Las sucesivas variantes del motivo del perro fascinan a la escritora Dolors Alberola hasta tal punto que la poesía de Arte de perros (EH Editores, Jerez, 2006, Prólogo de Luisa Futoransky) deviene una suerte de singladura múltiple y plural de lecturas que, no obstante, proyectan la cotidianidad y la acidez crítica de la misma. No se puede permanecer ajeno a la identificación de los motivos del perro con los de la humanidad. Advertimos que es un motivo clásico, no ya sólo en Lucrecio, en el que estaría inspirado el libro, según Futoransky, sino también en la literatura española: El coloquio de los perros Cipión y Berganza de Cervantes es un paradigma. Pero estos perros de Cervantes son inteligentes. También hay mucho de juego estético, de singladura polimórfica y de adaptación diversa a los múltiples referentes caninos que existen en la realidad cotidiana para adquirir un discurso, a ratos metapoético y reflexivo, al que no es ajeno un lenguaje coloquial y pródigo en su manifestación sonora: “Son duros de roer los escritos de Homero./ Los versos de Kavafis me dejan con hambruna./ Regurgito el placer cuando leo a Szimborska”. Muy significativo es también “Persecución”, donde la poesía es metafóricamente una zorra incansable. Aquí ha dejado de ser perro faldero que persigue a la escritora.
Una lírica que bien podría agradar sobremanera a Quevedo en su acidez y descomposición de la vida, sobre la que no tiene muchos elementos para el optimismo Dolors Alberola. Si el poema ladra en la noche es porque lo tétrico se ha apoderado de él dejando una impronta imperecedera. Y las palabras su subsumen, duras y desoladoras, proyectando una absoluta falta de fe en la existencia. Incluso el nihilismo hace acto de presencia con la hecatombe de su muerte y su flujo de palabras gastadas donde el sarcasmo y el refranero irónico lo ocupa casi todo. Los perros de Manhattan, los cerberos del mundo y lo social como un principio de esa dureza prevista. Pero en ese clímax de desolación, también puede haber momentos para la ternura como en “Teoría del espanto”. Lo que nos anuncia un desconsuelo sobrio. Da la sensación de una filosofía demasiado fiel a la descomposición de la persona y lo que es capaz de producir. Como diría el filósofo sueco, Lars Gustaffson, el ser humano es ese extraño animal que vacila entre el animal y la esperanza. Aquí es todo animal y también todo esperanza, aunque incluso el amor, la última esperanza, se vuelva iluso: “De la pareja ilusa que se promete amor,/ la muerte, ya ovillada/ como un perro de Galia”.
Mucho de deformación socializadora, de hipérbole sintética, de imagen proyectada sobre el fondo de claroscuros, de apátridas y de seres desterrados en sus múltiples facetas ante el dolor, el miedo, la muerte, la recompensa…
Es también un recorrido funambulesco, el ámbito del paisaje interior, con la subjetividad que llega de lejos y sobre la que proyecta sus demonios interiores: “Vivo un periodo oscuro, cruentas luchas/ traen la decadencia; veo perros,/negros canes, delgadísimos galgos/ y podencos deambulan por los cosos”. Esa dimensión personal también es otra simbólico-externa de la que va y viene como en un proceso de sístole-diástole. A veces, toma lo narrativo como esquema constructor, otras el paralelismo, como en “Poética”, donde los diversos perros coadyuvan en la formación de la idea poética, pero sobre todo proyecta su acidez también contra los que persiguen a los pobres poetas sumisos y ninguneados: “Vierte mordacidad, es un poeta, /está loco de luz, es noble, si lo pisas/ sabe lamer los pies. Ninguneado,/ habita las cavernas de la sombra”.
La hipérbole en otros momentos puede resultar apocalíptica, como en el poema “Maternidad”, donde existe la condena a tener “niños deshabitados, con corazones rojos/ sangrando eternamente entre sus pechos”. Pero también recuerdos al dolor, como el sufrido por los que cayeron en los campos de concentración o la defensa de la libertad, etc.
Si en la primera parte, “Perra vida” el verso es más contundente, definitivo y creador de un tono elevado, en la segunda, “Caninas”, narrativo, reflexivo, el tono se hace raudo y ligero gravitando sobre la metaliteratura o la, pequeñas historias encerradas en la contención de su discurso en el que la existencia se proyecta con fuerza y contundencia.
.
© Francisco Morales Lomas
Una lírica que bien podría agradar sobremanera a Quevedo en su acidez y descomposición de la vida, sobre la que no tiene muchos elementos para el optimismo Dolors Alberola. Si el poema ladra en la noche es porque lo tétrico se ha apoderado de él dejando una impronta imperecedera. Y las palabras su subsumen, duras y desoladoras, proyectando una absoluta falta de fe en la existencia. Incluso el nihilismo hace acto de presencia con la hecatombe de su muerte y su flujo de palabras gastadas donde el sarcasmo y el refranero irónico lo ocupa casi todo. Los perros de Manhattan, los cerberos del mundo y lo social como un principio de esa dureza prevista. Pero en ese clímax de desolación, también puede haber momentos para la ternura como en “Teoría del espanto”. Lo que nos anuncia un desconsuelo sobrio. Da la sensación de una filosofía demasiado fiel a la descomposición de la persona y lo que es capaz de producir. Como diría el filósofo sueco, Lars Gustaffson, el ser humano es ese extraño animal que vacila entre el animal y la esperanza. Aquí es todo animal y también todo esperanza, aunque incluso el amor, la última esperanza, se vuelva iluso: “De la pareja ilusa que se promete amor,/ la muerte, ya ovillada/ como un perro de Galia”.
Mucho de deformación socializadora, de hipérbole sintética, de imagen proyectada sobre el fondo de claroscuros, de apátridas y de seres desterrados en sus múltiples facetas ante el dolor, el miedo, la muerte, la recompensa…
Es también un recorrido funambulesco, el ámbito del paisaje interior, con la subjetividad que llega de lejos y sobre la que proyecta sus demonios interiores: “Vivo un periodo oscuro, cruentas luchas/ traen la decadencia; veo perros,/negros canes, delgadísimos galgos/ y podencos deambulan por los cosos”. Esa dimensión personal también es otra simbólico-externa de la que va y viene como en un proceso de sístole-diástole. A veces, toma lo narrativo como esquema constructor, otras el paralelismo, como en “Poética”, donde los diversos perros coadyuvan en la formación de la idea poética, pero sobre todo proyecta su acidez también contra los que persiguen a los pobres poetas sumisos y ninguneados: “Vierte mordacidad, es un poeta, /está loco de luz, es noble, si lo pisas/ sabe lamer los pies. Ninguneado,/ habita las cavernas de la sombra”.
La hipérbole en otros momentos puede resultar apocalíptica, como en el poema “Maternidad”, donde existe la condena a tener “niños deshabitados, con corazones rojos/ sangrando eternamente entre sus pechos”. Pero también recuerdos al dolor, como el sufrido por los que cayeron en los campos de concentración o la defensa de la libertad, etc.
Si en la primera parte, “Perra vida” el verso es más contundente, definitivo y creador de un tono elevado, en la segunda, “Caninas”, narrativo, reflexivo, el tono se hace raudo y ligero gravitando sobre la metaliteratura o la
.
© Francisco Morales Lomas