El teatro romano de Baelo Claudia, junto a la playa de Bolonia y las ruinas de aquella antigua ciudad, fue el escenario de lo que bien se pudiera considerar una reposición histórica, la de Antígona, una tragedia de Sófocles, estrenada en el año 442 antes de nuestra era. Desde entonces no se ha dejado de representar, de modo que el público asistente pudo ver en escena a todo un clásico, una obra inmortal, a años luz de los textos contemporáneos, condenados a disolverse en una nube de hastío.
Y eso que, a decir verdad, el montaje ofrecido por el grupo Teatro Estudio 21 apenas pasó de endeble, con olvidos, vacíos, equivocaciones y otras pequeñas muestras de impericia que, sin embargo, merecieron la tolerancia del público, entregado a la peculiar interpretación que los responsables hicieron de la obra: Antígona, la mujer que se enfrenta a los hombres y es capaz de morir por su verdad, queda en segundo plano, diluida en un planteamiento colectivo tan heterodoxo como atractivo. El poder absoluto –se nos dijo-, ya lo detente un dictador europeo (la máscara de Creonte guardaba un sospechoso parecido con Franco), un general latinoamericano o un vulgar padre de familia, lleva en sí el germen de la tragedia.
Una excelente iniciativa, ésta de Las noches de Baelo, que acaba de clausurar su tercera edición. Con sus luces y sus sombras, los actores llenaron de magia un espacio de ensueño. El resto –y no fue poco- lo pusieron los amigos, el levante, la noche y ese cielo estrellado que la urbe moderna nos borra.
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© Domingo F. Faílde.-
Y eso que, a decir verdad, el montaje ofrecido por el grupo Teatro Estudio 21 apenas pasó de endeble, con olvidos, vacíos, equivocaciones y otras pequeñas muestras de impericia que, sin embargo, merecieron la tolerancia del público, entregado a la peculiar interpretación que los responsables hicieron de la obra: Antígona, la mujer que se enfrenta a los hombres y es capaz de morir por su verdad, queda en segundo plano, diluida en un planteamiento colectivo tan heterodoxo como atractivo. El poder absoluto –se nos dijo-, ya lo detente un dictador europeo (la máscara de Creonte guardaba un sospechoso parecido con Franco), un general latinoamericano o un vulgar padre de familia, lleva en sí el germen de la tragedia.
Una excelente iniciativa, ésta de Las noches de Baelo, que acaba de clausurar su tercera edición. Con sus luces y sus sombras, los actores llenaron de magia un espacio de ensueño. El resto –y no fue poco- lo pusieron los amigos, el levante, la noche y ese cielo estrellado que la urbe moderna nos borra.
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© Domingo F. Faílde.-