El lunes 21 se clausuró en Chipiona el I Festival de Música, que lleva el nombre de aquella ciudad. El que fuera, durante muchas décadas, un deprimido enclave marinero y, paradójicamente, un lugar de veraneo para familias acomodadas, es en la actualidad una ciudad pequeña, acogedora y bellísima, abierta a la gran avalancha turística, inquieta y muy divertida. La poderosa sombra de la cantante Rocío Jurado, fallecida recientemente, en memoria de la cual se celebraron estas audiciones, no debe desviar nuestra atención hacia aspectos folclóricos, que poco o nada tienen que ver con un programa serio y de calidad.
Lo que aquí reseñamos, sin embargo, no es el conjunto de las actuaciones sino el éxito que ha obtenido el músico jerezano Ángel Hortas, bajo cuya batuta, diestramente esgrimida, una bisoña orquesta sinfónica, la “Ciudad de Chipiona”, tradujo al lenguaje sonoro partituras de Mozart, Schumann y Falla, en un memorable concierto que emocionó a los asistentes e hizo aflorar el entusiasmo cada vez que el maestro, desarmado por el ventalle que daba alas al papel pautado, salía airoso del trance, gracias a un portentoso dominio de la técnica y a su conocimiento de los textos interpretados, sin que una mala nota se escapase ni, en momento ninguno, el rigor más exquisito dejase paso a la improvisación.
Ángel Hortas, que estuvo en maestro toda la velada, convenció a todo el mundo. Claro que, desde luego, no se encontraba sólo en el empeño, y si los músicos de la orquesta, bastante jóvenes, derramaron también su talento, qué no habremos de decir acerca de Ignacio Arenas, otro pianista genial, que encandiló a los más entendidos con una partitura nada fácil, el Concierto para piano y orquesta en La menor, Opus 54, que, en palabras del director, contiene en cada nota un poema.
Más discutible, en nuestra opinión, el trabajo de Carmen de la Jara, una cantaora con facultades y gran pundonor que, en algunos momentos, desentonó. No se le puede culpar: el flamenco no es ópera ni es lo mismo cantar con el acompañamiento de un guitarrista que acoplarse a una orquesta sinfónica. En cualquier caso, la gaditana se sacó la espina en el bis, alentada por los aplausos del público y mucho más serena: con el tono adecuado, dio la talla.
Eventos de esta índole hacen falta. La música –la que bien debería escribirse en mayúsculas- es un arte fundamental de la que, desgraciadamente, se difunde una idea con frecuencia desacertada. Menos mal que conciertos como éste crean escuela y, más que afición, devoción.
© DFF. Jerez, 2006.-