Abro el libro. El AVE que nos lleva a Sevilla sale de la estación. Despacio, se desliza por los raíles y adquiere, poco a poco, su vertiginosa velocidad de crucero, dejando atrás andenes, convoyes detenidos, viaductos, avenidas, carreteras... Definitivamente, Madrid queda a lo lejos, cada vez más distante. La gente habla en voz baja y se escucha, de fondo, la música de un piano.
Abro el libro. Marcos Ana pregunta cómo es un árbol. En la página de respeto, nos dedica estas memorias que hablan de tiempos oscuros, pero sobre todo del amor a la libertad y la vida.
A sus 89 años, de los cuales pasó un cuarto de siglo en las siniestras cárceles franquistas, exhibe una asombrosa lucidez y domina el lenguaje con envidiable maestría. Su presencia en Gijón, con motivo del XII Salón del Libro Español y Americano, dejó una larga estela de encendidos aplausos y un profundo respeto al escritor, al héroe, al hombre que, por encima de todo, proclama su lealtad a unos principios y cuenta su odisea para que todos sepan el precio y el valor de la libertad.
Es grande Marcos Ana y por eso se expresa con sencillez, quitándoles retórica a los hechos que le tocó vivir y sufrir y que él refiere casi en voz baja, pero firme, eso sí, con emoción serena, encendiéndose su mirada cuando nombra a los que murieron o invoca las razones de tanto sacrificio.
Va desgranando el verso y uno atisba los genes literarios de un autor de su edad: Machado, el 27 (Alberti, sobre todo), Miguel Hernández (compañero entrañable de presidio), acaso León Felipe y, desde luego, Pablo Neruda, influyeron en su camino de perfección, allí donde la urgencia y el dolor no lo dejaron en carne viva.
No sé si mis poemas son buenos o malos, afirma tan campante, después de la lectura. Nada más lejos de Marcos Ana que las plumas de marabú y los mohínes de pavo real, frecuentes en la actual poetería. Yo nunca me he considerado poeta -prosigue-, sólo un hombre que ha escrito versos, eso sí, necesarios, en su lucha por la dignidad y la libertad. Toda una poética.
Ahora, mientras el tren atraviesa, casi volando, los campos de La Mancha, recuerdo mis encuentros anteriores con el poeta, el luchador incansable, el hombre íntegro (sí, sí, me acuerdo de esa noche en la emisora, tú, yo, alguien más, y un poeta de derechas...). Y el almuerzo que compartimos junto al Cantábrico.
Por dignidad, libertad y coherencia -porque el mérito es obvio- lo he traído a esta página.
© Domingo F. Faílde.-