Mariano Rivera –en palabras de José Pallarés, autor del prólogo de El cielo que nunca habló- es poeta que, desoyendo el halago de las modas, ha venido elaborando su obra casi en silencio, atento solamente a las fuentes de su inspiración y al rigor constructivo que le caracteriza. Y por eso sorprende la unidad de su obra, más allá del concepto de signo lingüístico que hace de cada libro un todo homogéneo, sólido, riguroso, que va de uno a otro, como si todos y cada uno fuesen meros capítulos de un proyecto total. La coherencia del autor se proyecta en el fondo y en la forma, originando así una visión poética tan lúcida como hermosa.
El cielo que nunca habló, siguiendo la línea iniciada con Dioses y héroes en retirada, insufla nueva vida a los mitos. El poeta, en el fondo, es un creador de mitos o, al menos, los conduce por el espacio y el tiempo, para que sobrevivan actualizados, inmersos en la vida real y cotidiana de los hombres. Y es que este libro constituye, ante todo, un canto a la vida, susceptible de condensarse en una sencilla idea: no tenemos certezas, apenas sabemos nada; únicamente tenemos vida, vivámosla.
El libro se divide en cuatro parte. La primera, Las fronteras del exilio, nos convoca a la urgencia de vivir una nueva primavera, en tanto la segunda, que da título a la totalidad, nos propone una reflexión inquietante: nadie vive la vida, porque se nos escapa; se hace, pues, necesario, apresar lo efímero, y ésta es acaso la misión del poeta. La tercera, El humo del laurel, presenta fuertes rasgos culturalistas y constituye una inmersión en lo metapoético, con alusiones casi continuas a otros poetas, a modo de homenaje que busca, sin embargo, la complicidad del lector. Finalmente, Porcentaje de dudas, nos asoma al balcón de lo incierto para descubrir que, detrás de nuestra ignorancia, se agazapa lo hermoso, de manera que importa arrojarse a su gloria, siempre en pos de lo efímero.
Estamos ante un texto de enorme densidad, que discurre, no obstante, con fluidez, contención y elegancia, fundiendo la nobleza del clasicismo con la frescura de la modernidad.
Mariano Rivera sedujo al auditorio con la lectura de una atinada y amplia selección de poemas y, terminado el acto, firmó numerosos ejemplares.
Redacción.-