Dimos portazo a julio, atravesamos el desierto de agosto –mucho peor que el de Kalahari- y acabamos de entrar en septiembre, que es un mes misterioso y lleno de encanto, no sé si por los gratos recuerdos que uno conserva de su adolescencia o sólo porque sí, que es también una buena razón. Y aquí seguimos, a vueltas con la poesía, que, para muchos de nosotros –y lo digo sin el menor asomo de dramatismo-, es la única o casi de nuestra existencia.
Con estas palabras, abrió Domingo F. Faílde la sexta sesión de Versos noctámbulos, que, en la noche de ayer, recibió a dos voces amigas –todas las que aquí concurren lo son-, cuyos propietarios son, como todos los que les han precedido, dos excelentes poetas, con estilos y trayectorias muy diferentes, que alientan una misma pasión: la poesía.
Teresa Hunt Ortiz intervino en primer lugar. La autora, residente en Sanlúcar de Barrameda, donde, como catedrática de Inglés, especialidad cuya licenciatura obtuvo en la Universidad de Sevilla, donde también realizó los cursos monográficos de doctorado, lleva ya muchos años consagrada a la enseñanza, que imparte en el Instituto Doñana de su localidad, Nació, sin embargo, unos kilómetros más al norte, en Slough (Inglaterra), en junio de 1955, un dato que no oculta y yo se lo agradezco –puntualizó Faílde-, porque creo, como Antonio Machado, que la poesía es palabra en el tiempo, por más que se proyecte hacia la eternidad, y creo con Saussure, igualmente, en la diacronía y sincronía del lenguaje, como creo también –menudo auto de fe estoy haciendo esta noche- que la edad, sea cual sea, sinónimo es de vida, como la propia vida lo es de la belleza. Las cartas, pues, boca arriba, y el verso en el corazón.
Teresa Hunt, hija de padre inglés y madre española, ha vivido toda su infancia y adolescencia en Minas de Riotinto, en la vecina provincia de Huelva, que es cuna de buenos poetas . Recordemos, por ejemplo, a Juan Cobos Wilkins, Celia Bautista Iglesias, Juan José Gómez Márquez, Juan Delgado López –fallecido recientemente-, Rafael Vargas y muchos otros, entre los que hay que incluir a Teresa, que elabora su obra con mimo y parsimonia, atesorando premios y publicando su único libro, Treinta años desandados (2005), al que hemos de sumar una obra parcialmente inédita, Poemas del olvido (2006) y su comparecencia en la antología Poetas en Sanlúcar. Entre los galardones recibidos, haremos mención del ´Manuel Barbadillo´ de poesía, el segundo premio del XI Concurso de Relatos cortos ´José Luis Acquaroni´, el premio de poesía ´Rincón Poético´ convocado por el Ateneo de Sanlúcar de Barrameda y, sobre todo, el Premio poesía Voces Nuevas, convocado por la editorial Torremozas (2004).
Su poesía propone a los lectores un viaje al ensueño de la juventud, presidido por una serena nostalgia, que apenas deja paso al tópico sombrío ni a la magnificación del pasado, como si la voz lírica, pasando de puntillas por los recuerdos, recalara tan sólo en la belleza, con versos bien medidos y sonora musicalidad.
Rafael Esteban Poullet –recurrimos de nuevo a la presentación de Faílde- es una autoridad, un maestro, un sabio heterodoxo –porque así son los sabios-, un poeta de hondo calado y exquisita factura, cuya obra figura en mis devociones. Novelista también y dramaturgo y pintor y guionista de cine, a tenor de lo cual debo y quiero decir aquí que la película El discípulo, estrenada hace sólo unos meses, se basa en su novela Yo, Juan, el discípulo amado, un verdadero clásico.
Se ha dicho muchas veces que el poeta es, ante todo, creador de atmósferas y que en eso, tal vez, consiste su magia –el término es, desde luego, impreciso- de la poesía. La de Rafael Esteban Poullet es, en cualquier caso, inequívoca, de manera que sus lectores tardamos pocos versos en sentirnos arrebatados o, mejor aún, abducidos por el pincel verbal del autor que, más allá de la mera escenografía o la ornamentación parnasiana, consigue trasladarnos a su tiempo, qué el expresa en no pocas ocasiones en términos de era de Augusto o ab urbe condita, creando así un espacio literario en el que, muchas veces, no sabemos dónde termina la ficción y comienza la realidad.
Su trayectoria es larga. De él dicen los biógrafos que nació en El Puerto de Santa María el 26 de marzo de 1935. En 1962 fue socio fundador de la Asociación Cultural Portuense Medusa, junto al inolvidable José Luis Tejada. En 1980 nace en Jerez, en el Bar La Parra, la que sería la Tertulia “El Ermitaño”, con Carlos Aladro, Julio y Mariano Rivera Cross, entre otros; la tertulia se traslada a continuación a El Puerto, al Bar El Ermitaño –de donde toma nombre.
Por lo que se refiere a su obra poética, ha publicado Poemas Sacros y Profanos (1989), Et in Arcadia ego (2001) y El lecho pródigo (2008). Aun así, tiene inéditos tres libros de poesía. Ha colaborado en revistas como Arrecife (1987), Álora (1992), Zurgai (1992) y Por ejemplo (1997).
La sorpresa anunciada de la noche sonó en labios de Rafael E. Poullet, que regaló al auditorio la primicia de una cuidada selección de poemas, que integrarán su libro Papiros de Tebas, en el cual el poeta portuense vuelca en la actualidad su indudable maestría. Los mitos, creencias e historia del antiguo Egipto se despojan de su veste arqueológica y, al margen incluso de la propia leyenda, se acercan al lector contemporáneo, mostrándole que el tiempo sea sólo una falacia y que el ayer es hoy con sus temores, incertidumbres, esperanzas y, por supuesto, sabiduría. La palabra bellísima de Faelo brilló con los quilates de costumbre, cerrando una velada, como las precedentes, espléndida.
Entre los asistentes, numerosos poetas y escritores: Mariano Rivera Cross, Teresa Sibón, Chencho Ríos, Miguel A. Lebrero, Enrique Bedoya O'Neale, Álvaro Quintero, Marco Antonio Velo, Dolors Alberola y dos autoras jóvenes -aunque conocidas por los lectores-, que están a punto de presentar sendos libros: Carmen Moreno y Ana Rodríguez Callealta.
Redacción.-