No es fácil, desde luego, llegar a Badajoz y menos
todavía utilizando el transporte que, mal llamado público, somete a los
viajeros a todas las incomodidades y penurias exigidas por algo tan privado
como el beneficio. La cuchilla de la rentabilidad amenaza al viajero desde el
momento mismo de planear su desplazamiento:
en tren, desde Jerez a Santa Justa; en taxi, a toda leche, desde el
templo del AVE, que sólo va a Madrid, a la antigua estación de Plaza de Armas;
y de aquí, finalmente, a Badajoz, haciendo escala en cuantos pueblos, ciudades
y villorrios se ponen a tiro a ambos lados de la carretera. Total, cinco horas,
sin contar las esperas correspondientes, que no son desdeñables.
Con todo, bien merece la pena recalar en aquella
ciudad y llenarse los ojos de Guadiana, luego de haberlo hecho con los tesoros
catedralicios, la increíble plaza Alta y, cómo no, el viejo Alcázar, desde
cuyas almenas y casi a un tiro de piedra, uno puede seguir la línea de Portugal
y el blanco caserío de la ciudad de Elvas. Y no digamos nada si, en un café del
centro –el Victoria, premio Fehr 2011 a
la difusión de la cultura en hostelería- nos aguarda el parnaso local casi al
completo, con el verso dispuesto y el corazón en la mano.
De la de Antonia Cerrato, organizadora del acto,
vendría esta lectura, cuya primera parte convocó a José Luis Antonaya, Joaquín
Mangas Guisado, Raquel Matesanz, Amalia Mangas Durán, Carmen Alegre y Félix
Gala, que dejaron hermosas muestras de su quehacer.
En el coloquio que siguió a su intervención, Dolors
Alberola declaró que su poesía parte, en buena medida, de la aceptación de una
realidad: la vida es triste y llega incluso a asentarse en lo sórdido; por eso,
consiste su labor en llevar al poema esa tristeza, ese dolor inmenso, las
tragedias de cada día, el enigma terrible de la muerte, para extraer de su
negrura toda la luz posible y convertirla en belleza. Se refería, de un modo
muy especial al motivo fundamental de su último libro, Sobre la oscuridad, del que,
a modo de presentación, leyó varios poemas.
Antes, tras explicar su idea de la unidad del
tiempo y el afán subsiguiente de suprimir las barreras del espacio y el tiempo
en sus poemas, había efectuado un recorrido por su obra anterior, deteniéndose
en textos tan significativos como la Oda posterior a la última oda, Cave canem,
Biblioteca o Puellae gaditanae.
El acto se cerró con la firma de ejemplares del
pulcro cuadernillo que, al efecto, habían publicado los organizadores.
Del viaje de vuelta no hablaremos. Teníamos la
memoria en los Campos Elíseos de la poesía.
© Domingo F. Faílde, 2012.-