Pertenece Juan José Téllez (Algeciras, 1958)
a esa generación de poetas que inicia su andadura en los últimos años de la
década de los setenta, al calor -unas veces- y al fragor -las más- de una
sociedad movilizada, que aún estaba –o creía estar- recuperando su protagonismo
en la historia, luego de un largo ciclo de impuesta hibernación. Ahora, años
más tarde, cuando muchos autores de su generación empiezan a eclipsarse, sa voz
inconfundible emerge con más fuerza, cargada de razón y de futuro, tal vez
porque ambas cosas caminan de la mano y, en la palabra limpia de un poeta,
están condenadas irremisiblemente a converger.
Atrás quedaron libros como Crónicas urbanas, el
recopilatorio Melodías inolvidables, Medina y otras memorias, Ciudad sumergida,
Bambú, Daiquiri, Trasatlántico, Las causas perdidas, Sonados, una segunda
recopilación titulada Ciudadelas y sextantes y Las grandes superficies, que
cierra de momento su producción poética, y habría que citar su obra narrativa y
ensayística, los artículos de prensa, etc., etc.
A la vista de trayectoria tan larga como
brillante, es posible que alguien se pregunte si hay vida inteligente más allá
o si aquí queda todo. Y la hay, por supuesto, ahora que el autor se encuentra en
un momento de plenitud creadora y es consciente además de que el contexto, eso
que los pioneros denominaron estructura económica y social, necesita
respuestas, acaso contundentes y, desde luego, lúcidas, y que el arte, la
silvestre, veterana y acaso decadente literatura, ha de ajustar el dial y el
volumen, si no quiere perder la sintonía con un mundo que vive ante el
televisor y, como dijo alguien, cautivo y desarmado ante las añagazas de los
manipuladores y el fiasco de embusteros y publicistas, jugándose a los dados
que otros tiran la libertad, la justicia y la dignidad.
Hay
vida inteligente después de todo aquello. Y Téllez, ligero de equipaje, tal vez no como los hijos de la mar machadianos, sino a bordo de las nuevas
tecnologías, suele llevar a cuestas un pequeño portátil con sus obras completas
y, lo más importante, con proyectos que pugnan por levantar el vuelo y
aterrizar más tarde en las pistas de un libro. ¿Cómo es ésta poesía? ¿Qué
aporta o añade a lo escrito? Yo creo que Juan José -dijo Domingo F. Faílde-, a la vista del juego, a
todas luces sucio, que se practica en la cancha, ha tomado la decisión del
refrán y ha roto la baraja. Su poesía se ha vuelto más directa y, sin perder
frescor, humor y rigor, tal vez más arisca, por lo mordaz e hiriente en
ocasiones de su propio discurso. El poema ha dejado de ser un escudo donde
exhibir las armas, blasones y poderes, y ha pasado al ataque, eso sí, con la
ironía más fina, con el sarcasmo incluso como punta de lanza, para mostrar al
mundo ese estado de la contradicción que quiere suplantar al de derecho y
desbrozar el único camino: el del esfuerzo solidario, la austeridad que reparte
y comparte, el amor, la ternura y la fraternidad…
Y éstas, en efecto,
fueron las armas que
desplegó el poeta en la brillante lectura ofrecida el pasado viernes en el
palacio ducal de Sanlúcar de Barrameda, bajo los auspicios del CAL y la
Fundación Casa de Medina Sidonia, en el transcurso de las V Jornadas Poesía en
Palacio. En la mesa, Faílde, Julio Neira, Lilianne Dahlmann y Juan José Téllez.
En el auditorio, numerosos poetas, artistas y público en general. La voz del poeta
constituye siempre una revelación.
Redacción.-