Carlos
Guerrero, dijo Dolors Alberola en sus palabras de presentación, es un poeta de crecimiento rápido. Ayer puso
la piedra primigenia –añadió, en referencia a sus primeros libros- y ya tenemos hecha toda la arquitectura.
La coherencia y el rigor constructivo son nota distintiva de este autor, que,
el pasado viernes, día 8, presentara en Madrid su más reciente obra. Bosque de eucaliptos salió oficialmente
a la luz en el salón del Café Comercial, uno de los testigos con más solera de
la actividad literaria de la capital del Estado.
Pablo
Méndez, poeta y editor, que abrió el acto, dijo que éste era el libro mejor y
más profundo de Carlos Guerrero, un aserto que luego confirmó Dolors Alberola,
al desplegar las claves del nuevo título: El
poeta nos lleva a un espacio simbólico, una hermosa metáfora, que encubre en
realidad una enorme añoranza; y, si antes nos condujo al mundo de su infancia,
en un tríptico que bien pudiera calificarse de generacional, ahora nos
transporta a ese marco esencial, en el que la memoria y la utopía se
entrelazan, gracias a la magia del lenguaje y a su capacidad de conectar
universos, crear atmósferas y nombrar lo inefable.
Emplazado
irremediablemente en la naturaleza, el hombre se perfila como una criatura
indefensa ante las fuerzas que, de consuno, alimentan a toda gran poesía: el
amor, por ejemplo, el dolor o la muerte; y, no obstante, este desvalimiento no
le impide ejercer una acción destructiva contra el medio en que vive, mientras
contradictoriamente purifica y perfuma su atmósfera. Nos hallamos, por tanto, ante una concepción dual de la existencia:
nada es bueno ni malo en términos absolutos y, si el dolor del mundo nos
alcanza, en él también reside el amor que nos salva, la palabra que nos redime
y la luz que nos recuerda continuamente que estamos emplazados a la belleza, a
la verdad y al bien.
Pero,
si el bosque de eucaliptos es un espacio
simbólico, el tiempo adquiere dimensiones cósmicas y se erige en imagen
visionaria para nombrar la historia y, dentro de ella, la vida. A este
respecto, el propio autor declara: No creo en el futuro. Sólo en una
sucesión continuada de presentes que, de improviso, pasan a ser pasado. Qué sería de nosotros sin la memoria,
podemos preguntarnos. Ella pone los verbos en presente y aplaza la muerte o nos
libera de su maldición, estableciendo puentes entre lo inevitable y ese anhelo
de trascendencia que, más allá de lo efímero y tangible, Cernuda llamaba deseo
y éste, recordando al genial Tennessee Williams, es un raro tranvía con parada
en las estaciones de la mentira, aunque el fin de trayecto no sea otro que la
verdad.
Y
Alberola cerró su intervención valorando la forma y el estilo del libro: En primera persona, la voz lírica asume
dimensiones de especie y, desoyendo el canto de sirena del autobiografismo,
conforma un personaje colectivo que, en palabras del autor, estaría formado por
más de un personaje real, todos convergentes en la idea, pero nunca en el mismo
momento de una existencia individual. Hondura, claridad, sencillez, cuidado
de la forma y armonía completan el retablo de valores de Bosque de eucaliptos, en cuya estética hay bastantes enseñanzas de aquel profesor apócrifo, Juan de Mairena, por
cuya boca hablaba Antonio Machado.
Luego,
Carlos Guerrero recorrió la estructura de su obra y se detuvo en cada uno de sus
pilares, leyendo los poemas más significativos del libro; un libro en el que todo es matemática y enigma, hermosura y
pincel, narración visionaria y, al tiempo, bosque puro que se deja palpar,
oler, mirar, de modo que el acento, la coma, la sucesión fragante de figuras,
la frase entrecortada y aún la estrofa toman forma y sacuden sus esporas, sus
semillas, sus frutos por el aire y nos sacian de luz, había dicho Dolors Alberola.
Razón no le faltaba y, verso a verso, el poeta lo revalidó.
Redacción.-