Si es cierto que gran parte de la crítica especializada en la poesía española de estas últimas décadas no parece haber querido entender de otra corriente de nuestra lírica que no fuese la de la poesía de la experiencia, ello explicaría que la obra de poetas de la talla de Domingo F. Failde (Linares, Jaén, 1948) no haya alcanzado el lugar de honor que merece entre los poetas de su generación, que viene a coincidir por edad con la de los novísimos; si bien es la suya una obra de carácter singularísimo y marcada personalidad, como así debe ser la de todo poeta verdadero. Por situar, situemos la poesía del vate linarense residente en Jerez dentro de esa poética del desencanto que anima buena parte de la poesía de fines del siglo XX y que, lógicamente, se prolonga en estas primeras décadas del siglo XXI, la cual inaugura, en consecuencia, la lírica española del tercer milenio de nuestra era.
Faílde es autor de unos veinte títulos que han merecido algunos de los más prestigiosos premios del ruedo ibérico y, entre ellos, el “Mariano Roldán” correspondiente al año 2007, que consiguió con Retrato de Heterónimo. Puede que este libro sea considerado por los más entendidos como obra de transición en la trayectoria poética del linarense; lo ignoro a ciencia cierta, aunque algunas de sus más esenciales señas de identidad se encuentran también aquí. Me refiero, cómo no, al tono pesimista y desesperanzado de su obra, al carácter desencantado que se refleja en la misma, a ese acendrado sentimiento barroco que la inspira, tanto por el tema anteriormente mencionado del desencanto como por la recurrencia a otro tema esencial: el de la muerte. Así, pesimismo, desencanto y muerte constituyen tres pilares temáticos esenciales de una poesía tocada, igualmente, por el tema del tiempo y la crítica implacable de una sociedad, la española, que desde los años de la transición democrática no ha respondido a las expectativas que muchos de nuestros intelectuales y artistas habían depositado en ella. Las voces silenciadas como inexistentes por su lucha contra el franquismo, lo han seguido siendo en estos años de democracia; aunque ahora por causas distintas. Me atreveré a decir que esas causas obedecen a una política de marketing editorial y a los intereses manifiestos de una corriente poética dominante: la poesía de la experiencia; a sus grupos, grupúsculos y camarillas, a sus poetas protectores y a sus críticos de postin; y por supuesto a los medios de comunicación que dieron y dan cobertura cobertura a este montaje de cartón piedra, siguiendo intereses editoriales y avisos de entendidos.
Dejando a un lado esta cuestión y, volviendo a Retrato de Heterónimo, hemos de señalar que los textos que integran la primera parte del poemario: La voz en el espejo (catorce en total), constituyen una especie de metapoética, en cuanto que el tema en ellos desarrollado es el de la poesía misma. Integran estos poemas un conjunto de textos lúcidos e ilustrativos de lo que ha sido el ir y venir de las diversas corrientes poéticas en las últimas décadas y, por supuesto, de la poesía del mismo Failde, siempre coherente y consecuente, de una honradez fuera de toda duda y de una singularidad que no se presta a equívocos. Así sucede en “En torno a la pureza” (p. 14), “La reina de la noche” (p. 15), “La poesía es un diálogo de sordos” (p. 17), “Poética apócrifa” (p. 19) o “Poesía en movimiento” (p. 21). La poesía, y la palabra en sí misma, se convierten así en objeto de reflexión y análisis, en tema y expresión de una preocupación relevante.
Los poemas que integran la segunda y la tercera parte (Fronteras y La senda oscura) siguen en lo esencial la estética del conjunto, si bien son más íntimos y desgarrados, más desencantados y lúcidos en el sentir que caracteriza al poeta. Y en consecuencia, también, más desolados, existenciales y metafísicos. Inquietante resulta, por ejemplo, su “Oración del desesperado” (p. 42), que nos deja sin argumentos: “Apóstate, Señor, en la esquina más próxima/ y asáltame en la noche, mientras duerme/ la ciudad y borracho, yo regreso a mi casa./ Que no tiemble tu mano/ al asestar el golpe. Sé limpio,/ pues no cabe mayor piedad que un tajo/ profesional, certero, fulminante,/ sin dar opción al tiempo y sus ardides. Date, luego, a la fuga/ y deja que mi alma muera también conmigo./ La eternidad es tuya: llévate mi cartera (…) La tristeza,/ quédatela, Señor, véndela al peso:/ ella es la suma exacta de mi vida”.
La cuestión de los heterónimos, mal que pese a algunos que han manipulado el tema a su antojo y beneficio, no es exclusiva del poeta portugués Fernando Pessoa quien, es cierto que utilizó varios a lo largo de su vida, entre ellos los de Álvaro de Campos o el de Ricardo Reis. Pero también lo hizo, sin ir más lejos, nuestro Antonio Machado con Abel Martín o Juan de Mairena. Los heterónimos de Domingo F. Failde no son otros que los grandes maestros que le han enseñado a mirar el mundo y a ubicarse en él, o a ver la vida con los ojos de la poesía. Y son muchos: desde Juan Ramón Jiménez a Antonio Machado, desde Luis Cernuda a Gustavo Adolfo Bécquer, desde Quevedo a Góngora y desde el Pablo Neruda de sus inicios hasta el mismo Pessoa o Jaime Gil de Biedma, tan reivindicados, junto a Francisco Brines, por los poetas de la experiencia. Evidentemente, la enumeración sería excesivamente larga para citarla aquí.
Sorprende y cautiva el lenguaje innovador de Domingo F. Failde, lleno de expresiones, metáforas e imágenes de inusual belleza en una poesía de honda raíz romántica y elegíaca, siempre comprometida con la verdad, siempre consecuente con sus principios morales y estéticos. Puede que el poeta no esté obligado a decir la verdad de cuanto es, de cuanto siente y lo constituye. Aun así, la poesía de Failde se ubica en la autenticidad, pues profundiza con lucidez en el desvelamiento del ser y la conciencia. Se trata, por tanto, en su caso, de una poesía comprometida con el hombre de esta hora y con su circunstancia. Es el suyo un compromiso adquirido con la honradez y la verdad, principios que ha defendido siempre desde una postura crítica rigurosa. Y ya se sabe: esa postura no puede conducir sino al ostracismo y al silenciamiento de quienes recelan de un espíritu crítico que no deja de resultar incómodo. El pensamiento libre no puede acarrear sino la soledad y el aislamiento; y ello debieran tenerlo a gala, asumiéndolo con absoluta y total dignidad quienes así han decidido conducirse por la vida. De igual manera sucedió con muchos de los grandes clásicos de la antigüedad y así ocurre ahora. Para otros, sin embargo, el pensamiento acomodaticio resulta ventajoso, pues proporciona mayores prebendas. Faílde, entiendo, no ha elegido el más fácil ni tampoco ha equivocado el camino.
© José Antonio Sáez
Faílde es autor de unos veinte títulos que han merecido algunos de los más prestigiosos premios del ruedo ibérico y, entre ellos, el “Mariano Roldán” correspondiente al año 2007, que consiguió con Retrato de Heterónimo. Puede que este libro sea considerado por los más entendidos como obra de transición en la trayectoria poética del linarense; lo ignoro a ciencia cierta, aunque algunas de sus más esenciales señas de identidad se encuentran también aquí. Me refiero, cómo no, al tono pesimista y desesperanzado de su obra, al carácter desencantado que se refleja en la misma, a ese acendrado sentimiento barroco que la inspira, tanto por el tema anteriormente mencionado del desencanto como por la recurrencia a otro tema esencial: el de la muerte. Así, pesimismo, desencanto y muerte constituyen tres pilares temáticos esenciales de una poesía tocada, igualmente, por el tema del tiempo y la crítica implacable de una sociedad, la española, que desde los años de la transición democrática no ha respondido a las expectativas que muchos de nuestros intelectuales y artistas habían depositado en ella. Las voces silenciadas como inexistentes por su lucha contra el franquismo, lo han seguido siendo en estos años de democracia; aunque ahora por causas distintas. Me atreveré a decir que esas causas obedecen a una política de marketing editorial y a los intereses manifiestos de una corriente poética dominante: la poesía de la experiencia; a sus grupos, grupúsculos y camarillas, a sus poetas protectores y a sus críticos de postin; y por supuesto a los medios de comunicación que dieron y dan cobertura cobertura a este montaje de cartón piedra, siguiendo intereses editoriales y avisos de entendidos.
Dejando a un lado esta cuestión y, volviendo a Retrato de Heterónimo, hemos de señalar que los textos que integran la primera parte del poemario: La voz en el espejo (catorce en total), constituyen una especie de metapoética, en cuanto que el tema en ellos desarrollado es el de la poesía misma. Integran estos poemas un conjunto de textos lúcidos e ilustrativos de lo que ha sido el ir y venir de las diversas corrientes poéticas en las últimas décadas y, por supuesto, de la poesía del mismo Failde, siempre coherente y consecuente, de una honradez fuera de toda duda y de una singularidad que no se presta a equívocos. Así sucede en “En torno a la pureza” (p. 14), “La reina de la noche” (p. 15), “La poesía es un diálogo de sordos” (p. 17), “Poética apócrifa” (p. 19) o “Poesía en movimiento” (p. 21). La poesía, y la palabra en sí misma, se convierten así en objeto de reflexión y análisis, en tema y expresión de una preocupación relevante.
Los poemas que integran la segunda y la tercera parte (Fronteras y La senda oscura) siguen en lo esencial la estética del conjunto, si bien son más íntimos y desgarrados, más desencantados y lúcidos en el sentir que caracteriza al poeta. Y en consecuencia, también, más desolados, existenciales y metafísicos. Inquietante resulta, por ejemplo, su “Oración del desesperado” (p. 42), que nos deja sin argumentos: “Apóstate, Señor, en la esquina más próxima/ y asáltame en la noche, mientras duerme/ la ciudad y borracho, yo regreso a mi casa./ Que no tiemble tu mano/ al asestar el golpe. Sé limpio,/ pues no cabe mayor piedad que un tajo/ profesional, certero, fulminante,/ sin dar opción al tiempo y sus ardides. Date, luego, a la fuga/ y deja que mi alma muera también conmigo./ La eternidad es tuya: llévate mi cartera (…) La tristeza,/ quédatela, Señor, véndela al peso:/ ella es la suma exacta de mi vida”.
La cuestión de los heterónimos, mal que pese a algunos que han manipulado el tema a su antojo y beneficio, no es exclusiva del poeta portugués Fernando Pessoa quien, es cierto que utilizó varios a lo largo de su vida, entre ellos los de Álvaro de Campos o el de Ricardo Reis. Pero también lo hizo, sin ir más lejos, nuestro Antonio Machado con Abel Martín o Juan de Mairena. Los heterónimos de Domingo F. Failde no son otros que los grandes maestros que le han enseñado a mirar el mundo y a ubicarse en él, o a ver la vida con los ojos de la poesía. Y son muchos: desde Juan Ramón Jiménez a Antonio Machado, desde Luis Cernuda a Gustavo Adolfo Bécquer, desde Quevedo a Góngora y desde el Pablo Neruda de sus inicios hasta el mismo Pessoa o Jaime Gil de Biedma, tan reivindicados, junto a Francisco Brines, por los poetas de la experiencia. Evidentemente, la enumeración sería excesivamente larga para citarla aquí.
Sorprende y cautiva el lenguaje innovador de Domingo F. Failde, lleno de expresiones, metáforas e imágenes de inusual belleza en una poesía de honda raíz romántica y elegíaca, siempre comprometida con la verdad, siempre consecuente con sus principios morales y estéticos. Puede que el poeta no esté obligado a decir la verdad de cuanto es, de cuanto siente y lo constituye. Aun así, la poesía de Failde se ubica en la autenticidad, pues profundiza con lucidez en el desvelamiento del ser y la conciencia. Se trata, por tanto, en su caso, de una poesía comprometida con el hombre de esta hora y con su circunstancia. Es el suyo un compromiso adquirido con la honradez y la verdad, principios que ha defendido siempre desde una postura crítica rigurosa. Y ya se sabe: esa postura no puede conducir sino al ostracismo y al silenciamiento de quienes recelan de un espíritu crítico que no deja de resultar incómodo. El pensamiento libre no puede acarrear sino la soledad y el aislamiento; y ello debieran tenerlo a gala, asumiéndolo con absoluta y total dignidad quienes así han decidido conducirse por la vida. De igual manera sucedió con muchos de los grandes clásicos de la antigüedad y así ocurre ahora. Para otros, sin embargo, el pensamiento acomodaticio resulta ventajoso, pues proporciona mayores prebendas. Faílde, entiendo, no ha elegido el más fácil ni tampoco ha equivocado el camino.
© José Antonio Sáez