No es la primera vez que la poesía abandona sus
espacios habituales y recupera el que acaso podría considerarse el suyo
natural: la calle. Como en los viejos tiempos de Homero o los no tanto de los
juglares, existe una tendencia saludable a airear la palabra y acercarla a la
gente, sin que importe demasiado el número ni el hecho de que, al pasar, se
detenga o mire simplemente y siga su camino con un eco cantarín zigzagueando
por los tímpanos y un misterioso aroma brincando en el corazón. Y si además los
versos son un aldabonazo a la conciencia, tanto mejor, que no es poca la falta
que hace en un mundo cada vez más inhumanizado
–sí, inhumanizado, han leído bien-,
violento, encanallado, ayuno de valores y saturado de todo lo contrario. La
poesía, por supuesto, no es la solución, pero marca un camino o, al menos,
ilumina la senda durante esta larga noche
de piedra, que diría el injustamente olvidado Celso Emilio Ferreiro.
Y esto es lo que hicieron, dentro del ciclo Poesía
en la Plaza, Paco Camas, Antonio Apresa, Francisco López Aguilar y Dolors Alberola, que encendieron las
ascuas del crepúsculo vespertino, el pasado miércoles, con una lluvia de
poemas, que refrescaron el caluroso ambiente y demostraron que la poesía forma
parte de la naturaleza humana: poesía
necesaria, como el pan de cada día, escribió Gabriel Celaya.
Cerró el acto la música audaz, transgresora y
bellísima de Duende Celta, con sus letras mordaces e inteligentes y sus músicas
llenas de ensoñación y magia.
Redacción.-