Dolors Alberola definió a Julia Bellido como una poeta que ama el clasicismo, aunque su escritura tenga un viento totalmente actual y su metáfora nos siga sorprendiendo con su dosis de enamorada imaginación. Hace incursiones en los mitos y también ha buceado en la hagiografía. Comenzó más joven aún a publicar libros, al tiempo que las conchas de la mar le contaban la historia de Ulises, empujándola a dejarse de otras historias y dedicarse al fin a la poesía, donde se mueve como la más ágil de las bañistas.
A ella correspondió abrir el fuego en una noche extraña, calurosa en extremo y, en cierto modo, mágica. El calor es un manto para la magia negra y si no abrió el infierno sus cloacas fue porque la poesía se instaló en el espacio, desnuda en su verdad, y la voz de los poetas, tan frágil, se impuso poco a poco, ganándole batallas a ese ruido que la miseria y el incivismo han consagrado como telón de fondo del a veces terrible oficio de vivir.
Allí estaba, no obstante, el amor, que fue manifestándose con diferentes rostros, clavando su cuchillo en las entrañas mismas de la luz. Y adiviné en ella a una mujer soñadora, tierna, afectuosa, como es en realidad, pero inteligente y amante fiel de la palabra, con la que siempre ha mantenido un fabuloso 'affaire', había dicho Dolors Alberola, que, luego, al referirse a Chencho Ríos, nos trasladó a un París intemporal, aquel lugar común de la bohemia, donde la personalidad del autor se refleja en las aguas del Sena o, mejor todavía, en el espejo de la literatura: A Chencho, lo conocí en París, es decir, en una librería de lance de nuestra capital cercana. Siempre que yo llegaba a mirar en el estante de poesía, se escuchaba su voz, como en el mejor Pigalle, propagando los textos que creía pudieran ser de mi interés. Allí, junto a su imagen, podía encontrar también la de la Tour Eiffel o la bellísima vegetación de los Campos Elíseos. Todo era posible en la literatura, hasta sus pinceladas, metáfora de una existencia luminosa y febril que va dejando cauces en las páginas que, hábilmente, nos regala.
La noche fue brillante y, sobre todo, intensa. Fueron muchos los poetas y escritores que asistieron al acto y numeroso el público. La poesía se impuso a la canícula.
Redacción.-