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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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25 de marzo de 2006


Carta enviada por Domingo F. Faílde al Presidente de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios, en la que manifiesta su decisión de abandonarla y relata los hechos que la motivan

21 de marzo de 2006


Mi querido amigo:

Pertenezco a la Asociación Andaluza de Críticos Literarios desde 1994. Mi carné, con el número 16, expedido el 18 de noviembre del mismo año, me acredita explícitamente como socio fundador. En aquellos momentos, ejercía la crítica en “Cuadernos del Sur” y “Papel Literario”, actividad que simultaneaba con la dirección de “La Isla”, el suplemento de “Europa Sur” que, sin lugar a dudas, contribuyó a difundir la obra de tantos poetas y narradores andaluces, en especial la de aquellos cuyo quehacer se hallaba silenciado por la oficialidad. Desde entonces, he formado parte del jurado que concede los premios de la crítica en la modalidad de poesía, he intervenido en algunas jornadas y he defendido en los medios el buen nombre de nuestra asociación y el recto proceder de sus responsables, aun a costa del vituperio de determinados sectores y otros inconvenientes que he afrontado con convicción y firmeza.
Procedo, pues, del núcleo de idealistas que, sin recursos económicos de ninguna índole y con todos los vientos en contra, nos lanzamos a aquella aventura de deshacer entuertos y enderezar la república literaria por las sendas, nada fáciles, del pluralismo y la honestidad.
Pero, como dijo nuestra Celestina, “no hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba”, de manera que, con el paso del tiempo, no faltó quien buscara su conveniencia y, ayuno de otros créditos, escarbó en el poder lo que las letras no le proveyeran.
En efecto, nunca tan poco mérito obtuvo galardón más elevado que el conseguido por don José Ruiz Mata, al acceder a la Secretaría General de la Asociación. A cambio de sus dotes de chalán y una muy discutible eficacia como gestor, la mala educación, la ausencia de modales, la ignorancia del protocolo y, en fin, la inelegancia han teñido sus actuaciones y dejado su impronta en nuestra imagen pública.
Galardonado con el premio “Filoxera”, a causa de la misoginia derramada a raudales en un pregón, el sentido de la diplomacia no parece que sea, desde luego, la mayor cualidad del Sr. Secretario, que tampoco destaca por su dominio de la gramática castellana. Confundir “doceava” con duodécima –ante las cámaras de TV- o ponerle una hache al verbo echar no parece, desde luego, la mejor tarjeta de presentación para el alto ejecutivo de una sociedad de escritores.
Al hilo de sus dotes diplomáticas, el Sr. Secretario General de una asociación cuyos miembros somos, mayoritariamente, poetas, nos obsequió con un hermoso texto, difundido por Internet, declarando la consideración que le merecemos: “soy narrador, no poeta, por lo cual me la trae al pairo vuestros problemas de bandas rivales de las que además ni entiendo, ni quiero entender". Y con éste, tan delicado: “Como me gusta ser positivo te voy a indicar una solución mejor: que nos acostumbremos a colaborar y que llegado el fin de año contestéis a mi carta con las obras, sobre todo las propias, que conozcáis. De esa forma todos estaremos mejor informados y se funcionará mejor. ¡Ah!, al que se le olvide o no quiera mandar la información, si no aparece en el listado, que se joda y se calle".
No nos debe extrañar. Acostumbrados a su histrionismo y a la ligereza lingüística de su puesta en escena, dislates de esta índole se nos antojan chiste y aun pudieran pasarnos por ingenuos –que no es el caso- si no alentara tras ellos la prepotencia de una persona ambiciosa, incapaz de aceptar una crítica o rebatirla con argumentos, en vez de acometer con la calumnia, la descalificación y la zancadilla, como tiene por norma.
Estas son las razones por las que decliné tu ofrecimiento de integrarme en la candidatura que encabezabas, hoy electa, si don José Ruiz Mata seguía en su poltrona. O él o yo; y, legítimamente, elegiste, y aun estoy por asegurar no tardaste un minuto en contárselo, pues, ayuno de toda prudencia, tardó menos, si cabe, en espetármelo.
Iba bien preparado el Sr. Secretario a la asamblea. Durante el desayuno, se dirigió a mi pareja, la Sra. Alberola –poeta, como sabes, y miembro de la Asociación- y a mí, preguntándonos a voces si habíamos venido “con ganas de armar lío”, a lo que, temerosos del escándalo que podría haberse derivado de tan rufianesca provocación, no respondimos nada y él se quedó frustrado, mascullando sin duda el desquite y la manera de acallar nuestros comentarios a las peores jornadas sobre el escritor y la crítica que han tenido lugar hasta hoy.
Así, ni a la Sra. Alberola ni a mí nos cogió por sorpresa lo que vino a continuación, después de haber tenido que soportar con asco los cortes de manga del Sr. Ruiz Mata –dirigidos, supongo, a toda la concurrencia-, el grosero ademán de palparse las partes pudendas –pasándose por ellas a todos los presentes- y, en fin, su repertorio de palabras y gestos descorteses que culminaron cuando, al iniciar la sesión, nos llamó cabrones y, para que quedase bien claro quiénes éramos los destinatarios del insulto, nos señaló abiertamente, amparado en el burdo recurso del tópico: “y no señalo a nadie”.
Pero sí señaló (la mala educación tiene el índice largo). Y como el Presidente en funciones no se hallaba en la sala y el candidato a la presidencia permaneció impasible, optamos por abandonar la asamblea, advirtiendo con estupor que nadie se sumaba a nuestra protesta, apoyando por pasiva el atropello que se nos hacía. A partir de ese instante, consideré carente de sentido mi permanencia en la Asociación.
Las interpretaciones de los hechos y otras explicaciones que después se nos dieron, lejos de quitar hierro a lo sucedido, abrieron más la llaga, y ello por las razones que, una vez más, someto a tu consideración:
1.- Alegar, en descargo del ofensor y como justificación de la incuria de los presentes, que la sesión aún no se había abierto, me parece una burla, sobre todo cuando la ausencia absoluta de protocolo obvia toda formalidad, entre otras la clásica fórmula “¡Se abre la sesión!” que, en cualquier caso, ni es un conjuro mágico ni concede licencia de hacer antes lo que no se permite hacer después.
2.- Justificar los insultos del Sr. Ruiz Mata, amparándose en la respuesta de quien esto suscribe, correcta en todo momento, por el hecho de haberla rubricado con un leve golpe en la mesa, que muy pocos oyeron –dicho sea de paso-, se me antoja tan cínico como culpar a la mujer violada del acto del violador.
3.- Reprocharme la negativa a asistir, por la tarde, a la reunión, denota una gran falta de sensibilidad hacia quien, afectado por el suceso, no pudo ni siquiera ir a comer con sus amigos y compañeros ni se encontraba emocionalmente apto para dar su versión -innecesaria por lo demás, pues todos habían sido testigos- e incluirla en el acta. Es decir: lavar los trapos sucios en familia y, parafraseando a Cicerón, “encerrarlos en las tablillas, como una espada en la vaina”, para que no se enteren los de afuera.
4.- Incidiendo en lo expuesto, deseo recordarte no he estampado mi firma en el acta del fallo del jurado correspondiente, requisito cuya omisión constituye un defecto de forma, en virtud del cual dicho fallo podría impugnarse. El Sr. Secretario, o ignoraba este aspecto de la legalidad o pasaba, sin más, por encima del mismo, cuando leyó el citado documento en el acto de clausura. Pero queda tranquilo: no lo voy a impugnar; con mi firma o sin ella, respeto una decisión democráticamente adoptada, y, en otro orden de cosas, no me parece lógico implicar a mis compañeros en la negligencia de un secretario. Por cierto: no es el acta el único documento que no se me ha presentado a la firma.
En fin, podría añadir otros muchos detalles, que omito para no cansarte ni abrumar a los asociados, a quienes envío copia de este escrito. Sí te diré, no obstante, abundando en mis motivaciones, que, ignorado, silenciado e incluso ninguneado por algunos de ellos –tienen, naturalmente, derecho a hacerlo-, percibo no me quedan argumentos para continuar en la Asociación. Te ruego, en consecuencia, impartas a quien proceda las instrucciones pertinentes para darme de baja.
Con esta decisión, naufragan doce años de vida literaria. Se salvan, desde luego, mi obra y mi honestidad. Ojalá todos puedan decir lo mismo.
Recibe un fuerte abrazo de tu amigo,