Hermoso, muy hermoso, el concierto de la orquesta del Teatro Falla en la catedral de Jerez. El escenario, con su esplendor barroco, hizo olvidar el frío de la noche, y la puesta en escena, sobria y elegante, contribuyó al recogimiento de un público entendido, casi al filo del síndrome de Sthendal.
Mozart, el Mozart más profundo y riguroso, cobró vida en las notas de músicos, sopranos, tenores y coro, que, sabiamente guiados, ofrecieron al auditorio una excelente interpretación.
Para que luego salga algún listillo, diciendo que en Jerez no se hace cultura. ¡Lo que hay que oír!
Aplaudimos por ello la iniciativa de los promotores y su espíritu tolerante e integrador. La música, en efecto, es un milagro.
Redacción