En
palabras de Domingo F. Faílde, Manuel J. Ruiz Torres (Algeciras, 19599 es uno de esos autores que
se prodigan poco, pero certeramente, extrayendo al silencio y al paso de los
días ese extraño perfume que solamente algunos son capaces de transformar en
poesía. El poeta presentó anoche en Jerez su libro El inicio del mundo, publicado
por Renacimiento.
Esta alquimia es normal en
Manuel J. Ruiz Torres, si tenemos en cuenta que, transgrediendo una norma no
escrita, procede de la ciencia –continuó Faílde-. De la Física, para ser
exactos. Por eso no es juglar que ande por los caminos exhibiendo su
virtuosismo y deslumbrando al público, en busca de un fácil aplauso, ni –como
ahora suele decirse- un escritor mediático, que más debe a una imagen de diseño
que al propio diseño de su expresión. Recuerda su labor a los sabios antiguos
que, a fuerza de matraces, alambiques y largas horas de cálculos, saltaban de
la materia a la mística o, invirtiendo el proceso, conseguían materializar los
misterios más insondables, demostrando que el límite entre el espíritu y los
elementos era acaso una línea invisible por donde, simplemente, pasaba la
poesía.
No es un poeta que exprima a las
Musas –habría que preguntarle si cree en ellas-, dispuesto a extraerles hasta
la última gota de eso que llaman inspiración,
pero exprime la vida y torna sobre ella hasta obtener la piedra
filosofal o, dicho de otro modo, el poema. Los suyos, desde luego, no son el
fruto perfecto que ironizó Celaya; Manuel J. Ruiz Torres no parece buscar la
perfección en el bruñimiento de la sintaxis ni aplica a la palabra esa gubia
convencional que da lustre a lo externo: su poesía no es barniz, es raíz y, si
consigue convertirla en oro, será ahondando en los grandes arcanos que, más
allá de la mera apariencia, nos acercan la realidad, la humanizan y, a la vez,
nos integran en ella, en una especie de canto cósmico que, como en la obra de
San Juan de la Cruz, más que el mundo, celebra la armonía, incluso a costa de
descodificarla para mejor desentrañar su secreto.
Su trayectoria literaria se inicia
hacia 1981 con la publicación de Cartas a
Clara Schumann , al que sigue Sonata/Adioses
(1987). A partir de ese instante, silencio; silencio relativo, claro está, pues
el sueño del poeta supuso el despertar de un magnífico narrador, capaz de dar a
la imprenta libros tan notables como Fara, El galeote (1996), Atributos
masculinos (1998), Foto en la luna (2003), La cuerda floja
(2004) y Exploraciones (2008).
Veinticuatro años tendrían que pasar para que, en 2011, el Guadiana poético de
Ruiz Torres volviera a emerger.
El inicio del mundo es un libro solvente, sólido. Tiene cuerpo y empaque.
Podría definirse como una larga imagen visionaria que, asentada en la ciencia,
explora el lado oculto del amor. El lado
oculto, no porque nos conduzca a
regiones morbosas o destape el autor cuanto de sórdido pueda brotar al filo de
la luz, sino porque el enfoque de un tema eterno y recurrente como éste da un
giro copernicano y nos muestra el amor desde otra óptica, escasamente
convencional, alejada del viejo petrarquismo, que, desde el siglo XIV, impone
su impronta en la literatura.
El inicio del mundo posee cierto cariz iniciático: cuando surge el
amor en cada uno/a, se pone en marcha un proceso, que no por repetido pierde su
unicidad: algo comienza para los amantes, que rompe la armonía del Universo,
sacude con fuerza sus convicciones y estalla finalmente en un caos. Según José
Manuel Serrano Cueto, en la segunda [parte] ("Evolución de
las especies"), asoma la
recuperación, la aceptación de que la especie se reconoce en la supervivencia,
en la mutación que imponen "los días anodinos" ya pasados. La tercera,
en palabras del mismo autor, titulada Cántico,
es una evocación conceptual del poema de
San Juan de la Cruz y se compone de
diecisiete piezas breves, a la manera de haikus sin llegar a serlo. Es una
sección más luminosa, menos científica y a la vez biológica, pues la vida
aflora con aves, peces, vegetales y agua que son trasunto del curso inmutable
de la naturaleza, de la conversión del amante doliente en amante (no deja de
serlo en todo el poemario) esperanzado que vislumbra otros horizontes.
Redacción.-