Las relaciones del vino con la literatura vienen de muy antiguo. Llegan tan lejos las referencias que no falta quien diga que, en nuestro entorno mediterráneo, la poesía nació delante de una botella de vino, lo cual tiene poco de extraño, pues tanto el uno como la otra estados son alterados de la conciencia, de donde les proviene ese largo y fecundo maridaje, capaz de asustar a los menos y escandalizar a los más: sin escándalo –es decir, sin perplejidad, sin asombro- poco, muy poco vale la literatura, a pesar de que el bueno de Berceo se conformara, allá por el siglo XIII y en los albores del román paladino que luego se llamó castellano y ahora ni se sabe, con un vaso de bon vino. De Rioja, naturalmente, pues por aquellas tierras andaba el frailecico, confundiendo el buen mosto con los alejandrinos. Hablar de William Shakespeare y su afición al Xerry es dar vueltas al cangilón de una noria que ha embriagado a muchísimos poetas oficiales –sí, oficiales- de la corte británica, como suele ocurrir en estos pagos cada vez que se homenajea al autor de Romeo y Julieta.
Anoche no hubo luna, la inconstante luna del drama del inglés, pero sí un gran sarao pictórico y poético que, conducido por Francisco Carrasco Marchal, tuvo como escenario el Casino Bahía de Cádiz, en El Puerto de Santa María. Entre copas, era el título del evento, y las hubo, no menos que cuadros dando la vuelta al ruedo –cuadrilátero, en esta ocasión- de tan lúdico claustro.
No haremos una nómina de los participantes: muchos, muchísimos, entre ellos amigos entrañables de esta publicación, como Chencho Ríos, Felipe Lamadrid, José Antonio Navalón, Keka Raffo, Ramón Epifanio…, cada uno y el resto con su visión particular del asunto obligado.
En el ámbito literario ocurrió lo que suele suceder: muchos, muchísimos nombres y no demasiada poesía. Cosas, supongo, de los artefactos sonoros, feroces aliados de un público que, a veces, bebía, y, a veces, ponía un poco de atención, excediéndose en el aplauso, digo yo, para disimular. Lo mejor, desde luego, lo pusieron Mariano Rivera y algunas –bastantes- ausencias, que las hubo, como también sucede con frecuencia, y les pusimos falta, justificada o no tanto.
La noche, preotoñal, fue muy hermosa.
Redacción.-