El colibrí rompió el cascaron una tarde de junio en Madrid, al calor de otros dos pájaros de cuenta: Miguel Ángel Zapata, fantástico microrrelatista granadino, y Carlos Salem, cuervo negro argeñol. Abrió los ojos allí, pero enseguida voló hacia la casa de sus padres, en Jerez de la Frontera, y se alojó en una bonita librería del centro. Hojas de bohemia fue el sitio elegido por EH Editores para su presentación. No pudieron elegir sitio mejor, ni mejor compañía que la que tuvo, alentado por un grupo de amigos del Sur que viven intensamente la literatura, entre los que se sintió reconfortado.
Fueron las primeras satisfacciones que en su peregrinar, está obteniendo la novela. Novela, sí, no relato, como su autor lo bautizó. Los lectores que se han acercado a él, así lo califican y ya sabemos que lo que vale en estos casos es la palabra del lector.
Desde entonces ha sobrevolado el mundo con su desenfrenado aleteo. Y digo bien, el mundo, porque consta a su autor que se ha leído en alguna universidad norteamericana y que en Argentina estuvo de paso.
Después de aquel inicio en tierras de bodegas, como no podía ser de otra manera guiándose el pequeño colibrí blanco por el espíritu del vino, acudió esperanzado a su cita en Fuenlabrada. Tampoco salió defraudado de allí, ni del resto de presentaciones que hasta ahora ha realizado, posándose en los más acogedores ambientes literarios de León, Valencia, Plasencia o Benavente.
Ha sido incluso materia de trabajo de los alumnos de narrativa de Miguel Ángel Martín en el Centro de Poesía José Hierro de Getafe y, a cada encuentro con sus lectores, su satisfacción no deja de crecer.
Le gusta ahora exhibirse, después del temor inicial al devenir. Le gusta desentrañar sus secretos, la materia que lo forma, las técnicas con las que se construyó, la explicación de su esencialidad y su dificultoso caminar por el filo de la navaja de la objetividad en un asunto que ha generado y genera tanta ira y tanta maldad. Le gusta mostrar su esqueleto mínimo, la deconstrucción que sufrió en su creación y la influencia cinematográfica que lo amparó. No es extraño, ahora se entiende, que haya llegado a manos de un afamado director de cine español.
Pero no es sólo porque el colibrí guste. También influye que no ha dejado de moverse, que ha acudido y acudirá allá donde lo llamen, donde lo quieran. Y aún eso no es suficiente, si no existe detrás una editorial, un equipo humano que en verdad vive la literatura, que lo muestra, que busca la máxima eficacia en su distribución, que quiere verlo expuesto en las librerías de toda España.
Así que el relativo éxito del pequeño colibrí blanco, si lo hubiere, corresponde a todos los que desde el inicio de su gestación confiaron en él, lo empollaron, lo alimentaron y luego lo dejaron volar.
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© Esteban Gutiérrez Gómez
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Algunas reseñas de El colibrí blanco:
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Lírica, entrañable, magnética y más que recomendable es la novela corta de Esteban Gutiérrez Gómez, El colibrí blanco (EH Editores, 2009), que debe leerse de un tirón y con una buena botella de vino cosechero al lado... Maquis, guardias civiles, exiliados, porrones, bodegas, guerrilleros, evadidos, zulos, catas, cubas y reencuentros dulces y amargos son los pilares de esta sorprendente narración, equilibrada y brillante como un buen vino. Vicente Muñoz Álvarez
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Armada mediante una compleja y sutilísima arquitectura coral, El colibrí blanco revela la extraordinaria capacidad de Gutiérrez para el arriesgado equilibrio entre la elipsis y la revelación. Trabando magistralmente diferentes instancias temporales (la España rural durante el conflicto bélico, el penoso exilio y el goteo de los retornos en los albores de la democracia), el autor traza un escenario de espectros que recuerda a los osarios de Rulfo y Luis Mateo Díez. Sin embargo, y a diferencia de éstos, Esteban Gutiérrez huye de la concepción fantástica para penetrar en un singular sustrato realista (igualmente alejado del costumbrismo al uso) que se recrea en la existencia condenada de los personajes, vivos pero fatalmente zarandeados por el destino, fantasmales en su azaroso caminar. Miguel Ángel Zapata
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El colibrí blanco carece de etiquetas, no podemos afirmar que se trate de una novela, ni de un cuento largo, sino que como él mismo confiesa, se trata de una mixtura donde el lector, debe terminar de hornear la masa en su cabeza. Así, se suceden saltos de tiempo, se inmiscuye como otro personaje más de la historia el género epistolar, encontramos informes policiales y muchas más sorpresas, que conforman un gran rompecabezas ciertamente exquisito. Sandra Rubio