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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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29 de mayo de 2011

Dolors, sencillamente*


La música se expande por la calle, esta tibia mañana de invierno, y va ascendiendo lenta, melancólica, por los dedos del guitarrista argentino, hasta alcanzar la copa del corazón y brincar a la bruma, esa ligera bruma que levanta el rocío al calentarse, a veces confundido con el humo de alguna fogata o el vaho sigiloso de la respiración.    
Despierta así Jerez y la mañana abre sus compuertas al caudal de la gente. Despierta la ciudad. El Jerez de Dolors Alberola me recuerda a París, cuyos barrios antiguos celan la arquitectura decadente de un tiempo que acaso no existió. Las casas, los palacios, las iglesias, se yerguen ante mí, como un abanico, desplegando su código de luces, de gestos sin palabras, de sugerencias mudas en las callejas blancas y tortuosas que reptan hasta el mármol de ciertas cafeterías para luego desvanecerse en el estruendo verde de los parques y la trepidación de las avenidas.    
Así brilla Jerez ante mis ojos, mientras ella, Dolors Alberola, me la va desnudando por secretas esquinas y yo suelto las riendas a la mirada, que se posa en el cuarzo de un sonido, esa música lánguida y remota que, de nuevo, me acerca a París, es decir, a la magia, al romanticismo deliberadamente trasnochado y trasnochador de la gauche divine, a la eterna bohemia, a la poesía.    
Ella es así, Dolors, sencillamente. Ella. Clara en su desmesura. Profusa en su austeridad. Con un vicio: la estética. Y una virtud: su forma de nombrarla, comprimiéndola en el poema sin que se pierda gota. Pues, como el viejo Midas de las fábulas, convierte en oro todo lo que toca; es decir, en poesía, a través de limpísimos versos cuyas sílabas impolutas funden, confunden, cofundan lo puro y lo impuro, para que, sobre el mapa del vasto territorio de los conceptos, la misteriosa mano de algún arquitecto (¿Barragán, Le Corbusier…?) extraiga del vacío las formas más audaces, que acaban transustanciándose en armonía.    
Recuerdo esa mañana, con el sol bostezando y nosotros cruzando la plaza de la Yerba, hasta enfilar Algarve. Cambiaría su nombre –le dije- por Algarve del Vagabundo o Algarve de Dolors Alberola, y ella me sonreía, sin duda reservándome el postrimer portento de aquel deambular: en la estación de ferrocarril conocería a aquel hombre, porque era él, en efecto, con su ropa harapienta, barba blanca, cabellos encrespados y la música rota, reseca de aguardiente, del libro aquel. El vagabundo de la calle Algarve era, pues, algo más que imaginación y entonces comprendí la potencia del viento de la vida, que también, y a su modo, penetraba en el vientre de Dolors Alberola, sin romperlo ni mancharlo.    
Que ése es otro milagro de su poética o cómo conjurar sobre el papel los rostros blanco y negro de la vida, los resortes oscuros de la historia, los intrincados dédalos de la luz, y ponerles la túnica de la virginidad, como si nunca el dios de los ejércitos los hubiese aprestado al combate e indefectiblemente a la muerte: cuando llegan al texto de Dolors Alberola, son tan sólo poesía.    
He intentado entenderla, explicarla, descubrirle la fuente de los prodigios y quién sabe… Ni ella misma, tal vez, que asegura escribir al dictado de una voz interior, misteriosa, tan ajena al espacio y al tiempo que imprime en el discurso la dimensión exacta de uno y otro: ser y estar, a la vez; transcurrir en lo inmóvil, confraternizar en lo histórico. Acaso a todo esto los antiguos llamaron inspiración; y un punto de locura, procedente del surrealismo. Dolors es la poesía. Como la diosa madre de la cultura mediterránea o la enigmática Pachamamac de América latina, ella es parto perenne, la esencia misma de la fecundidad, alumbrando poemas e hijos, hijos que son poemas, poemas que son hijos, para con ellos empapelar París.    
Ése es su destino. Como la loca de Chayllot –personaje de una película memorable que, por extrañas y sospechosas razones se silenció- , sabe que el mar está debajo de París, debajo de Jerez, debajo de las casas de todos los que sueñan. Quien sueña, crea; quien nombra, crea. Éstos son los poderes del poeta, que inventa su utopía, consciente de que el verso más sublime es el que no se ha escrito, el que acaso no llegue a escribirse jamás. Decir eso, con casi una veintena de libros publicados, el aplauso de la crítica seria y el reconocimiento de numerosos premios, constituye un alarde de sabiduría, que bien viniera a algunos con bastantes más ínfulas y muchos menos méritos.    

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Vayamos regresando. No es hora de recuentos ni estadísticas, tan poco gratas, por otra parte, a esta mujer que ama lo profundo sin menoscabo de lo elevado. Ella, Dolors Alberola, es una fuerza telúrica. Como Miguel Hernández, como Pablo Neruda –pongamos por caso- y un cometa de inteligencia, que asciende más allá de la razón. Como Alejandra Pizarnik, como Valente –por ilustrar lo escrito con ejemplos-. Ella, Dolors Alberloa, se pasea a lomo de los mitos, tras haberlos domesticado y estabulado en sus caballerizas. Así lo hicieron antes, cada uno a su modo, García Lorca y Cirlot. Ella es así: domadora de unicornios que restauran al mundo su doncellez perdida, mientras, Quijote-hembra, los cabalga por esos andurriales del humano sufrir: Matthaussen, Manhattan, Bagdad o Madrid, deshaciendo entuertos, desbaratando maleficios, implantando el reinado de la luz.    
Y el amor, por supuesto. Quien ama, siempre encuentra la puerta –ésa es su divisa-; la puerta, siempre abierta a los duendes traviesos de la inspiración. Porque escribir poesía es un acto de amor.    

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Llueve sobre Jerez esta mañana. Sobre esas callejas y rincones que, a veces, nos recuerdan París. Jerez, la tradición, y París, la vanguardia, dos vectores inseparables en la vida y la obra de Dolors Alberola. Y aquí estamos, transidos de su verbo, malheridos por el puñal de su amor. Era preciso coronar su nombre con un aura de flores y aquí se la traemos. Fuera, en la calle, los acordes bellísimos de un tango nos devuelven a un mundo repleto de poemas.    

© Domingo F. Faílde, 2005     

(*) Mientras nuestra cultura se debate entre la indignación y el aburrimiento, ha querido el azar recobrarme el texto de un discurso que, allá por 2005, pronuncié con motivo de un pequeño homenaje a Dolors Alberola. No ha perdido actualidad, por más que el escenario acuse los rigores de una crisis impuesta y la traición de aquellos a quienes se confió su defensa. Fuera de estas memorias, no hay nada digno de mención.-