Con una hora de
retraso, dos en las Islas Canarias, comenzó anoche la lectura poética que,
dentro del espacio Versos en plenilunio, acabarían ofreciendo Verónica
Pedemonte y Yolanda Aldón, cuya paciencia sólo fue superada por la excelencia
de su poesía –dos conceptos que riman-, la primera igualada por el público o,
al menos, la fracción perseverante de éste, que, como justo premio, disfrutó
con los versos de ambas autoras, que fueron recibidos con dos sentimientos
consonantes también: admiración y emoción.
Motivos para ello
darían una y otra, tras la obligada presentación que, esta vez, corrió a cargo
de Francisco Carrasco. El coordinador de estos ciclos efectuó un balance de los
mismos, destacando el valor, a todas luces fundamental, de la permanencia, a lo
largo de año y medio, ofreciendo su tribuna a un gran número de poetas y al
público el placer de escuchar excelente poesía, en muchas ocasiones acompañada
de música.
Verónica
Pedemonte estuvo en gran poeta, como siempre. Su lectura, preparada con
maestría y ejecutada con acierto, quiso ser y lo fue un recorrido intenso y
ajustado por su propia trayectoria, señalando sus hitos con poemas
indiscutibles y significativos. En la fragua del poema, la tradición literaria
recibe el baño de incontenible frescura que le confiere el lenguaje poético de
la autora, de modo que el lector u oyente en este caso percibe los lugares
comunes de la mejor poesía envueltos en un aura de novedad, capaz de demostrar
que el clasicismo, en manos de un creador, es la expresión más alta de toda
innovación. Elegante, discreta, sobria, desgranó sus bellísimos versos con esa
difícil naturalidad que sólo logran los muy avezados.
Por su parte,
Yolanda Aldón, poeta joven, derrochó todo el ímpetu de quien, recién robado el
fuego de los dioses, echa a correr, dispuesto a no soltarlo, consciente al
mismo tiempo de que es imprescindible alimentarlo para que no se apague y siga
iluminando un trayecto que, a nuestro ver y entender, mantiene una línea
ascendente, cada vez más diáfana. La poeta, conforme va alejándose de vías
transitadas y retóricas más o menos usuales, se lanza a la conquista de una voz
propia, que asoma con firmeza y deja ver sus armas: la contención, por ejemplo,
en poemas de gran densidad, por los que fluye con claridad el lenguaje, más
sugerente que explícito, más emotivo, al par que revelador.
Velada, pues,
bellísima, que nos hizo olvidar el retraso, el cambio de escenario y los
pequeños lances de la megafonía. Allí donde hay un poeta –el género no
importa-, siempre se obra un milagro.
Redacción.-