Anoche, en el salón de actos de la Fundación Teresa Rivero, tuvo lugar la presentación del libro Las horas descontadas, de Carlos Guerrero. El poeta y su obra fueron presentados por Dolors Alberola y Domingo F. Faílde a un público integrado, en su gran mayoría, por poetas, escritores y artistas residentes en la zona.
Al crear este libro, dijo Dolors Alberola, Carlos Guerrero no ha estado tecleando durante un tiempo libre delante de una rectangular pantalla, ha estado asesinando al tiempo, cercenando las alas de la Parca, deletreando humanamente su mistérica genealogía de dios. Leer “Las horas descontadas” es aprender a contarlas, aprender también a numerarlas, número y narración totalmente perfilados. Actualmente, cuando la poesía puede escribirse en prosa y cada día existe menos distancia entre una y otra, también se puede novelar o poetizar la novela. Quiero decir que este poemario es la perfecta narración de una vida, un esquema vital que se abre para ir recogiendo sus facturas y mostrarnos un amplio anfiteatro, siempre frente a la mar, en el cual el autor, representa en cuatro actos toda metáfora de una existencia. Admirable la música que envuelve los poemas; una música que, sin dejar de ser nota, se convierte también en perfume, en detalle, en pincelada, y vamos recorriendo esa piel infantil en la que la gran filosofía se basaba en una existencia sin final: todo era, porque transcurría en la luz, eterno.
Domingo F. Faílde, por su parte, tras ubicar la obra de Guerrero en su contexto histórico, realizó un recorrido por la estructura del libro, publicado en cuidada edición por Vitruvio, destacando que, más allá de la anécdota y la utopía, que destacan iconos generacionales, se agazapa el retrato moral de un país, de unos años y la generación que le tocó habitarlos, componiendo un discurso polivalente: los juegos infantiles, las meriendas con pan y chocolate, el descubrimiento de la sexualidad, etc., etc., nos descubren los naipes de la educación sentimental del yo-lírico y crean una atmósfera a cuyo abrigo muestran sus estambres los temas obligados de toda gran poesía. El incierto sentido de la vida, el inexorable y veloz transcurso del tiempo, el binomio amor/desamor, la memoria y la muerte, comparecen en el discurso y lo hacen sin estridencias, asomando por la ventana que el autor les franquea, sujetos a su anhelo de equilibrio.
El poeta, seguidamente, ofreció a los presentes una cuidada y abundante selección de poemas, en una lectura pausada y amena, que fue seguida con gran interés.
Redacción.-