La magia habitual de las veladas poéticas que
vienen celebrándose en Damajuana, se
multiplicó anoche por cuatro, porque cuatro fueron los poetas que hicieron uso
de la palabra para sembrar sus versos. María Dolores Almeyda, Lola Crespo,
Carmen Herrera y Lorenzo Ortega vinieron desde Sevilla, de la capital y de sus
aledaños, porque – como dijo Domingo F. Faílde en los prolegómenos- aquella ciudad pertenece a la categoría de
las que se proyectan, a lomos de su historia y, sobre todo, de su cultura, más
allá de las propias murallas que la ciñeron y, en este caso, más allá del
Guadalquivir, que la lleva hasta América.
Cuatro poetas. Cuatro voces diferenciadas, nítidas,
perfectamente perfiladas por el uso del lenguaje y por una visión del mundo,
que converge en lo fundamental y sigue su camino en la experiencia individual
del poeta. Cuatro voces, cuatro estilos, cuatro autores, que aportan, entre
otras cosas, un cierto sentido transgresor a su expresión poética, por cuanto
–eso es transgredir, en primera instancia- tratan siempre de ir más allá, dar
un salto adelante, incluso sin red, y decir, desde luego, lo que piensan,
arrimándole a veces un poco de espectáculo, cierto sentido lúdico, que nos
recuerda que, en un principio fue la juglaría. A ellos se sumó Dolors Alberola,
que puso también su nota de calor.
María Dolores Almeyda (Sotiel, Huelva, 1948),
autora de los libros Versos clandestinos
y Algunos van a morir, elevó la
temperatura a máximos históricos al poner sobre la mesa una colección de poemas
inéditos de contenido social, estéticamente arriesgados e ideológicamente
comprometidos. La autora supo, hábilmente, situarse más allá de la anécdota y,
sin prescindir de ella, dar entrada a elementos de gran calado poético,
aprendida la lección de los grandes autores del género y evitando caer en el
mero ocasionalismo.
Lola Crespo (Sevilla, 1971), autora de Gramática malva y Las palabras acostumbradas, basó en ellos su lectura, exhibiendo
una poética que define, ante todo, el equilibrio, la armonía entre la
indagación vanguardista de la forma y el respeto a la tradición literaria, sin
que ello la intimide a la hora de elaborar sorprendentes imágenes y audaces
juegos de lenguaje, permitiendo que el humor y su sentido lúdico alivien la
gravedad de los temas tratados, creando una atmósfera mágica de gran atractivo.
En línea parecida, aunque siempre fiel a su propia
voz, sorprende la poesía de Lorenzo Ortega (Sevilla, 1978), autor de un libro
titulado Ante el minotauro, en el que
despliega las claves de su poética, especialmente el sentido teatral del poema,
que ha de ser escenario donde volcar las pasiones humanas y mostrarlas al
público, lo que hace con un lenguaje sencillo, desenfadado y maneras incluso de
cabaret, poniendo a la voz lírica en la piel de las distintas personas del
verbo, con gran habilidad.
Carmen Herrera acaba de ver publicado Lámina animal, su primer libro de
poesía, aunque no por ello pierde su probada veteranía, pues ya debutó en prosa
con el cuento Piratas y quesitos y prodigó poemas en revistas, libros
colectivos, performances y un largo
etcétera. Ayer dejó constancia de su quehacer, con una poesía inteligente,
culta, salpicada de conceptos e imágenes de profundo calado.
Por su parte, Dolors Alberola anticipó poemas de sus
últimos libros, que saldrán a las librerías el próximo otoño.
Redacción.-