Si la vida fuera una grata sobremesa, nunca el adiós sería un dulce postre de emociones encontradas. Teresa Chacón, comensal de estrofas, nunca perdió las ganas de escribir, nos deja un poso de dulzura en los manteles de la tarde. Supo asomarse siempre al ventanal de la palabra y deslizarse sin reparos entre las piernas larguísimas del verso.
Será dulce recordarla en el balcón de algún poema, asomando sus ojos con dulzura. Como siempre, celebrando resbalones de luz en los pies de sus palabras. Se dejó surcar por la escritura, por la sobrada inquietud de aprender en los talleres de poesía qué oscuros magnetismos la acompañan. Siempre frecuentó bajo las faldas del poema, sin pudores, los muslos inquietantes de la rima.
Puede decirse que hoy se acuesta su mirada en el pretil de cada verso, detrás del obrador de sus relatos. Quiso decir con ellos que su visión del mundo le inquietaba. El mar que describía, los cielos que levantó en sus cuadernos son testigos de adopción que respiran despiertos a su marcha. Nos queda el sueño desvelado de encontrarla en las esquinas de los versos que escribió, exhibiendo el rostro de unas hojas que hablarán para siempre de su voz.
Porque aún ignoro si se nace Poeta. Tampoco importa. Pero apuesto a que morir escribiendo es volver a nacer, siéndolo hasta siempre, nacer de otra manera en las palabras que el viento, por suerte, no se lleva.
© Mª. Carmen Sáiz
Jerez, 7 de agosto de 2008.-