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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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13 de marzo de 2012

Juan José Téllez, aquí y ahora


Pertenece Juan José Téllez (Algeciras, 1958) a esa generación de poetas que inicia su andadura en los últimos años de la década de los setenta, al calor -unas veces- y al fragor -las más- de una sociedad movilizada, que aún estaba –o creía estar- recuperando su protagonismo en la historia, luego de un largo ciclo de impuesta hibernación. Sus primeros poemas, en efecto, un pequeño cuaderno, aborrecido de su autor y titulado Historias del desarrollo (Cádiz, 1978), apenas nos permiten presentir un estilo, pero marcan el punto de partida de una coherencia, entendida como capacidad de respuesta individual a estímulos concretos, de manera que aquellos, al diversificarse, puedan reconocerse, identificando al autor, que, en Crónicas urbanas, un año más tarde, comienza a templar voz, su voz, rigiendo los destinos de su obra. 
     De esta aventura da cumplida cuenta el poeta en Melodías inolvidables –una espléndida antología, publicada por el Instituto de Estudios Campogibraltareños-, un recuento autocrítico, cargado de razones, y exponente a la vez de que, en efecto, quien sabe sintonizar con la historia a través de un discurso permeable en el que, sin embargo, permanezca indeleble la propia voz, aportando al discurso del universo su singularidad, no vive ni escribe en vano.     
Ahora, muchos años después, cuando muchos autores de su generación empiezan a eclipsarse, la voz inconfundible de Juan José Téllez emerge con más fuerza, cargada de razón y de futuro, tal vez porque ambas cosas caminan de la mano y, en la palabra limpia de un poeta, están condenadas irremisiblemente a converger.      
Atrás quedaron libros como los mencionados y los que, poco a poco, se fueron sucediendo: Cierto aire juglaresco, evidente en Medina y otras memorias (1981), habita los rincones de la Ciudad sumergida (1985) del poeta, un texto capital en su bibliografía, que fue catalogado como neosentimental, y lo era, en cierto modo, si por tal entendemos la preeminencia de lo urbano, la disolución del yo y el tono narrativo de los poemas, aunque es verdad también que Téllez interpreta, elabora, recrea aquellos conceptos, insuflando a la nueva estética un sello personal. Bambú (1988), aunque incide en no pocos planteamientos del libro anterior, introduce elementos que delatan una indudable voluntad de estilo y una cosmología diferente. Llega, por fin, Daiquiri (1989), destino momentáneo de un viaje cuya meta, no hay duda, es el estilo. Su título, de entrada, es significativo, y alude, en buena parte, al cóctel estético que constituyó aquella década de postmodernidad, al sincretismo de la generación del autor e incluso a su propia ejecutoria literaria. En sus versos se mezclan influencias y fuentes, algunas de las cuales volverán a comparecer, más tarde, en los relatos: Amor negro (1990), Territorio estrecho (1991), etc., etc. Trasatlántico (1997), por su parte, un libro castigado por la imprenta tras haber recibido las bendiciones de la fortuna, nos desvela su obsesión por el viaje, la continua mudanza de las cosas y ese punto de azar que, a modo de oleaje, zarandea la nave de la historia.    
Será este temporal, aún más proceloso que el viento de levante, el que, apenas pasado ese cabo de buena o mala esperanza del cambio de milenio y de siglo, sacuda las cuadernas del poeta, que, por pura coherencia, cambia de rumbo, pero no de meta, con la mirada puesta en esa Ítaca que, en hombres como él, se llama simplemente Utopía.       
Su eterno compromiso con la vida se acrisola y depura, echando por la borda vaguedades y ciñéndose a lo concreto, a Las causas perdidas (2005) que dan título a un libro, cuyo lema bien podría ser ese je ne regrette pas de la inolvidable Edith Piaf. Y Téllez, que, en efecto, no se arrepiente de nada, tras la publicación de Sonados (2008), en colaboración con Tito Muñoz, y el recopilatorio Ciudadelas y sextantes (2006), sorprende a sus lectores con Las grandes superficies (2010), una crítica del sistema capitalista, que nos mueve a recordar a Gramsci y Passolini, aun cuando en este libro su voz navega libre de lastres y gabelas, fiel a sí misma y al compromiso ético, estético y vital del autor.      
Éste, por otra parte, no se puede entender sin su obra narrativa, a la que antes hemos hecho una sucinta alusión, periodística o de combate, y, desde luego, ensayística: Paco de Lucía, retrato de familia con guitarra (1994), Marejada, historia de un grupo literario (1996),  Carlos Cano, una historia musical andaluza (1998, ed. ampliada en 2000), Moros en la costa (2001),  Chano Lobato, memorias de Cádiz (2003),  Paco de Lucía en vivo (2003),  Carlos Cano, una vida de coplas (2004),  Gibraltar en el tiempo de los espías (2005) y Teoría y praxis del gadita (2008).    
En plena madurez como creador, Juan José Téllez, que noche inauguró el ciclo Aquí y ahora en la librería jerezana Hojas de Bohemia, es la pluma más viva de su generación y un referente de primera línea para quienes vemos en la literatura un instrumento de comprensión del mundo y una herramienta, en suma, para la libertad.   
En el acto intervinieron los cantautores Fernando Lobo y Paco Medina, que derrocharon arte e ingenio.

© Domingo F. Faílde.-