A las 9 de anoche, Juan José Téllez presentó en Jerez su libro más reciente. Se trata de Las grandes superficies, publicado por Visor y galardonado con el XXIV Premio Unicaja de Poesía. El acto tuvo lugar en el espléndido patio de La Luna Nueva, que ya se ha convertido en referente cultural de primer orden.
La poeta Josefa Parra tuvo a su cargo en esta velada la difícil tarea de presentar a un autor que, archiconocido, deja pocos espacios inéditos a quienes se ocupan de él. Pepa habló de su ubicuidad y sabiduría, que forman parte de la leyenda de Téllez, para hacerle un retrato entrañable y esbozar, como es de rigor en estos actos, las líneas generales de su trayectoria poética, en un discurso breve, ameno y original. Téllez, por su parte, subrayaría esos hitos que, luego, lentamente, fue conectando con los poemas más significativos del libro, que fueron aplaudidos por el público, casi uno a uno.
Es natural. En plena madurez, en ese punto donde los manuales de literatura acostumbran a colocar la cima de la inspiración de un poeta, Juan José Téllez se ha convertido en la voz lúcida de su generación, tendiendo un puente lírico entre experiencia y conciencia, entre la memoria de un tiempo que devoró la historia demasiado pronto y el asombro expectante de quien sabe que ésta no va a darnos otra oportunidad; y, en fin, entre la denuncia y la serenidad de un hombre que es y ha sido testigo de los hechos, cronista de los mismos y gozoso juglar de la utopía.
Las grandes superficies no es, en ningún caso, la alabanza de un mundo complaciente y adulador, sino la historia de una falacia que ha aplastado los sueños y amenaza con aniquilar la belleza y aun borrar del diccionario la palabra esperanza. Allí donde pastaban antaño los centauros/ y una selva virgen hablaba al horizonte/ se levantan ahora escaparates y precios,/ las hileras de víveres bajos en calorías, leemos en el poema insignia del libro, eje en torno al cual giran dos planos contrapuestos que convergen, no obstante, en la nostalgia: el irremediable paraíso perdido de la infancia y la juventud, frente al proceso de destrucción de aquel mundo y la construcción de un nuevo orden basado en la uniformidad, pero no en la igualdad. Entre ambos, la nostalgia, la visión melancólica de las causas perdidas.
No estamos, sin embargo, ante un discurso catastrofista ni la elegía de tiempos ya evadidos. El poeta, verdadero juglar de la historia, desbroza la maraña de un futuro muy poco lisonjero con sus mejores armas: el humor, la ironía y un último cartucho en la recámara: esa sutil ternura, que se deja sentir pero no ver, siempre presente en la obra de Téllez.
La velada, intensa y muy brillante, tuvo su complemento musical en las voces de Fernando Polavieja, que interpretó varios temas a modo de intermedio, y Javier Ruibal, espléndido como siempre, que puso el colofón.
Entre el público que llenaba el recinto, se encontraban numerosos poetas: Benjamín León –recién llegado de Chile-, Sara Castelar, Dolors Alberola, Maribel Tejero, Rosario Troncoso, Carmen Sáiz Neupaver…, etc., etc.
Fue una noche inolvidable.
© Domingo F. Faílde.-