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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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14 de marzo de 2009

Ha muerto José María Pinilla, un hombre bueno, un amigo, un poeta



Pinilla, José María Pinilla, el poeta, el hombre bueno, el amigo entrañable, acaba de morir. Era joven aún, pero no importa, como tampoco importa la causa de su muerte, que ignoro todavía. Ha muerto, eso es todo, y da igual que la vida lo haya matado con el cachicuerno de los rufianes o blandiendo la espada áurea de un dogo veneciano. El caso es que se ha ido, que nunca más volveremos a oírlo recitar un poema o comentar, eufórico, el último premio conquistado; que nunca volverá a editar un libro en aquella empresa descabellada que, quijotesca –y milagrosamente- mantenía de pie contra viento y marea, batiéndose no sé si con molinos o con esos gigantes que, en el fondo, no son sino basura y siguen vivos.
Ha muerto un gran poeta, de los que pasan por la república bananera de la literatura sin hacer ruido apenas, mientras medran los impostores y los buitres devoran la carroña en que se ha convertido la belleza. Da igual: a mí me duele el hombre, que es quien sufre, quien paga la alcabala de la vida, quien muere y se acaba.
Pocos días antes de su óbito, publicó unos versos terribles que, bajo el título –no menos significativo- de Solo muere el que ha vivido, anticipan acaso el fatal desenlace: El día que me muera/ asistiré a mi entierro, probablemente/ tarde —de eso estoy seguro—,/ vestido de cuchillo o bien de alforja,/ de guante de mimbre o de hojarasca,/ terciopelo de sol enloquecido,/ o breve calma,/ de la calma desnuda que cubre el silencio, —eso/ es algo que aún no he decidido. Me asaltan/ serias dudas—. Sí. Tal vez/ la calma, será el mejor sudario
Y en la calma –me dicen- de una playa tranquila, frente al Mediterráneo, encontraron su cuerpo sin vida, mientras la sombra de Alfonsina Storni entonaba fragmentos del Réquiem mozartiano.
La poesía es cruel. Razón no le faltaba a Vicente Núñez al llamarla ramera. Muy fino andaba el cordobés en materia de nombres con esta puta desarrapada que, con indeseable frecuencia, se va con los payasos, se entrega a los majaderos, mima a los más cabrones, que siguen viviendo, y traiciona a cuantos le sirven con arrobamiento, incluso a costa del fracaso, la pobreza, la desesperación.
De éstos era Pinilla, cuya franciscana pobreza contrastaba con la prodigalidad de sus ediciones, que a tantos autores abriera las puertas de la letra impresa, no obstante el previsible desastre financiero de aquella aventura. Otros, con menos coraje, con menos pundonor, con menos sentido de la honestidad, con menos amor a la palabra poética, siguen ahí, sembrando el desencanto en la ciénaga literaria, gracias a subvenciones dudosas, escabrosos toma-y-dacas, sucios manejos, torpes intrigas y demás ardides del medro en serie.
Necesito exorcizar al fantasma de la tristeza, aunque, a decir verdad, no estoy triste –la tristeza es estado habitual de quien mira a la muerte cara a cara-, sino tan desolado que tengo el corazón fundido en hielo y me faltan palabras con que vituperar la injusticia, la tremenda e incorregible arbitrariedad del suceso que nos priva de un hombre bueno, un amigo, un poeta.
A mi memoria acuden las palabras de Valle-Inclán, relatando el velatorio de Sawa: He llorado por el muerto, por mí, por los pobres poetas. La muerte de Pinilla, vivida en la distancia, tiene ecos de aquel Max Estrella que hizo grande la otra cara de la poesía. Vivía pobremente, alimentando un sueño, un delirio sublime, mientras el mundo miraba a otro lado y pasaba factura –con IVA, faltara más- por los cristales rotos del ideal más bello.
Los recuerdos se agolpan a esta hora y me parece verlo en su modesto piso barcelonés, desgranando proyectos, ambicionando utopías, leyendo poemas y poemas, entre vaharadas de humo, procedentes de su inseparable cigarro. O en Jerez, secundando las líricas malandanzas de la divina bohemia andaluza, ahora ante un café, en cualquier terraza, o una copa del mejor oloroso, celebrándome un ocurrente endecasílabo: un vino de esta tierra, que es la leche
Y es la leche esta vida y es la leche esta muerte; y así es todo –como decía el Pleberio de la Celestina- in hac lachrymarum valle.  

© Domingo F. Faílde.-