejándonos de cosas, de lo hondo, / mientras se oía, adentro, el crepitar del alma. // (Del poema La tempestad, p. 22), con ausencia de rima. Es una constante en esta obra de Faílde la riqueza léxica, el ritmo y la musicalidad, la connotación de las palabras, la polisemia, el empleo de figuras literarias, la búsqueda de asombro o extrañeza…, todo lo cual enriquece a los poemas y, en definitiva, al lector.
Domingo F. Faílde nace en Jaén en 1948. Es licenciado en Filosofía y Letras y profesor de Literatura, así como autor de una extensa obra poética que ha obtenido una larga lista de premios de prestigio. Entre sus libros debo destacar: El resplandor sombrío, Amor de mis entrañas, Testamento de náufrago Antología (1979-2000), Decomo, en colaboración con Dolors Alberola, o La noche calcinada… Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés y alemán.
Es aconsejable la lectura de Región de los hielos perpetuos, ya que el lector, además de descubrir en este libro una poesía de una calidad sublime, sentirá, al leerlo, un deleite y una satisfacción y un encontrarse consigo mismo…, difícil de hallar en cualquier otra obra poética actual.
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© Carlos Benítez Villodres
....Málaga, 2008.-