Todo un ejercicio de saber el que encierra Rodríguez en estas sus primeras espinas de soledad, sus enormes espinas, sus acertados versos que, hilados en metáforas, nos vienen desgranando su amplísima capacidad verbal. Asombra, sí, asombra que el pozo sea virgen y al tiempo tan profundo. Algunas veces el tiempo nos siembra sus atajos y unos llegamos antes al final de sus túneles, de sus preguntas sin respuesta, de sus altos secretos, siempre sin desvelar, de sus secretos ósculos. Llegar ahí es siempre abrir la puerta, esa puerta que un día, cuando se hizo noche, el autor pudo ver, con esos pajarracos de los versos revoloteando ágiles sobre su cabeza. Con estas palabras definía Dolors Alberola la poética inaugural de Luciano Rodríguez, un autor jovencísimo que anoche presentó su primer libro, Las espinas de la soledad, en la Escuela de Hostelería de Jerez, ante un numeroso público.
El poeta leyó una muy atinada y rigurosa selección de poemas del libro, estructurado en cuatro partes: Mar, muerte, palabras, soledad…, estas son las estancias del poeta y los indicadores que las rotulan. Para las cuatro partes de este libro podía haber elegido el autor más enjundiosos títulos o, al menos, más brillantes y acaso más retóricos. Sin embargo, a la hora de plantar el cartel en el umbral de cada una de sus moradas, decidió despojarlas de atavíos y, como Juan Ramón, darles el nombre exacto, que no coincide, claro, con el del diccionario sino con las remotas reminiscencias que lleva escritas a fuego en el ópalo incandescente de su sensibilidad. Así, donde escribiera mar, leemos inmensidad; donde escribió palabras, leemos poesía o milagro; y donde dice muerte y soledad, leemos dolor, desgarro, inconformismo, acaso con un sesgo de esperanza, que se queda colgado en las preguntas del último poema, donde el sueño y la muerte forcejean, mientras el cielo, templo de la noche, quiere tejer con mimbres de tiempo, el nido de un ¿eterno? amanecer, dijo Domingo F. Faílde.
Este nacer a la palabra impresa, esta puesta de largo de una voz joven contó con el apoyo del público lector, que acaparó al poeta tras su lectura. Y Luciano firmó muchos libros, muchísimos; tanto, que se perdió el refresco preparado en su honor.
Redacción.-